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Marco Castro trabaja en Chinandega. LA PRENSA/M.LORÍO

Los alumnos más excelsos del país

Marco Castro, mejor bachiller del país en el 2002, nunca ha pagado por estudiar. La primaria y la secundaria las hizo en escuelas públicas. Hasta los 11 años fue a la Isabel Lizano, una escuela que le quedaba a pocas cuadras de su casa en el barrio Santa Ana, de Chinandega, la ciudad donde creció y aún vive.

Marco Castro, mejor bachiller del país en el 2002, nunca ha pagado por estudiar. La primaria y la secundaria las hizo en escuelas públicas. Hasta los 11 años fue a la Isabel Lizano, una escuela que le quedaba a pocas cuadras de su casa en el barrio Santa Ana, de Chinandega, la ciudad donde creció y aún vive. Hasta allí lo llevaron muchas veces de la mano su abuela y su bisabuela, que recién falleció. Mientras que la adolescencia la desquitó en el Instituto Nacional Autónomo de Chinandega, un centro de estudios que alberga a unos cuatro mil muchachos y de donde egresó como el mejor alumno. Más tarde, su carrera universitaria, en el extranjero, también la hizo sin pagar ni un peso. Y más tarde, a mediados de este año, culminó una maestría en Estados Unidos, con la gracia de una beca.

Si le tocara, Castro, de 24 años, podría decir que ha pagado su educación a través de una fórmula simple: estudiar y estudiar. Lo ha hecho por placer, porque le gusta, porque es curioso. “Nadie me lo impuso nunca”, dice este muchacho que en la actualidad es jefe de Planeación y Control en la Gerencia de Fábrica del Ingenio Monte Rosa, a 20 minutos de Chinandega.

Siempre, desde sus primeros grados, fue el mejor. Lo fue en primaria cuando coronó como el mejor de su primaria y del municipio. Y luego fue el mejor en cada año de los cinco de secundaria. Castro tal vez parezca exagerado cuando dice que la única nota baja que obtuvo fue el setenta que le pusieron en conducta alguna vez, porque hablaba mucho.

En sus boletines nunca hubo un ochenta. Un noventa para él ya era una nota que golpeaba su ego, por eso siempre procuró que el marcador de su boletín permaneciera con la nota máxima. Cuatro veces fue el primero y segundo lugar de las Olimpiadas Matemáticas nacionales. Y la vez que no estuvo entre los mejores del país fue el mejor del departamento.

Por si fuera poco, Marco también quedó como el número tres en el municipio en ortografía. Aunque él dice que las letras no son su fuerte, sino los números. “Las matemáticas están en todas partes de la vida”, dice con pasión.

Para muchos de los mejores bachilleres la competencia matemática es el calentamiento cerebral del concurso de mejor alumno que se escoge cada año semanas antes de las Fiestas Patrias, que es cuando se oficializa ante al país al mejor alumno de primaria del país, al mejor bachiller, al mejor estudiante de las normales y al mejor maestro del país.

Para la ocasión, el presidente de turno les cuelga una medalla en el cuello, a veces entrega un computador, y se lee el decreto de La Gaceta.

[doap_box title=”Detrás de los buenos” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

La Prensa sigue buscando a quienes han sido los mejores bachilleres del país en el período 2000-2005 con la intención de saber qué ha ocurrido con ellos, si aún se encuentran en el país, si culminaron una carrera universitaria, si están contribuyendo de alguna manera a mejorar el país. Pese a la negativa del Ministerio de Educación (Mined), de aportar información sobre los bachilleres, el Diario ha localizado a varios de los mejores, pero se sigue buscando a aquellos que han logrado un alto rendimiento académico.

[/doap_box][doap_box title=”La lista de los mejores” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

Silvia Valeria Padilla Tinoco, mejor bachiller del año 2000. Actualmente cursa una maestría en Bélgica.

Marco Castro, mejor bachiller del país 2002, se graduó de ingeniero mecánico y trabaja en el ingenio Monte Rosa.

Rabindranath Martínez, mejor bachiller del país 2003, es ingeniero en sistemas. Trabaja para la empresa Distribuidora Nicaragüense de Petróleos.

Guillermo Zepeda Mena, mejor bachiller del año 2005, cursa el último año de su carrera en la UAM.

Eliecer Aburto Cortés, mejor bachiller de las Escuelas Normales en el año 2005, actualmente estudia informática, en la filial de la UNAN en Carazo.

[/doap_box][doap_box title=”Universidad para pocos” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

Sólo uno de cada cinco bachilleres entran a las universidades públicas, según estimaciones del Consejo Nacional de Universidades (CNU). El año pasado se estima que salieron de los colegios de secundaria alrededor de 50,000 estudiantes, de los cuales cerca de la mitad habría logrado algún cupo en las universidades que reciben presupuesto estatal.

El resto de los bachilleres, ingresan a las universidades privadas, otros optan por las escuelas técnicas y muchos, después de 11 años de estudios, no vuelven a pisar un aula clases, al final, por cada 100 niños que ingresa al sistema escolar, a primer grado, sólo entre nueve y 13 de ellos ingresan a la universidad, según cifras de la campaña Siete por ciento para la Educación. Aunque el Mined ha dicho que este año graduará a 95,000 de secundaria.

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En el año 2002, cuando Marco subió, fue el mandatario Enrique Bolaños (2001-2006) quien le puso la medalla. Inmediatamente, llegaron las ofertas de becas universitarias. La UCA (Universidad Centroamericana), la UAM (Universidad Autónoma Americana) y la Thomas More le ofrecieron becas completas. Pero él había hecho gestiones para estudiar fuera, en la universidad John Brown, en Arkansas, Estados Unidos, y para allá se fue becado, a mediados del 2003. Estudió ingeniería mecánica y se graduó con honores. Su promedio final fue 3.6 de 4, lo que equivale a un 90 sobre 100.

Marco nunca había vivido fuera de Chinandega, por eso la estadía en Estados Unidos le costó al comienzo. La única vez que había salido del país fue a El Salvador, a la competencia iberoamericana de Matemáticas, donde no ganó nada.

“Me hacía mucha falta mi familia”, dice. Su familia son sus abuelas, su abuelo y su mamá. A ellos les agradece sus logros. Sobre todo a su mamá. “Ha sido mi inspiración”, dice. Y también su ejemplo. Su mamá fue madre soltera, como miles en este país, y sacó su carrera de contabilidad, estudiando los sábados, trabajando de lunes a viernes, y siendo madre después del horario laboral. Marco dice que en un radio familiar de unas 20 personas, ella y él son los únicos universitarios. Y él es el único con maestría. Después que terminó la carrera en la John Brown regresó al país y consiguió trabajo en el ingenio Monte Rosa. Allí estaba cuando le aprobaron la beca para hacer una maestría en la universidad estatal de Arkansas. Su tesis la hizo sobre almacenamiento de energía en plantas térmico-solares. Esta vez logró cuatro sobre cuatro. Marco dice que hay la posibilidad de doctorado, pero, por ahora, quiere hacer una carrera laboral en el ingenio que pertenece al grupo Pantaleón. Aunque ha ido con prisa, y parece que ha pasado compitiendo sus 24 años, sabe que aún le queda mucho tiempo para ir por nuevos títulos.

DESCENDIENTE DE MATEMÁTICOS

Si Rabindranath Busto Martínez, mejor bachiller del país en el 2003, hubiera tenido que nadar 100 metros en una piscina como una prueba más para ser el mejor estudiante, tal vez nunca se hubiera convertido en el mejor expediente de secundaria de ese año. A Busto, que debe su nombre al Nobel hindú Rabindranath Tagore, lo aplazaron en educación física porque le tenía miedo al agua y no lo hacían meterse en la piscina. Estudiaba en el colegio Salesiano de Masaya, donde hizo los dos últimos años de primaria y toda la secundaria, y era obligatorio recibir clases de natación, pero Busto no podía meter los pies al agua porque le daba pánico. Recuerda que en un bimestre se sacó cero. Al fin se metió un par de veces, y pasó con las completas, con sesenta. Fue un caso perdido, reconoce, y con un guiño en el labio derecho con el que termina esbozando una sonrisa, confiesa que ya superó ese miedo, pero tampoco es que ahora le guste practicar natación.

A Busto, que es ingeniero en sistemas y trabaja para la Distribuidora Nicaragüense de Petróleos, lo que siempre le ha gustado son los números. Desde niño. A lo mejor lo trae en los genes. Sus papás estudiaron en la ex Unión Soviética: ella economía y él matemática aplicada. Allá en la ciudad de Donetsk, una de las más conocidas de Ucrania en la actualidad, abrió los ojos el pequeño Rabindranath. Pese a la cercanía de su nombre con la lírica y las letras, fue a los números a los que de verdad lo acercó su familia.

Tuvo tíos matemáticos, y cree, no está muy seguro, que su abuelo paterno, Joaquín Busto, fue profesor y un intelectual modelo para su papá, que ahora se dedica a la informática.

La medalla de mejor estudiante le llegó en el año 2003. Y la historia se repite. Rabindranath había sido siempre buen estudiante, de los mejores, de los que estuvieron en el cuadro de honor. Pero no siempre fue el mejor. Ese año, en que logró un promedio por encima de 97.5 por ciento (dice que no recuerda los decimales exactos, y se ríe), venía de perder las olimpiadas matemáticas municipales para las que se había preparado.

Pero le fue mejor en el concurso nacional.

Durante la secundaria, por su inclinación a los números, Busto siempre pensó en estudiar alguna ingeniería. No tenía muy clara cuál. Le llamaba la atención la rama civil, sistemas, pero también la ingeniería genética, que no existe en el país. Finalmente, se decidió por la ingeniería en sistemas, que estudió en la UAM (Universidad Americana) con beca de la Fundación Uno. En la universidad tampoco bajó la guardia en las clases. Su promedio global fue de 96 por ciento.

Rabindranath Busto.
LA PRENSA/M.LORÍO

Contrario a lo que pasa con otros buenos estudiantes que consiguen trabajo a lo inmediato, Busto estuvo un tiempo sin laborar después de terminar la carrera. Pasó alrededor de ocho meses.

Busto es muchacho de pocas palabras. Tal vez es la característica de un ingeniero experto en programación, que hace análisis de datos, que descompone y recompone un software, que de alguna manera interactúa la mayor parte del día con el computador.

Y contrario a otros mejores bachilleres entrevistados por LA PRENSA para este serie, a Busto no le interesa hacer una maestría fuera del país. Dice que prefiere investigar por su cuenta y que ahora con internet puede profundizar en los temas que le interesan.

“Siempre estoy investigando cosas relacionadas con mi profesión”, dice este muchacho de 22 años, que es tan delgado que aparenta menos años de los que tiene. Tampoco le gusta mucho salir. Casi no va a fiestas. Le gusta la guitarra clásica. Nunca ha tenido novia. Podría decir que es tímido, pero tampoco se define así.

A Busto no le gusta planificar nada. Por eso no puede decir qué quiere estar haciendo en los próximos años, ni dónde se ve de aquí a cierto tiempo. Supone que trabajando, supone que aprendiendo más sobre los temas de su interés, y supone que en el país. Busto, que nunca planifica, recuerda como una de sus experiencias más importantes la pasantía en el parque Galápagos, en Ecuador, donde estuvo por ocho meses en el área de informática. De paso aprovechó para estar con su mamá, quien vive allá desde hace algunos años con sus hermanos menores.

Cuando se le pregunta por el sistema escolar, por la calidad de los docentes, él dice que tuvo muy buenos maestros, y cree que aquí hay mucho talento, pero hacen falta más recursos para investigación, que las limitantes no son de conocimiento, porque hay gente que lo tiene, si no de recursos para llevarlo a la práctica.

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