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Douglas Carcache

El miedo del migrante

Rolando, un joven de Granada que hace un año se fue a trabajar a Costa Rica, volvió preocupado esta Navidad. “¿Cree usted que ese hombre se quede más?”, me preguntó con el interés de quien necesita tomar una decisión trascendente para su vida.

Se refería al presidente Daniel Ortega, quien este enero entra a su último año de gobierno, aunque busca ser reelegido en las elecciones de noviembre de 2011.

El joven migrante teme ser expulsado de Costa Rica, donde ya tiene un trabajo estable en la construcción, que le permite ahorrar y mandar dinero para el cuido de los dos hijos pequeños que dejó en Nicaragua.

El problema, según su percepción, es Ortega, un gobernante conflictivo empeñado en pelear con el gobierno de Costa Rica; y esta disputa tendrá, al final, consecuencias negativas para los miles de nicaragüenses que trabajan en ese país vecino.

Aunque los funcionarios de Migración costarricenses han entregado un mensaje tranquilizador a los nicas, que en esta época viajan a Nicaragua para celebrar con sus familias, entre los migrantes persiste el miedo de perder el trabajo.

“Los costarricenses les aseguramos que pueden continuar viviendo y trabajando en paz”, dice la nota que cada migrante ha recibido en los puestos fronterizos de Costa Rica, sabiendo el Gobierno de ese país que los nicas regresarán a laborar en enero con temor de que les impidan entrar o ya no hallen su empleo.

Al margen de las razones del conflicto fronterizo entre Costa Rica y Nicaragua, se ha generalizado la percepción de que Ortega es un Presidente que se niega a negociar, que prefiere confrontar en vez de dialogar, y hasta menosprecia los foros en que se reúnen los gobernantes de Centroamérica, a los que casi nunca asiste y manda a funcionarios de bajo rango.

El ambiente político en Nicaragua también alimenta el miedo entre los nicas en Costa Rica, quienes viven al tanto de los abusos de Ortega, de cómo se ha ido apoderando de las instituciones para garantizarse la continuidad en el poder de manera indefinida, es decir, para implantar su dictadura.

Si los migrantes tuvieran la certeza de que 2011 será el último año de Ortega en la Presidencia, tal como ordena la Constitución de la República que no le permite otra reelección, quizás pensarían que el mal rato pasará pronto y un nuevo gobierno puede mejorar las relaciones con Costa Rica.

Pero no, Ortega ha demostrado que le importan poco la Constitución y las leyes; y tampoco le interesan los nicaragüenses en el exterior, como confirma el hecho de negarles la entrega de cédulas de identidad a través de los consulados, a pesar de que la ley establece ese derecho.

Rolando considera que su plan de llevarse a la familia a Costa Rica depende, en parte, de que Ortega siga o no en el poder después de 2011, porque teme perder el trabajo en cualquier momento y luego volver a la pobreza de Nicaragua.

Sin embargo, es un miedo infundado en tanto que Costa Rica necesita la fuerza laboral nicaragüense. En la obra donde él trabaja, en San José, todos los obreros son nicas. “Los únicos ticos son los maestros de obra”, afirma.

Si Ortega se reelige, es más probable que más nicas emigren a Costa Rica antes que sean expulsados los que ya están allí.

Columna del día Opinión miedo migrante archivo
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