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El sistema no sirve, ¿y ahora qué?

Me lo confirmó, desalentado, un inteligente miembro de la nomenklatura que suele viajar al exterior en funciones de comerciante oficial: “el Viejo es el freno”. En efecto: se sabe que la inmensa mayoría de los cubanos, incluidos los que forman parte de la clase dirigente, quieren cambios profundos en el terreno económico, pero también se sabe que el gran obstáculo que hasta ahora lo ha impedido es la terquedad estalinista de Fidel Castro.

Fidel Castro ha dicho que el modelo cubano no sirve. El Comandante no es exactamente una persona perspicaz. Le ha tomado cincuenta años advertir lo que todos sus compatriotas descubren desde que tienen uso de razón, les quitan el vaso de leche, se asoman a la ventana y comienzan a soñar con una balsa. Pero, además de torpe de mollera, el Comandante es una contradicción viviente: si sabe que el sistema no funciona y condena a los cubanos a la miseria, ¿por qué se ha empeñado en mantenerlo?

Me lo confirmó, desalentado, un inteligente miembro de la nomenklatura que suele viajar al exterior en funciones de comerciante oficial: “el Viejo es el freno”. En efecto: se sabe que la inmensa mayoría de los cubanos, incluidos los que forman parte de la clase dirigente, quieren cambios profundos en el terreno económico, pero también se sabe que el gran obstáculo que hasta ahora lo ha impedido es la terquedad estalinista de Fidel Castro.

Fidel es quien se ha opuesto a que los cubanos puedan comprar y vender libremente sus viviendas o automóviles, quien no ha querido que emprendan actividades empresariales, ni grandes ni pequeñas, quien durante décadas bloqueó los mercados libres campesinos que hubieran aliviado la miseria de sus compatriotas. Fue él quien, en 1968, contra el criterio de casi todo el mundo, en medio de un arrebato colectivista confiscó y destruyó 60,000 microempresas privadas que hacían la vida menos inclemente a los cubanos.

Si la palabra de Fidel es el evangelio de la Revolución y ha llegado la hora de los cambios, hay que establecer dos aspectos esenciales: cuál es el alcance de esos cambios y quiénes deben llevarlos a cabo. La respuesta de Raúl Castro es obvia: los cambios los determina y los ejecutan él y su camarilla. Pero esa filosofía de Juan Palomo —yo lo guiso, yo me lo como—, no funciona a estas alturas de la dictadura. Los mismos que han provocado, prolongado y administrado el desastre durante medio siglo, han perdido totalmente la confianza de la sociedad. Los cubanos no creen en ellos y ya se sabe que el elemento fundamental en cualquier proceso radical de cambio es el entusiasmo de las gentes.

Pero Raúl no quiere ampliar el círculo de toma de decisiones. Al revés: se mueve sigilosamente con un pequeño grupo de militares, y le ha dado un enorme poder extraoficial a su hijo Alejandro Castro Espín, señalándolo, de facto, como el heredero de la dinastía. Alejandro, que es un coronel del Ministerio del Interior formado en la desaparecida URSS, ha creado, a su vez, un temido círculo de apoyo, auxiliado por Senén (Senencito) Casas, otro oficial de la policía política, hijo de un general ya desaparecido. Ese fantasmal organismo se dedica a supervisar, controlar y aterrorizar a todo el aparato gerencial del gobierno, del que ni siquiera se ha podido salvar su propio cuñado, Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, también coronel, casado con Deborah, hija de Raúl. Luis Alberto, presunto delfín de Raúl hasta hace un par de años, cayó en desgracia, aunque con paracaídas de terciopelo, debido a ciertas graves irregularidades cometidas en la administración de las empresas del Ejército (el 40% del PIB cubano), investigadas por Alejandro. Hoy ha pasado a dirigir el plan de desarrollo del puerto de Mariel, lo que significa que hay graves tensiones en la familia real cubana.

Por supuesto, esa capillita familiar llena de intrigas y pendencias no es la institución adecuada para hacer los cambios que el país necesita. Eso no es serio. Si, finalmente, han admitido que el colectivismo no funciona, que es tanto como decir que el marxismo-leninismo es un disparate, no es cuestión de arbitrar media docena de medidas administrativas, sino de cirugía mayor, lo que implica un debate general dentro y fuera del Partido Comunista, institución, como la Asamblea Nacional del Poder Popular, corresponsable del hundimiento del país.

Tienen, pues, que ampliar los márgenes de participación, incluir a los demócratas de la oposición (personas como Oswaldo Payá, René Gómez Manzano y Oscar Espinosa Chepe, entre otros, pudieran hacer grandes aportes), y planear una asamblea constituyente que liquide la Constitución que le da sentido y forma a un sistema que no sirve. El peligro es que Fidel quiera encabezar la oposición al comunismo. Todo es posible en ese manicomio. b

La Prensa Domingo

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