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Ernesto González Valdés

Crónicas de un primer mundo

Siempre he escuchado hablar de países del primer mundo y los del tercer mundo, estos últimos que en ocasiones su calificación suele cambiar de nombre: países subdesarrollados o en desarrollo, que siendo propositivo, la idea es mejorar económicamente, mejores condiciones de vida, mayor empleo y educación, etc.

Siempre he escuchado hablar de países del primer mundo y los del tercer mundo, estos últimos que en ocasiones su calificación suele cambiar de nombre: países subdesarrollados o en desarrollo, que siendo propositivo, la idea es mejorar económicamente, mejores condiciones de vida, mayor empleo y educación, etc.

Las circunstancias de la vida me dieron la posibilidad de brincar “el charco”, entiéndase 8520.81 kilómetros de distancia cruzando el Océano Atlántico hasta llegar a la Madre Patria, Tierra de aquéllos que nos enseñaron una cultura, que trajo consigo, el idioma, los alimentos, bailes, que de una forma u otra algunas quedaron, contrarrestadas por el dominio de la cultura maya.

¿Qué sucedió al “desembarcar”? De principio, ver derroches de infraestructura en un aeropuerto con 4 pisos de alto; escaleras eléctricas que suben y bajan. ¿Y las maletas? Buscaba la banda o canal por la cual salen las mismas, pero no, requería de trasladarse en un tren subterráneo o metro hasta otra terminal, en la cual allí estaba el equipaje.

Después de cerrar la mandíbula, producto de lo novedoso, nos trasladamos a casa de los amigos que nos esperaban; en el transcurso observábamos túneles, puentes calles de 4 carriles en una dirección.

A lo anterior sumábamos la presencia de contenedores donde se indicaba según el tipo de basura, donde desecharla. ¿Qué más? Buses a cualquier hora del día, vacíos y con aire acondicionado.

Nadie empujaba, ni gritaba ni colgaba. La respuesta de vacío, en cuanto a los buses, podía apoyarme como hipótesis en la existencia de un metro, varios metros bajo tierra, unos dos o tres pisos según la estación y que digería cientos de personas, sin embargo, generalmente también circulaban vacíos, excepto en los horarios pico, pero no “prensados”, por tanto la hipótesis no pasó a teoría. ¿Ventajas de trasladarse en el metro? rapidez en cruzar la ciudad, hasta cualquier punto de la misma, pagando en una sola ocasión, siempre que no salieras a la “luz”, pero un elemento que me quedó grabado, al igual que el cuido del medio ambiente, eran las personas sin distinción de edad, leyendo; una cultura de lectura extraordinaria.

¿Cómo promover la puntualidad? ¡Todo estaba fríamente calculado! Buses o el metro que en cada parada o estación respectivamente, mediante avisos en pantallas digitales indicaban el tiempo que restaba para el siguiente medio de transporte.

Personas apresuradas porque ya teniendo cronometrado el tiempo hogar-centro de trabajo no desperdiciaban ni un minuto, para marcar con el uso de lector de huellas, cumpliendo con su horario.

En contacto con mis compañeros y compañeras de trabajo, una amiga me preguntó: ¿No será duro el regreso o retorno a nuestro país, ante semejantes diferencias? No, le contesté, me hace falta el gallo pinto, la tortilla, mi gente. Eso sí, insistiré con mis estudiantes la necesidad de fortalecer nuestros valores.

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