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Franklin Barriga López

Combate a la inseguridad

Se vuelve necesario recordar que más de cien intelectuales colombianos, presididos por Gabriel García Márquez, hace algunos años publicaron un manifiesto que tiene máxima actualidad, ya que refleja la real naturaleza de los alzados en armas.

Pidieron a los guerrilleros que terminen la virulencia armada que llegó a niveles terroristas, por cuanto esa clase de guerra perdió su vigencia hace tiempo, degeneró en confusión ideológica y cayó en los peores excesos criminales, generando, a su vez, violaciones abominables a los derechos humanos. A lo que se añade su directa participación en el ruin negocio de las drogas. Las FARC constituyen la expresión más evidente de esos malhechores.

Éste es el marco referencial para que se entienda algo del inmenso daño que, por décadas, el narcoterrorismo ha ocasionado no únicamente a la República de Colombia. El perfil de ese sujeto recientemente abatido, al que se le conocía como “Mono Jojoy”, lo dice todo: por propia confesión, se supo que ingresó al bandolerismo a la edad de 12 años, falleció a los 57; de carácter brutal y frialdad extrema para asesinar, se convirtió en el más despiadado de los cabecillas de las FARC. Son estremecedoras las imágenes de los incontables rehenes suyos, cercados por alambres de púas, en corrales o campos de concentración, al estilo nazi. Por los miles de asesinatos, secuestros extorsivos, acciones terroristas, fomento del narcotráfico y los otros delitos atroces que perpetró, los colombianos le catalogaron como uno de los personajes más aborrecidos. Tenía 62 órdenes de captura.

Con los operativos que neutralizan a facinerosos de esa calaña, las fuerzas de seguridad colombianas están efectuando un histórico trabajo de beneficio no solamente para su país. A raíz de estos acontecimientos, la imagen favorable del presidente Santos ha subido al 88 por ciento.

Existe una realidad, latente y dolorosa, en Latinoamérica y el Caribe, que no se puede eludir; es la que atañe al accionar del crimen transnacional organizado unido a grupos que practican la violencia, sean guerrilleros, mafiosos, integrantes de pandillas o delincuentes comunes. La seguridad, que es sinónimo de desarrollo, en nuestra región sufre seria arremetida, alimentada por los sucios y abundantes dineros de la droga; la ruta natural de estas prohibidas sustancias, especialmente cocaína, viene desde los Andes, atraviesa Centroamérica, el Caribe y México, con indeseables secuelas para la paz social y el progreso.

En territorios colombianos y de la nación azteca, se han emprendido magníficos operativos que están neutralizando a peligrosos delincuentes que, frente al trabajo de las fuerzas del orden, están expandiéndose —insisto— singularmente hacia Ecuador, Venezuela, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, República Dominicana y Jamaica. Se ha dado la voz de alerta para que no se baje la guardia, con miras a una más eficaz colaboración internacional.

Es necesario mirarse en el espejo de México y Colombia, que son los que más sufren por el crecimiento de lo anotado y están llevando a cabo plausibles operativos, para que el combate a la inseguridad sea debidamente coordinado, al interior y al exterior de los países, a fin de alcanzar óptimos resultados.

El autor es periodista ecuatoriano.

Opinión Gabriel García Márquez inseguridad archivo
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