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Fabián Medina

En Letra Pequeña

Hecho probado

Está suficientemente probado que en noviembre de 2008 Nicaragua vivió, si no el mayor, uno de los fraudes electorales más grandes de su historia “democrática”. Hasta del propio lado del orteguismo se acepta que “hubo serias irregularidades” y ante la imposibilidad de explicarlas se argumenta que “hubo peores en el 96” o que “siempre ha habido, pero esta vez reclaman porque perdieron”. No ha explicado todavía el Consejo Supremo Electoral, por ejemplo, por qué aún no se han publicado los resultados totales, junta por junta, por qué hay juntas donde hubo más votos que votantes o en las que el Frente Sandinista sacó el 100 por ciento de los votos, para sorpresa de quienes ahí mismo votaron distinto. Podría mencionar cien irregularidades, pero el resumen es que se trastocó la voluntad popular por medio de artimañas, leguleyadas e, incluso, fuerza bruta y robo descarado.

Historia viva

Esto debería ser historia. Esa historia fea que cargamos, y que debería servirnos para tomar lecciones. Como las elecciones de 1947, cuando Somoza cambió flagrantemente los resultados de los votos para hacer que el ganador perdiera y el perdedor ganara, de la mano del doctor Modesto Salmerón, un despreciable personaje que, siendo árbitro electoral, se paseaba tranquilamente por los centros de votación entonando su cancioncita: “Voten, voten como quieran, que después yo contaré los votos como quiero”.

Gallina que come huevo…

Pero no es historia. El tribunal electoral que dirigió el fraude de noviembre 2008 ni siquiera renunció en pleno, como correspondía por vergüenza, ni los echaron del cargo, como merecían, ni les abrieron juicios, como era de justicia, y ni siquiera los dejaron irse (allá su conciencia) a sus casas una vez que se les terminó el período para el que fueron electos en el cargo que traicionaron. Al contrario, el presidente Ortega no sólo ¡propuso su reelección! sino que luego inventó un decreto para mantenerlos en el cargo a pesar de que no hay ley que lo faculte para ello. Y ahí están, ilegalmente en las sillas, listos para meterle el colmillo a otra elección… ¡Dios se apiade de Nicaragua!

Película repetida

“Si quieres obtener resultados diferentes, no hagas siempre lo mismo”, dice una frase que se le atribuye a Albert Einstein. Hasta ahora no hay ninguna señal que indique que las próximas elecciones serán mejores que las del 2008. Es como estar viendo una película repetida. Los mismos árbitros, la misma discriminación en la cedulación, los mismos funcionarios, militantes del mismo partido en las juntas y delegaciones electorales y, para remate, la misma decisión de no permitir observación electoral. “¿Para qué observación si somos suficientemente maduros?”, dicen con el mismo descaro del 2008.

Dos alternativas

Bueno, pero se dice que “en guerra avisada no muere soldado”. Ya sabemos cómo está el cuadro rayado y con qué reglas se jugará. Ya tocará a los partidos políticos y a los votantes decidir si nos la vamos a dejar montar otra vez. Y yo solo veo dos opciones: o se acepta el estado de cosas, y se instala esta nueva forma de “elegir” autoridades, o se lucha para cambiarlas. No hay de otra.

Dejar ganar

Lo extraño del caso es que ahora que se debería estar iniciando una recia campaña nacional e internacional para exigir reglas de transparencia básicas en una contienda electoral, la llamada oposición parece estarse acomodando a ser la opción a la que Ortega escoja para enfrentarse. Y jugar así, dejando ganar al niño malcriado, que por ser el dueño de los bates, manoplas y pelotas, pone a su conveniencia las reglas con que se jugará.

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