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Año con año la procesión de agüizotes tradicionales sale el último viernes de octubre de la Plaza Magdalena, en el corazón de Monimbó, para demostrar que esta tradición de muertos está más viva que nunca.

La verdadera alma de

“Todos los días al anochecer ella se desnuda y recita la oración de la noche”, cuenta la mujer de voz quebradiza. “Abajo carne, abajo carne, repite y frente a un huacal vomita su alma, las carnes se despegan de sus huesos y las deja nadando en mostaza hasta que regresa y realiza nuevamente el ritual para revertir los efectos. Con un silbido agudo la Cegua sale a cazar por las calles a los hombres infieles, borrachos y fiesteros, los seduce con su esbelta figura y hermoso cabello. Pero cuando los tiene de frente muestra la calavera de caballo y la carne podrida que tiene por rostro, el cabello se vuelve cabuya y los hombres enloquecen, se ponen babosos... quedan jugados de cegua”.

El último viernes de octubre espeluznantes personajes de leyendas se reúnen en Monimbó para revivir en una tradición que se abre paso con la luz del candil, gritos y los sones de toros. No se espante, acompañe a los agüizotes y conozca la historia que arrastran por las calles

Fotos de LA PRENSA / Manuel Esquivel / Archivo

La anciana se sienta frente a la media luna que forman los niños sentados a su alrededor. La única luz que ilumina el lugar es la que sale de la boca del candil en forma de lengua de fuego. El humo del gas se mezcla con el olor frío de la noche que se cuela por las rendijas de las paredes de la sala. Ellos aguardan quietos en el piso, calentándose hombro a hombro y tomando del tibio que pasa de mano en mano en una jícara.

“Todos los días al anochecer ella se desnuda y recita la oración de la noche”, cuenta la mujer de voz quebradiza. “Abajo carne, abajo carne, repite y frente a un huacal vomita su alma, las carnes se despegan de sus huesos y las deja nadando en mostaza hasta que regresa y realiza nuevamente el ritual para revertir los efectos. Con un silbido agudo la Cegua sale a cazar por las calles a los hombres infieles, borrachos y fiesteros, los seduce con su esbelta figura y hermoso cabello. Pero cuando los tiene de frente muestra la calavera de caballo y la carne podrida que tiene por rostro, el cabello se vuelve cabuya y los hombres enloquecen, se ponen babosos… quedan jugados de cegua”.

El último viernes de octubre, todos los años, decenas de ceguas invaden Masaya. No se desnudan, no vomitan el alma, ni dejan caer sus carnes. Mujeres, hombres y niños toman sus máscaras y vestidos con grandes cotonas blancas o negras salen a celebrar al ritmo de sones de toros perfectamente ejecutados por los “chicheros” o filarmónicos. Después de las ocho de la noche convierten las calles en un festival negro con destellos de fuego, pintado de “sangre” y mil rostros, uno más monstruoso que el otro.

Los agüizotes son una fiesta popular en la que las leyendas y espantos de Masaya y Nicaragua se dan cita para revivir una tradición indígena que refleja la imaginación, las creencias y la historia de un pueblo que construyó un mundo mágico a partir de las realidades de su época. ¿Qué queda realmente de la tradición?

Año con año Monimbó, un barrio y comunidad indígena de Masaya, se viste de fiesta y encabeza lo que para ellos es una de las expresiones y lucha por mantener la identidad de su pueblo.

“Mi religión y mi ideología no me permiten participar en estas fiestas, pero no te puedo negar que los agüizotes son una tradición rica en historia, al igual que El Gran Torovenado del Pueblo”, dice doña Alma Inés Zepeda.

Su padre,Raúl Zepeda, un telefonista de profesión, inició hace más de 25 años un trabajo que además de mantener a su familia, fue abonando en cada pincelada a sus máscaras de papel maché, la identidad de esta tradición dándole rostro y vida a los agüizotes de Masaya. Hace tres años que murió pero su talento y esfuerzo están presentes en cada una de sus obras.

La sala de su casa parece un ropero gigante del que cuelgan cotonas blancas y negras de todos los tamaños, disfraces de esqueletos, trajes de tuza y de fantasía. A unos pasos más, muebles con más de 200 máscaras de espantos de todo tipo: la chancha bruja, la mocuana, el padre sin cabeza, la cegua, los viejos del monte, los cadejos, la carreta náhuatl y una larga lista de “cabezas” de animales y otros raros personajes que van desde el mismísimo diablo hasta el lunático guasón.

“Él era un artista nato y profesional, para elaborar cada una de sus piezas se documentaba, leía y buscaba en la memoria de la gente descripciones de los personajes y la historia de la tradición para recrearla de la manera más fiel posible”, cuenta Alma Inés, la mayor de sus hijas.

“Antes la fiesta era la ‘noche de apante’ o espantos, siempre el último viernes del mes de octubre, salir a las calles en procesión a espantar las ánimas perdidas. Los indígenas celebraban a sus muertos el noveno día, se pintaban y se vestían de negro y salían en la procesión del candil. Ellos recorrían esa noche las calles que el muerto solía visitar para espantar el espíritu, sobre todo de las almas que andaban penando, se reunían en Monimbó y hacían una oración colectiva para el descanso eterno de sus familiares. Era un desfile solemne que iluminaba las calles con los candiles. Ahora todo ha cambiado”, se lamenta Zepeda.

Dentro de las fiestas patronales de Masaya, que se celebran desde agosto hasta noviembre, en honor a San Jerónimo hay una diversidad de actividades religiosas y populares, pero sin duda alguna entre las más pintorescas y llamativas están Los Agüizotes y El Torovenado del Pueblo.

El último domingo del mes de octubre quedó instaurado como el día de El Gran Torovenado del Pueblo. En este desfile desde el mediodía, figuran los promesantes con trajes típicos o disfraces tradicionales, pero sobresalen peculiares personajes que aparecen y desaparecen de acuerdo a la imaginación del pueblo. La fiesta es una especie de teatro callejero en el que se realizan representaciones y sátiras que van desde personas locales hasta grandes figuras del Gobierno o personajes internacionales.

De igual manera el último viernes de este mes los agüizotes ponen su peor rostro y salen de la Plaza Magdalena a las calles con gran algarabía. Corren, entran a las casas, asustan a los niños y a todo aquél que encuentren desprevenido. Bailan al son del Pájaro amarillo o Ese toro no sirve , piezas populares que los músicos van regando por las calles para embeber al pueblo con esta tradición.

Indiana y Alma Inés Zepeda, la menor y la mayor de las hijas del mascarero tradicional, reconocen que la tradición se ha trasformado de muchas maneras. Desde ir perdiendo el conocimiento de la historia o el verdadero sentido de las actividades, hasta olvidar algunos personajes e incorporar otros ajenos y hasta ponerlos a bailar con música moderna.

“La gente tergiversa las cosas. Hace unos 20 años salían con máscaras aunque fueren de cartón pero que representaban realmente la idea original. Veías desfilar a la muerte, el diablo, la taconuda, la llorona, la cegua, la mona o la chancha bruja… ahora muchos hasta de mariposas van. ¿qué tiene que ver eso con nosotros? Nada, ni eso ni las máscaras plásticas”, dice Alma Inés.

“El Torovenado originalmente era una promesa a San Jerónimo. Un finquero al que se le desaparecía su ganado y que le ofreció esta procesión con tal que acabara su problema. Al final apareció muerto un tigre y sus trabajadores salieron a la calle a celebrar, agarraron la cabeza de un toro y le pusieron ramas como cuernos; de ahí “torovenado”. Otros se pintaron, simularon ser todo tipo de animales, las mujeres con huipiles, canastos o morrales repartiendo flores o dulces. Luego, por el ingenio, la jocosidad y la picardía del nica se comenzó ridiculizando a los españoles, luego se disfrazaron de personajes del pueblo… Recuerdo que a mi papa hace tiempo le encargaron hacer máscaras de pulgas, chivos, cucarachas y monos, que correspondían a los apodos de algunas de las familias de aquí”.

¿Agüizotes del puebloo agüizotes jurídicos? No importa. Todos se suman a la fiesta. Lo que para muchos podría ser una segmentación de la celebración o una división por clases sociales, para don Silvio Ortega Centeno es sólo una manera más de unirse, disfrutar y difundir esta tradición.

Describe al grupo de agüizotes jurídicos como un apéndice de la fiesta creado para darle mayor colorido y extender la celebración al centro de Masaya y en un horario vespertino para el disfrute familiar. Los agüizotes tradicionales los organiza el Torovenado del Pueblo y los agüizotes jurídicos nacieron hace más de 20 años por un grupo de abogados.

“Nosotros como capital del folclor nacional nos sentimos en la obligación de preservar las tradiciones, pero para poder hablar de toda Nicaragua debemos dar muestra de lo que tenemos, lo que somos, de dónde venimos”, señala Silvio Ortega.

“Cabe recalcar que nada tenemos que ver con ritos diabólicos o sectas, lamento mucho y hasta me molesta que algunos sacerdotes o pastores satanicen las tradiciones. Estas personas están cerradas en sus ideas que no los dejan analizar las expresiones y movimientos folclóricos del pueblo. Nuestros micos, ceguas, lloronas y mocuanas, todo tiene un trasfondo histórico que viene de la Colonia. La misma carreta náhuatl tiene una historia de terror que vivió nuestra gente, nada que ver con diablos ni locuras. La leyenda retrata esos bueyes que venían dirigidos por los conquistadores españoles y salían por las noches a buscar a los indígenas para trasladarlos como esclavos al sur. Imaginate la situación tétrica de una carreta que desde leguas provocaba terror con su ruido por lo que representaba. Eso causó un trauma grande en nuestro pueblo y la gente fue adaptando la historia y su manera de contarla en nuestras leyendas y tradiciones. Eso hay que valorarlo, defenderlo, preservarlo y difundirlo”.

Danilo Mora Luna es parte de los masayas que procuran mantener y promover la tradición. Él participa en los agüizotes del pueblo que año con año se toman las principales calles de Masaya en una especie de teatro callejero que va desde lo más tradicional hasta lo importado.

“Es importante poner especial cuidado en el relevo generacional, enseñarle a nuestro niños y jóvenes el amor por sus expresiones folclóricas, por sus tradiciones para garantizar que las costumbres se perpetúen, pero de la manera en que debe hacerse, fiel a la tradición”, sugiere Danilo Mora quien actualmente tiene bajo su Administración el Mercado Municipal de Artesanías.

“Es una lucha constante , hay cosas que se han perdido en el tiempo y la memoria, muchos folcloristas y tradicionalistas han muerto, ahora los agüizotes están absorbiendo al Gran Torovenado del Pueblo pero es porque la fiesta se ha hecho masiva y hay gente que lamentablemente se deja llevar por modas o costumbres extrajeras y mezcla nuestras leyendas con personajes de ciencia ficción que nada tiene que ver”, señala Mora Luna. “Otro fenómeno es que se quiere trasladar el folclor de Masaya a Managua, yo no veo mal que las tradiciones se compartan, siempre y cuando mantengan el sentido de las cosas, si no estamos destruyendo la identidad que nos queda”.

Para Haydée Palacios, folclorista nicaragüense y directora del ballet que lleva su nombre, la tarea no ha sido fácil pero es un orgullo como masaya haber llevado una adaptación de la tradición de los agüizotes a escenarios internacionales como el Festival Mundial de Folclor, donde la agrupación obtuvo una mención honorífica con esa pieza.

“Yo hice una investigación musical y en el lugar para poder recrear bien la escena, yo anduve en la calle como agüizote, sé lo espontáneo, sé las tradiciones que me contaba mi abuela, pero por la naturaleza dinámica del folclor debía conocer las trasformaciones que había tenido este baile”, cuenta Haydée Palacios.

“Ahora mucha gente lo hace y está bien, no importa que copien, pero que lo hagan bien, que se eduque en las escuelas, que se enseñe a los niños las leyendas como piezas narrativas de nuestra historia, que se invierta más en la promoción de los valores e identidad nacional. Managua puede absorber a Masaya, no sólo en territorio, también en el aspecto cultural y no hay que verlo como una rivalidad sino como una manera de esforzarnos por mantener el folclor y cada una de sus expresiones. Retomando los bailes, las antiguas recetas, las piezas musicales tradicionales y todas las historias que deambulan en las memorias de nuestros abuelos, historias que ellos mismos aprendieron de la voz de sus ancestros en las noches en que las familias se reunían a compartir a la luz del candil”. b

La Prensa Domingo

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