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Doña Nidia Argentina Cruz tiene 23 años de laborar en el Cementerio. Las plantas de las tumbas que cuida son su jardín y se esmera en ellos. “Venimos diario, en invierno y verano, siempre estamos aquí”, asegura.

Almas

Desde ese día a la fecha han transcurrido 48 años. La entonces jovencita ahora tiene 65 años cumplidos y en este cementerio de 45 manzanas y 10 mil lotes, ya no se aceptan más muertos, sólo aquéllos que puedan reciclar un espacio junto a un familiar fallecido años atrás.

Fotos de LA PRENSA/ Manuel Esquivel

Un plato de comida, una mujer que buscaba agua para unas flores y la posibilidad de ganar un poco más de dinero fueron razones suficientes para que la jovencita Bertha María González decidiera dejar su venta de verduras en el mercado, para dedicarse a cuidar tumbas en el Cementerio General, donde su marido trabajaba como guarda.

Desde ese día a la fecha han transcurrido 48 años. La entonces jovencita ahora tiene 65 años cumplidos y en este cementerio de 45 manzanas y 10 mil lotes, ya no se aceptan más muertos, sólo aquéllos que puedan reciclar un espacio junto a un familiar fallecido años atrás.

“En este cementerio levanté mis seis panzas”, comenta doña Bertha. “Ahora tengo cinco hijos vivos y una fallecida. Diario limpio su tumba, aquí mismo”.

Alrededor de 200 personas laboran en el Cementerio General de Managua, de ellas la mayoría son mujeres de diferentes edades que llegaron al cementerio, sea porque desde niñas entraron al “negocio” familiar o porque se casaron con un trabajador del mismo.

“Somos más mujeres, hombres hay menos porque ya no se trabaja como antes, pero nosotras permanecemos aquí para hacer nuestro trabajo y esperar a los clientes que vienen a ver sus tumbas y a pagarnos y bueno a veces vienen nuevos clientes y siempre estamos aquí para poder hacer trato”, afirmó doña Bertha.

Los activos fijos del negocio de doña Bertha están a la vista mientras conversamos: tres carretones construidos por uno de sus yernos y a los que sus hijas dan mantenimiento, y seis barriles metálicos que llena a diario de agua para lavar las lápidas y regar las plantas.

Hace menos de un mes un ladrón entró y barrió con las palas, escobas, machetes, tijeras de podar, trapos, baldes y panas que tenía. “Estamos recuperándonos de ese robo. Puede sonar poco pero lo que nos robaron no es algo que uno compre diario”, afirma doña Bertha, mientras esconde la escoba nueva en la copa de un árbol cercano.

Desde las cinco de la mañana inician su faena en su casa, después se dirige al cementerio. Comienza cargando agua desde la pila que está en la entrada principal donde pagan cinco córdobas por cada barril.

“Pongo el agua en el barril que ando en el carretón y después le saco el agua para llenar uno que esté vacío y así hasta que ya tenemos el agua comienzo a lavar las tumbas y depende cómo estén las plantas pues las recorto, deshierbo y así el día se me pasa, con este sol a cuestas y empujando de un lado a otro este carretón”, cuenta doña Bertha.

Desde hace casi once años doña Bertha habita en el barrio Nueva Vida porque después del huracán Mitch fue reubicada allí debido a que su casa en el barrio Manchester quedó anegada.

El cuido de una sepultura varía en dependencia del tamaño de la misma y el material del cual fue elaborada la cripta y si tiene o no jardín, pero aún con todo, los precios oscilan entre los 100 y 200 córdobas.

Hay clientes ingratos, señala doña Martha González —hija de doña Bertha y quien trabaja en el cementerio junto a sus tres hijos, de 26, 23 y 21 años— pues aunque uno lo realiza a diario no siempre le pagan por el cuido y nosotros a diario compramos el agua, a diario gastamos en pasaje para venir a trabajar.

“Los clientes se asustan cuando uno les cobra, no siempre pasa porque gracias a Dios tenemos buenos clientes que vienen siempre a pagarnos puntuales, pero hay unos que son ingratos y hacen trato con nosotros y no vuelven a venir hasta que vienen a enterrar a otra persona, pero a algunos ya los conocemos y entre nosotros hablamos para que el cuidador sepa que no son buena paga”, afirmó Martha.

Un buen lugar para trabajar. Así califica doña Nidia Argentina Cruz, de 60 años, el Cementerio donde llegó a laborar hace 23 años.

“Aquí lo malo es que a veces te pagan y a veces no, pero no es un lugar peligroso, a veces es feo porque hay monte y bueno zancudos, pero uno con el tiempo, como en todo trabajo, va aprendiendo y preparándose para las temporadas”, afirmó doña Nidia.

Y es que en verano la escasez de agua, el polvo, el calor y el sol sobre las lápidas atormentan a las mujeres que en las peores horas del día se ubican en las lápidas donde hay árboles frondosos a disfrutar de los mangos, jocotes y demás frutas de la temporada que han nacido aquí en el cementerio.

“Aquí tenemos fruta casi todo el año, los árboles han crecido solos. Lo único que hacemos en verano es darles un poquito de agua. En invierno lo terrible son los zancudos porque cuando llueve lo que hacemos es que nos metemos a algunas capillas a esperar que el agua pase”, comentó doña Martha.

De repente se escucha un reggaeton. No es algo común en el cementerio, pero sí entre los trabajadores jóvenes que guardan en sus celulares música de su gusto para trabajar.

“Así pasan, oyendo música, pero cuando viene un entierro o algo la música se apaga por respeto, ya con los que están aquí enterrados estamos como en familia”, bromean las mujeres.

Y es que entre las tumbas que cuida doña Bertha hay algunas en las que reposan personas que conoció en vida.

“Hay gente que tiene mucho respeto y ve como una demostración de amor estar al cuido de las tumbas de sus familiares, hay otros que se preocupan los primeros meses y después se olvidan de ellos, hay gente que casi no viene porque viven en el extranjero, pero uno sabe que andan de visita porque a diario vienen a ver la tumba”, comentó doña Bertha.

—¿Siente temor de estar rodeada de tantas tumbas, con todas las historias que se cuentan?

—Pues no —señala doña Bertha— aquí yo me la paso sola limpiando y nunca he sabido de algo, a veces hay ruidos, pero es el viento y con el tiempo uno se acostumbra. Aquí ellos están reposando y los difuntos no asustan, yo ando sola por ahí con mi carretón y he estado toda la vida aquí, a veces soy yo quien le da sustos a la gente (bromea también).

—¿Usted será enterrada aquí doña Bertha?

—Sí, seguro que sí. Compramos un lote cuando comencé a trabajar aquí. Eran baratos, allí está mi hija y pues seguro allí quedaré yo, ésta es como mi casa, aquí paso todo el día. Sólo llego a mi casa a dormir, pero aquí descansaré en paz (ríe).

—Y si alguien la quiere ubicar, ¿cómo la encuentra?

—De la Cripta de los Somoza, 1 cuadra al sur, 1 cuadra abajo, allí estoy por las tardes siempre. b

La muerte no acaba con todas las cosas (LETUM NON OMNIA FINIT) b

La Prensa Domingo

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