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LA PRENSA/ AGENCIA.

San Martín y Bolívar dos avenidas de la vieja Managua

En esa media rotonda vivían las Castellón de la Gioconda. Estaba el laboratorio de análisis del Trompudo Castillo y la casa esquinera de los Pataky —enfrente la Iglesia, y sobre la misma acera para la montaña una pensión— y la clínica de Alejandro Stadthagen, dirigente de los boy scouts y dentista acreditado.

En el recodo del parque de San Antonio, donde estaba en el parquecito, la estatua del Maestro Gabriel nacía la Avenida del Libertador José de San Martín, en honor al prócer argentino, quien compartió con Bolívar la libertad del Sur de América.

En esa media rotonda vivían las Castellón de la Gioconda. Estaba el laboratorio de análisis del Trompudo Castillo y la casa esquinera de los Pataky —enfrente la Iglesia, y sobre la misma acera para la montaña una pensión— y la clínica de Alejandro Stadthagen, dirigente de los boy scouts y dentista acreditado.

Detrás de San Antonio estaban las bicicletas Phillips y la clínica del doctor Alejandro Sequeira Rivas, prestigioso cirujano, contiguo a él la clínica de dentistería de Luis Argüello Noguera y posteriormente la casa de la mamá de “Chacoteo”, Emil

Burt Suqueira, —quien así se hacía llamar, por su supuesto parecido con el actor Burt Láncaste— Chaco, ya fallecido, fue gerente eterno de Tropigas y un día invitó a cenar a varios amigos. Chaco era fachentón y nos empezó a decir desde la entrada.

Esos hachones de luz son de gas y siguió mostrando la casa mientras decía “los aires acondicionados son de gas… la refrigeradora es de gas… la cocina es de gas… el calentador es de gas… aquí todo es de gas”. Uno de los invitados le respondió a Chacoteo así: “Te hace falta una cosa” —qué cosa dijo el Chaco, y el otro ni corto ni perezoso le espetó, —“Una cámara de gas para que te metan y dejes de estar hablando tantas babosadas…”

Después de la señora Robleto vivían los Saballos ya sobre La Quince, y a un lado una refresquería muy buena y después doña Sarita Sediles —hermana de los héroes y mártires liberales de la Batalla de Namasigüe—. Siguiendo la Avenida San Martín en la otra acera quedaba Lufemor, una repostería y un salón cervecero de Míster Phillips, posteriormente los Bendaña de los cines y más tarde la Farmacia 22-24 de Solón Argüello Noguera. Cruzando la calle estaba la Tienda Delagneau, cuyo propietario fue asesinado alevosamente en otro local, muchos años después del terremoto del 72.

Siguiendo a Delagneau, un señor Zelaya y doña Tere Pig, madre de William —compañero de colegio en Diriamba—.

En la casa siguiente, el papá del Trompudo Lacayo, que si no mal recuerdo tenía unos buses, siempre andaba de saco y de bastón y en la propia esquina la Farmacia de Paco Castro Molieri, que al principio era atendida por él, su mamá y su papá. Paco, el de la Norita Cardenal —galanazo de su tiempo— falleció hace aproximadamente un año y Norita murió hace pocos días con el sentimiento de los que los quisimos y apreciamos.

En la acera de enfrente tuvo Chale Marín sus oficinas de abogacía con Róger Caldera y ahí inicié mi agencia de Publicidad, para el lago estaba Tapia Molina y su bella secretaria, ex esposa de un cura de San Antonio, quien hablaba muy bonito por la Radio Mundial. Seguía hacia el lago el coronel, don Chico Solórzano Murillo, familiar cercano del ex presidente Carlos Solórzano, quien le impidió luchar en armas contra Emiliano Chamorro cuando el Lomazo, para evitar derramamiento de sangre. En la esquina al lado estaban los Torres Leal y sus hijas, todas bellas y graciosas.

Frente a la Botica Central de los Castro vivía y ejercía su profesión Armando Benard, buen pediatra y entonces un gran admirador de Fidel Castro, le seguían al sur Chente Rodríguez y su esposa Nina Conti, después los Cuadra Chamberlain y en otra época con Gabry Rivas a la cabeza la Radio Panamericana. Vecinos también un Cifuentes Militar, un Argüello, sobrino de don Vicorino, el “Pichón Guerrero” y su colección de hijos —como él decía—. Su esposa la Chilo, yo, que viví en una época corta y las casas de alquiler de la Rosita Tellerá, prima de mi mamá y fallecida hace poco en México. En una de esas casas Enrique Guerrero Lejarza tenía una pequeña farmacia y cuando las señoras del barrio le pedían que les vendiera tranquilizantes, Enrique sólo les decía…. “vayan a hacer el amor con sus maridos”. En esa misma casa vivieron las Rivas, sobrinas de GRN e hijas de don Andrés, papa de Zeppelín y condueño con los Bermúdez de una compañía de seguros. Al llegar a la esquina Ñata, donde vendían helados, nunca supe quién la habitaba, no así la casa hacia arriba que era miscelánea de una señora mamá de Alonso Sánchez —el de la Casa Mántica— y Rodrigo, quien hizo fortuna durante el exilio como distribuidor de Coca-Cola en la República Dominicana.

Siguiendo la Avenida San Martín y partiendo de la calle del plantel de carreteras, hicieron unas casas hermosas de dos pisos, los hijos y yernos de don Chico Solórzano, ahí vivió el doctor Mariano Buitrago y doña Conchita, padres de Rubén el de la Pol, Mariano el de la Felicia y la Blanca, guapa y servicial. Hacia el sur Quebracho Solórzano, casado originalmente con una de las Báez y posteriormente con la hija de Crhisto de Granda, que vendía deliciosos frescos en su glorieta del Parque Central.

Pepe Rodríguez Anzoátegui y su familia eran vecinos inmediatos, con sus hijos José, Guillermo y Silvio, todos fallecidos antes que Pepe el hombre de la famosa Santa Cecilia —hasta que cambie, lo cambio…— decía el eslogan y un mal día cambió por un error en los filtros y el público también. Cecilia viuda de Sánchez —abanderada de la Contra— es la única sobreviviente de esa querida familia. Siguiendo a la montaña estaba un señor alto moreno, medio militar y boy scout, vendía insignias y varias cosas, mismo que siguió haciendo desde el exilio en Miami. El taller Jara en la esquina, Jara fue cuñado del viejo Somoza, pero falleció temprano como Julio y pocos lo recuerdan.

El viejo hospital, el pensionado y la Sala Cabrera, era el complejo médico más importante de los años cuarenta y cincuenta, después quedó como servicio del Seguro Social. En frente habitaban GE ERR ENE, una niñas que hacían corsetes, una amiga muy especial a quien le llamábamos el cuerpo diplomático, simplemente CC por subirse rápidamente a los mejores carros, yo hice varios datos con ella… pero todos fracasaron, antes que yo en un viejo Cadillac 46, siempre pasaba un modelo más reciente y mi amiga que era bella, no podía soportar la tentación.

Cruz Vega era otro conocido vecino, personaje de la época en Managua, Cruz hacía sonadas Purísimas en diciembre y exhibía unos Nacimientos fuera de serie. Más adelante estaban los Duarte Carrión y la mueblería Pérez, parientes del Perro Pérez Vega, General de Somoza —muerto en la guerra— y Pepe Alegrett, también general y también muerto al sufrir un accidente en el avión que pilotaba. De esos mismos Pérez era Rafael Gastón Pérez, el famoso compositor nicaragüense.

La Chabela Lezama era toda una institución, pulpería, miscelánea y cantina —allí usted podía comprar leche, tortillas y pan, lo mismo que echarse su guaspirolazo. Esquina opuesta quedaba el Chalet El Gallo, en una época vivieron los Palazio y después Luis Pasos Argüello y toda su querida familia. Pero… en la acera de enfrente estuvo El Club Juvenil, fundado por el padre León Pallais y cuyos primeros directivos fuimos Chanito Aguerri como presidente, y yo como secretario. El Club fue un rotundo éxito, teníamos espacio para básquet, boxeo, billar, ping-pong y un gran salón para hacer nuestros bailes. Ahí los jóvenes de los cincuenta dimos rienda suelta a nuestros bailes, canciones, deportes … y salió más de un matrimonio exitoso.

Contiguo al Club vivió Pablo A. Cuadra con su familia y hacia arriba el coronel Guillermo Barquero, su esposa e hijos.

Después de El Gallo vivía el doctor Argüello, padre de Jorge Argüello Barra, Sergio y sus hermanas. Siguiendo al Sur vivía la familia Zamora-Gámez. Siendo Ministro de Hacienda de Somoza García, don Vicente Zamora Bermúdez, dio asilo en su casa al doctor Francisco Frixione, quien estaba escondido en la casa del doctor Genaro Mayorga después de los sucesos de la Mina La india… y una noche en una carreta trasladamos del barrio de Candelaria a medianoche, a Chico, quien llegó sano y salvo a la casa de los Zamora, entrando por el callejón que daba al parquecito del Partido Liberal en honor a Zelaya.

Jorge Argüello, hijo, vivía cerca de su papá, inmediato a una casa de dos pisos —conocida como la casa de Remotti— residencia de don Domingo Paiz. Después se me nubla la memoria, hasta llegar a la casa de don Felipe Hurtado, conocido y apreciado maderero de entonces. Mélida, Olga, Gastón y varios más eran los hijos. Mas allá estaban los Pérez Díaz, los Ferrari, los Patiño de la Mary, los Flores Ponce, los Chávez del general Reynaldo y doña Betulia, los Sequeira Rivas con la Silva y Alejandro —médico residente en Nueva York—, los Siero con Juan Manuel y sus hermanas, las Argüello hijas de don Santiago, tías de Chale Villa, hasta llegar a la Calle Colón con los Dorn Holmann.

En la otra acera vivieron las Bermúdez de la Delia y la Olguita, la Delia era short stop en los juegos del barrio y pedía tiempo a veces en momentos críticos, gritando “Tiempo… tiempo que se me están cayendo las calzones…” La gritería era insoportable unos gritaban out, otros decían zafe, otros no se vale por el tiempo que pidió la Delia… pero el juego siempre seguía. Los Arnold habitaron esa misma casa, Alfredo Martínez vivió para el lago, seguía la casa de don Ernesto Salazar y doña Amanda Elizondo, habitada por un montón de hijos y nietos… Alfredo, Alejandro, Ernesto, tapita fresca, yernos y nueras.

Hacia el lago los Pastora Molina de Indalecio, la Teresita Arévalo, los Agüero de Fernando, los otros Agüero y algunos que se me escapan hasta llegar a la casa de los Stadtaghen de Popof y Popofito, de la Elsita y la Merceditas, guapas y disntinguidas, muy queridas y apreciadas por la gente que queda de aquel viejo Managua.

La Prensa Literaria

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