14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Juan Francisco Palacios López trabaja junto a dos de sus hijos en el taller, una cooperativa de más de 10 zapateros. “Hace un tiempo estuvimos quietos por esos zapatos chinos. No son buenos, pero la gente los busca porque son regalados… es más, una

Un oficio

El oficio del zapatero se resiste a morir. Estos hombres reviven el espíritu de un trabajo que para muchos ha sido sustituido por las máquinas industriales y las producciones en serie. En Masaya los talleres de zapateros se enfrentan a la oferta del mercado internacional y a la plaga del calzado chino. Malo, corriente, pero barato.

Son pintorescos personajes que luchan por subsistir en un mercado industrializado armando, haciendo remaches y sacando brillo. Ellos reviven zapatos viejos en busca de nueva clientela para mantener este oficio y a sus familias

Fotos LA PRENSA/ Manuel Esquivel/ Cortesía

El trabajo en el taller comienza a las seis. El mundo ahí se divide en alistadores y montadores. Van llegando uno a uno a la casa de Juan Francisco. Cada quien se lleva el trabajo a casa una vez entregado el paquete anterior, una tarea de docena y media de pares diarios por persona.

El oficio del zapatero se resiste a morir. Estos hombres reviven el espíritu de un trabajo que para muchos ha sido sustituido por las máquinas industriales y las producciones en serie. En Masaya los talleres de zapateros se enfrentan a la oferta del mercado internacional y a la plaga del calzado chino. Malo, corriente, pero barato.

Mientras don Juan va haciendo la entrega y recepción del material, su hijo menor cuenta los pares de zapatos que están tirados en el piso. Dos docenas de calzado femenino, estilo escolar en cuero negro. De buen diseño, buen material y un acabado especial. Es un zapato hecho a mano, con la dedicación que pone el zapatero para que su pieza sea perfecta. Cada pareja entra en la bolsa plástica transparente y va directo al saco que se monta en la parrilla de la bicicleta con la que se transporta el joven para hacer su entrega diaria. El precio es módico, no se puede alzar la tarifa pues la competencia le pisa los talones. No quieren volver a pasar la crisis de hace un tiempo cuando los pedidos cayeron ante la aparición del temido zapato chino.

Ahora Juan Palacios sólo dirige, pero no tiene miedo a agarrar el martillo de nuevo. Desde los siete años aprendió el oficio de la zapatería en el taller de don Arnulfo, de quien no recuerda el apellido, pero da de inmediato la seña particular: “Cacamuca”.

Con 39 años ha logrado reunir a más de 10 zapateros para continuar la labor de este oficio. En el taller de su casa sólo hay espacio para unos cuantos, pero el pequeño José Danilo se cuela en el cuarto. Todo el trabajo es realizado de manera artesanal, con el filo de las cuchillas, el golpe del martillo, el piqueteo de la máquina de coser y el dedo embarrado de pega.

Norman Chávez es el alistador. A los 10 años debutó en este oficio y a sus 35 es un talentoso trabajador.

“Hace poco se me lo querían llevar”, cuenta Juan Palacios, “un tico quería que le trabajara en su taller, pero al final no se fue”. Otra amenaza para el oficio. Varios zapateros de calidad, en busca de más trabajo, mejor paga y huyendo de la amenaza del zapato chino que abarrota los mercados, se han mudado al sur.

“Hace unos cinco años esto estuvo peor, muchos zapateros pusieron sus talleres y cuando apareció el zapato internacional a un precio regalado se desesperaron, bajaron tanto su precio que no les daba ni para mantenerse. Por eso muchos quebraron, se retiraron o ahora trabajan en medianas empresas que elaboran calzado de una manera más industrial”, cuenta Palacios.

Mientras él continúa revisando material, entregando y recibiendo, en el taller el trabajo va avanzando. En menos de 20 minutos Norman ha alistado más de una docena de piezas de unos zapatos de tela. Cortar, coser, cortar, coser.

A unos pasos otro joven está cortando un montón de plantillas de cartón comprimido, luego las viste con un forro de tela negra que ajusta en un movimiento rápido con las manos que le sirven de pinzas para sellar los bordes. Otro elabora un lazo que se coloca como toque final del diseño de una sandalia. Arman la pieza y terminan el zapato. Ellos son montadores.

Aquí se trabaja con el calzado de temporada, aunque ya se están preparando para unos encargos de zapatos escolares. Si se compara un zapato internacional con un artesanal la calidad y el acabado son superados en los talleres, pero la gente parece dejarse llevar por precios y etiquetas.

“Yo espero mantenerme por un buen tiempo, los muchachos tienen ganas de trabajar y éste es un oficio que da disciplina, te da ese valor y el amor al trabajo aunque las cosas estén malas. Mis muchachos se están preparando y yo quiero que sean profesionales, aquí tiene el chance de hacer las dos cosas. Unos vienen y otros se van”, asegura Palacios.

En el taller, Norman ya casi termina de coser las piezas. Los otros dos jóvenes ya están montando las sandalias. El niño que se escapó de su casa para hacer su visita matutina al taller está ahí. Observando. Entre tacones de madera, suelas de hule, retazos de cuero, piezas de tela, hilos, martillos, clavos y pega.

“Yo vengo aquí cada vez que puedo, me gusta ver cómo hacen zapatos… quiero aprender”, dice José Danilo, de 10 años, quien se queda en el cuarto, esperando que termine la tarea del día.

En Managua es aún más difícil encontrar un taller de este tipo, pero eso no quiere decir que el oficio halla muerto.

En el Mercado Iván Montenegro hay un espacio especial para ellos. Zapateros y remenderos abren sus cajones todos los días desde temprano. El silbido es un código del gremio, las camisolas y los shorts de mezclilla que ponen sobre sus pantalones parecen se su uniforme.

Llegan bien vestiditos, pero antes de sentarse en su silla deben ponerse prendas cómodas, frescas y que protejan la ropa con la que regresarán a casa luego de la jornada.

Se fijan bien en el cliente que pasa y si alguien trae un par de zapatos en una bolsita, es suficiente para que lo enamoren invitándolo a sentarse en “patas de gallina”, uno o dos bancos que tienen preparados para que su clientela aguarde mientras ellos lo reviven por una tarifa que va de 15 a 50 córdobas, dependiendo la gravedad del asunto.

La competencia es fuerte. Son más de 10 en un solo pasillo y la escena se repite en los diferentes mercados. Los más rápidos, los más diligentes y los que hacen mejor trabajo cosechan al menos una docena de clientes que al menos los fines de semana llegan con un par de zapatos que remendar. Aprenden, crecen, se casan y envejecen en el oficio que se va quedando sin relevos y que va perdiendo el valor en una sociedad en la que el precio parece ser más importante que la calidad. b

La Prensa Domingo

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí