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“Kirchner y la democracia autoritaria”

La muerte del ex Presidente de Argentina, Néstor Kirchner, ha sido muy sentida en ese gran país suramericano y significa una gran pérdida para su esposa —la presidenta Cristina Fernández Kirchner—, su familia y el pueblo peronista, del que era su caudillo. Pero también es una pérdida sensible para todo el movimiento populista de izquierda en América Latina.

Kirchner falleció cuando prácticamente se preparaba para presentar en las elecciones del próximo año, su candidatura a ejercer otro período presidencial en Argentina. Aunque la verdad es que no se había separado de la presidencia de su país, pues durante el ejercicio presidencial de su esposa, Cristina Kirchner, ejercía una influencia determinante según diversos analistas políticos argentinos e internacionales. Después que dejó de ser Presidente de Argentina, el 10 de diciembre de 2007, “lejos de dedicarse a la literatura de café —como había asegurado en una humorada cuando renunció a pelear por un segundo mandato—, empezó a participar con indisimulado protagonismo de las entrañas de un Gobierno (el de su esposa Cristina) cerrado siempre sobre sí mismo e impenetrable aún para los desorientados ministros y dirigentes, que se ven obligados a defender políticas muchas veces decididas entre las cuatro paredes de un dormitorio”, escribió el analista Claudio Savoia en la edición de junio y julio de este año de la revista internacional Foreign Policy en español. Como consecuencia —asegura Savoia— “no existe diálogo con la oposición, el tenue papel del Congreso no da estabilidad al sistema, y el enfrentamiento con la Iglesia y la prensa completan un panorama político dominado por la crispación”.

Pero el duelo popular causado por la muerte de Néstor Kirchner, ha elevado la imagen de la presidenta Cristina, quien, a falta de su esposo y de otro líder peronista capaz de sustituirlo, podría presentarse a la reelección presidencial en las elecciones del próximo año. Mitificado como un icono del peronismo y del populismo argentino en general, Néstor Kirchner podría después de muerto proyectar una sombra protectora sobre su viuda, a quien le ayudaría a mantenerse en el poder por un período más para seguir ejecutando el proyecto kirchnerista, que es la versión argentina del populismo izquierdista latinoamericano.

A propósito de esto último, es importante señalar que el liderazgo de Néstor Kirchner no se limitaba a la Argentina, sino que se extendía al ámbito de América del Sur, como lo ha remarcado la reacción que su muerte provocó entre los líderes populistas de la región.

Por supuesto que el kirchnerismo tiene sus propias características. Ha sido o es una manifestación de la llamada “democracia autoritaria”, una variante de la nueva izquierda política y gubernamental latinoamericana, cuya otra expresión fundamental es el denominado “populismo democrático”. Sus formas son distintas pero su contenido y proyecto estratégico es el mismo. Unos visten de saco y corbata y los otros se enfundan en uniformes militares y calzan botas de campaña, pero las dos corrientes convergen en el mismo objetivo de implantar un régimen autocrático y crear una sociedad cerrada en toda América Latina.

Sin duda que la “democracia autoritaria” es mucho menos grotesca que el “populismo democrático”, del cual se dice que domina horizontalmente los poderes formales del Estado —o sea por medios institucionales y aparentemente legales— pero ejerce verticalmente el poder real: político, económico, militar y policial. Aunque unos y otros se aprovechan del medio democrático por excelencia que es el electoral, para tomar el poder, y cuando lo tienen en sus manos gobiernan de manera autoritaria, los “populistas democráticos” centralizan más descaradamente las decisiones de todas las instituciones del Estado, retuercen rústicamente leyes y normas constitucionales, utilizan descaradamente los recursos públicos para practicar el asistencialismo social y el clientelismo electoral, reducen los ámbitos democráticos y estrechan los espacios de participación de la oposición, sin tratar de liquidarla pero sí de reducirla a una expresión formal, declarativa y simbólica.

En el fondo, ambas formas del nuevo populismo latinoamericano atentan contra la verdadera democracia, la cual se basa en instituciones fuertes y respetables, en el estricto cumplimiento de principios democráticos fundamentales como la división de poderes, la alternancia de diferentes partidos y personas en el poder, la vigencia del pluralismo político y del pluripartidismo, el libre juego de mayorías y minorías, el respeto a la libertad de prensa y de expresión, la autonomía municipal y la presencia y participación de una vigorosa sociedad civil. Es decir, todo lo contrario a lo que Daniel Ortega está pretendiendo imponer, consolidar y perpetuar en Nicaragua.

Editorial Opinión Autoritaria democracia Kirchner archivo
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