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Ricardo Trotti

Investidura presidencial en Ecuador

La agresión de policías ecuatorianos contra las instituciones democráticas y el presidente Rafael Correa no tiene justificativo ni puede ser tolerada. Merece repulsa y castigo. Las fuerzas de seguridad no tienen derecho a levantarse ni a hacer huelgas, por consecuencias que fueron evidentes el jueves en Ecuador: caos, inseguridad, saqueos, muertos y heridos.

La reacción enérgica de la comunidad internacional se hizo sentir de inmediato. Los máximos organismos internacionales unieron sus voces a las de gobiernos de todo el mundo para reclamar por la institucionalidad del país, aunque se olvidaron de exigir plena libertad de prensa para que hubiera más transparencia sobre lo que sucedía y medir si los episodios eran tan preocupantes como los que en el pasado desembocaron en los golpes de Estado contra Abdalá Bucharam, Jamil Mauad y Lucio Gutiérrez.

Ahora que ha vuelto un poco la calma, cabe el preguntarse si el presidente Correa actuó a la altura de la investidura presidencial durante y después de las reyertas, y si su función fue liderar el orden y la tranquilidad o si su estilo arrogante y prepotente hizo más por azuzar el conflicto.

Sus actitudes y declaraciones durante el día y la noche del jueves no lo mostraron como un Presidente firme, objetivo, capaz de controlar la situación o de buscar el orden y la calma; sino más bien como un individuo político, un jugador involucrado, con sesgo partidario y que se aprovechó de la situación para seguir polarizando al país.

En el día, en vez de mandar a las fuerzas armadas para controlar a los policías sublevados, Correa prefirió presentarse en el seno del conflicto y con micrófono en mano y tono electoral, desabotonándose la camisa y aflojándose la corbata, irrespetó la seguridad de la investidura presidencial. “Señores, si quieren matar al Presidente, aquí está: mátenme si les da la gana, mátenme si tienen valor”, gritó desencajado.

Ese tono propagandístico, personalizado y victimizado siguió por la tarde desde el hospital, donde fue internado por las agresiones con gas lacrimógeno y donde quedó retenido por los policías sublevados. “De aquí salgo como Presidente o salgo como cadáver”, declaró como tratando de demostrar un valor más allá de la Constitución le exige.

Por la noche, después del violento operativo de rescate, desde los balcones del Palacio de Corondelet, efusivo y exaltado ante una multitud convocada con pancartas de otras épocas, en vez de buscar el orden y pedir la calma a una población local e internacional bañada de incertidumbre, como se esperaría de un presidente respetuoso de los códigos democráticos, se olvidó de la justicia y prefirió personalizar el conflicto. Prometió castigos, nada de perdones, denunció conspiraciones, acusó al ex presidente Gutiérrez de intentar un golpe de Estado, atribuyó a la oposición ser miserable y a los partidos haber manipulado a los policías.

En fin, Correa usó durante todo el jueves los mismos términos beligerantes que son el rasgo característico de su Presidencia y que despliega en sus cadenas nacionales y discursos para descalificar a cualquiera que piense diferente, lo que ha degenerado en un clima rancio de confrontación y polarización en el país.

Ahora, ante el estado de sitio decretado por el gobierno los medios de comunicación electrónicos están obligados a sólo propalar la voz oficial por cinco días, con lo cual se corre el riesgo de que la información siga siendo parcializada y utilizada como propaganda gubernamental.

Por ello fue que la Sociedad Interamericana de Prensa pidió que dentro de la preservación de la institucionalidad se restablezca la plena libertad de prensa, más necesaria en situaciones de crisis, cuando la ciudadanía requiere de información variada, plural e independiente de las fuentes de gobierno.

En los días sucesivos se deslindarán responsabilidades, se revertirá o no la ley de servicio público que cortó beneficios a las fuerzas de seguridad originando el conflicto, pero sobre todo dos cosas serán fundamentales para que Correa logre superar la situación: que reconsidere su estilo de gobernar, más cercano a las barricadas que a la institucionalidad y que devuelva la plena libertad de prensa como garantía de transparencia. En Ecuador no sólo se necesita preservar la democracia, sino que haya más democracia.

El autor es periodista argentino, director de prensa de la SIP.   
[email protected]

Opinión Correa Ecuador archivo
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