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En 1989, de todas las encuestas que se realizaron, sólo la de Víctor Borge & Asociados atinó que en las elecciones presidenciales del 25 de febrero, Violeta Barrios sería la ganadora.

Las encuestas: lo bueno, lo malo y lo feo

A partir de una muestra de la población se puede llegar a saber quién será el próximo presidente del país. Las encuestas muchas veces son un adelanto de los resultados del escrutinio, pero la certeza de éstas depende muchísimo de la experiencia del encuestador y las exigencias de quien encarga el estudio. Fácilmente una encuesta puede pasar de ser un instrumento científico para analizar la opinión pública a una herramienta más para hacer propaganda política.

Fotos de La Prensa/Archivo

 

A partir de una muestra de la población se puede llegar a saber quién será el próximo presidente del país. Las encuestas muchas veces son un adelanto de los resultados del escrutinio, pero la certeza de éstas depende muchísimo de la experiencia del encuestador y las exigencias de quien encarga el estudio.

Fácilmente una encuesta puede pasar de ser un instrumento científico para analizar la opinión pública a una herramienta más para hacer propaganda política.

Las encuestas pueden engañar, pero también desmentir. Fue por culpa de las encuestas que muchos creyeron que Daniel Ortega sería electo presidente en 1990, y no fue así. Pero también fue gracias a las encuestas que se predijo el triunfo electoral de Franklin D. Roosevelt, en Estados Unidos, en 1936; e igualmente se dijo que la victoria en la batalla por la presidencia la obtendría Salvador Allende, en Chile, en 1970.

Cuando en el resto del mundo las encuestas eran utilizadas para predecir los resultados electorales, en la Nicaragua sumergida en los cauces de la dictadura somocista apenas se comenzaba a saber su nombre.

Se dice que para 1970 el único que mandaba a hacer encuestas era Anastasio Somoza. ¿Qué era lo que investigaban? No se sabe. Pero no fue hasta 1989 que las encuestas comenzaron a ser parte importante en la historia del país.

En ese año se dio un fenómeno al que llamaron la “guerra” de las encuestas. Todo mundo hacía encuestas. Partidos políticos, organizaciones independientes y hasta gobiernos externos mandaron a hacer sus propias encuestas para saber de primera mano lo que ocurriría en las elecciones nicaragüenses.

“Todos decían que Daniel Ortega iba a ganar, pero nos equivocamos”, recuerda el gerente general de la firma encuestadora M&R Consultores, Raúl Obregón.

Una encuesta es una aproximación a la realidad. Muchas de ellas son utilizadas para obtener un adelanto de los resultados de las elecciones presidenciales, un estudio que no es tan fácil como podría parecer. Para tener una buena encuesta, hay que saber interpretar las respuestas de los entrevistados.

En 1989 hubo un “bombardeo” de encuestas. Todos decían que Ortega ganaba y hubo quienes daban esos resultados como un hecho. El mismo Frente Sandinista de Liberación Nacional se confió, pero al final los números dijeron otra cosa.

Como la mayoría de las encuestas lo decían, la opinión generalizada era que Ortega arrasaría. Que vencería a Violeta Barrios con más del 50 por ciento de los votos. Pero la realidad demostró que no basta con repetir los números de los resultados, había que saber “leer” las respuestas de los entrevistados, saber analizar a los votantes nicaragüenses.

Entre todos los estudios que se hicieron sobre la intención de los votantes, solamente la encuesta realizada por la costarricense Víctor Borge y Asociados atinó con el resultado final.

Además de indicar en sus resultados que la mayoría de los votantes se inclinaba por la candidata de la UNO, Violeta Barrios, esa predicción fue reforzada con una simulación de voto que realizaron con más de 9 mil personas, de la que resultó un marcador de 56 a 42 por ciento, obteniendo la victoria Violeta Barrios frente a Daniel Ortega.

Sin embargo, el error de los demás análisis consistió en que había que interpretar las intenciones de aquel 20 por ciento de los votantes que prefería no decir su verdadera opción política.

Les llamaban los “indecisos” y creían que éstos se abstendrían de votar porque no sabían por quién hacerlo, no obstante, fue ese grupo el que dictó la última palabra en el proceso electoral.

Todos decían y repetían que Daniel Ortega tenía el triunfo asegurado, pero la historia se encargó de dejar una lección al gremio de encuestadores que por aquellos años empezaba a dar sus primeros pasos en Nicaragua.

Se requería experiencia y no todos la tenían. Raúl Obregón empezaba a pisar tierra en el terreno del análisis de la opinión pública y recuerda a las elecciones nacionales de aquel 25 de febrero de 1990 como una de las mayores lecciones que le han ayudado para aprender a interpretar a los nicaragüenses.

Para entonces era miembro de ECO (Estudios y Consultas de Opinión), una firma con tintes sandinistas. Para esa fecha, realizaron un sondeo con seis mil entrevistados, pero el resultado que obtuvieron no se acercaba al de Víctor Borge y Asociados.

Una encuesta es un instrumento para conocer la tendencia de un grupo en cuanto a un tema determinado. Es una aproximación a la realidad. Si se trata de un estudio realizado de manera profesional, su resultado va a ser una buena representación de lo que en realidad opina la gente en un momento específico, pero si no es así, los resultados que pueda arrojar esa encuesta no tendrán ninguna validez y en lugar de ser un objeto de análisis, pasarán a ser como en muchas ocasiones, una simple herramienta con la que el político X busque cómo darse a conocer.

[doap_box title=”Controversia y frustración ” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]

Raúl Obregón, de M&R Consultores, recuerda las elecciones de 1990 como un periodo lleno de controversia, frustraciones y dolor, ya que para esa fecha la gran cantidad de encuestas que se realizaron se interpretó de manera errónea
“La mayoría nos equivocamos. Decíamos que el resultado iba a ser uno y fue al revés. En nuestras encuestas Daniel Ortega nunca excedió del 39-41 por ciento y doña Violeta nos salía con 30-33 por ciento, y el segmento que no votaba nos salía con 24-26 por ciento”, explica.

A ese 24 por ciento que decía no saber por quién votar en algunos casos lo asumían como abstención y en otros lo dividían entre los dos candidatos presidenciales.

Entonces aquella era la primera campaña electoral en la que Raúl Obregón realizaba sondeos de opinión.

En la práctica lo que ocurrió fue que, a pesar de que muchos habían dicho que no votarían, hubo una votación masiva a favor de Violeta Barrios que al final alcanzó casi el 54 por ciento de los votos.

Sólo hubo una encuesta que acertó en el resultado. Se llamó el estudio de los tres lápices.

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El investigador social de la Universidad Centroamericana (UCA), Manuel Ortega Hegg, explica que los resultados de una encuesta pueden distar de la realidad siempre que el cuestionario de preguntas que se haga a la gente condicione las respuestas. “Hay que saber preguntar, pero también existen maneras amañadas de cuestionar para obtener una respuesta determinada”, dice Ortega Hegg.

Raúl Orozco, de M&R Consultores.

En momentos electorales como el que se vive actualmente en el país, salen a luz encuestas de todo tipo. Es así que de pronto se dice que “el gobierno actual es visto por la población como el mejor que ha tenido el país en los últimos 20 años”, o aquellas que aseguran que “la mayoría de la población está en desacuerdo con el manejo de los fondos estatales”, por ejemplo.

En vísperas de elecciones como éstas, de carácter nacional, presidenciales, todos los candidatos se declaran vencedores por que según sus propias encuestas, todos llevan las de ganar. Pero la distancia entre eso y la realidad depende mucho del profesionalismo de quien realice el estudio.

No se trata de agarrar un lápiz y preguntar. “Puede que una pregunta arroje resultados distintos dependiendo de la manera en que se hizo. Hay preguntas que hechas de alguna manera predisponen las respuestas. Por ejemplo, cuando alguien pregunta ‘¿Está usted de acuerdo con que la derecha en Nicaragua, representada por el partido X, hizo un mal gobierno?’, evidentemente la gente opuesta a ese partido X que se está señalando tomará una posición sin analizar mayormente la pregunta”, sostiene Ortega Hegg.

Este investigador social reconoce que en Nicaragua la herramienta de la encuesta está aún en la etapa de desarrollo. A pesar de que ya han pasado 20 años desde la famosa “guerra de encuestas”, a pesar de que ya no se limitan al campo político, sino también el área del mercadeo de productos y estudios de consumo, Ortega Hegg asegura que la credibilidad de estos estudios sigue siendo aún muy cuestionada debido a la falta de profesionalismo de muchos encuestadores.

Para que una encuesta sea confiable, debe pasar un proceso en el que son probadas las preguntas para verificar si se entienden, si no predisponen las respuestas, entre otros aspectos.

Además, dice Ortega Hegg, la credibilidad de una encuesta depende mucho de su ficha técnica. En Nicaragua, por el tamaño de su población, una encuesta debe tener como mínimo 800 entrevistados, distribuidos de forma proporcional a la manera en que está la población asentada en todo el territorio nacional.

A estos detalles, Raúl Obregón añade que se requiere además un mínimo de experiencia en la interpretación de los datos. Es importante conocer cómo ha venido comportándose la gente, saber cuál es la tendencia de la población en determinados aspectos en distintos momentos.

Otra característica muy importante que menciona Manuel Ortega Hegg es que las encuestas tienen mucha relevancia cuando se realizan en países donde existe una democracia abierta. El nivel de confianza en el resultado de un sondeo de opinión va a depender muchísimo de la libertad para expresarse que tengan todos los ciudadanos.

Volviendo a la época de 1970, cuando se estaba bajo la dictadura somocista, “al no haber una democracia abierta, el mundo de las encuestas era algo difícil. Las encuestas se desarrollan bien en ambientes democráticos”, enfatiza, y Nicaragua vivía entonces el principio de una década de guerra y revolución.

Manuel Ortega Hegg, investigador social de la UCA.

Ese mismo fenómeno se repitió nuevamente en la década siguiente. En los ochenta existían fuertes restricciones a las libertades públicas, el país continuaba en guerra y había miedo para expresar lo que se quisiera.

Además de que las condiciones eran difíciles, Ortega Hegg coincide con Obregón en que hubo errores a la hora de interpretar correctamente los datos.

“Hubo un sector muy grande de gente que estaba indecisa, que no expresaba su opinión y al momento de leer las encuestas, interpretaron que esos indecisos se iban a repartir a partes casi iguales entre los dos candidatos fuertes. Pero resulta que no fue así, la inmensa mayoría de esos indecisos estaba con doña Violeta Barrios”, comenta Ortega Hegg.

Para que una encuesta sea totalmente creíble, necesita cumplir con ciertas características técnicas que, lejos de ser simples formalidades, terminan dando mayor validez al estudio.

Deben hacerse pruebas para prevenir que haya elementos que influencien las respuestas. Algo así fue lo que se trató de demostrar con el experimento de los tres lápices, dirigido por Howard Schuman, quien era director de investigaciones políticas de la Universidad de Michigan, en 1989.

En ese estudio participó Obregón como contraparte en Nicaragua, encargado de aplicar las encuestas.

El estudio consistió en realizar 300 entrevistas, divididas en tres grupos de cien cada uno. Cada grupo de encuestas sería llenado con tres tipos de lapiceros. Un grupo usaría los lapiceros rojinegros repartidos en la campaña del FSLN. Otro grupo usaría lapiceros con cachucha azul y con un rótulo que decía “Violeta 1990”, y el tercer grupo usaría un lapicero “neutro”, de color dorado, sin ningún emblema o mensaje.

Con tan solo 300 encuestas, el estudio dio como resultado que Violeta Barrios obtendría la silla presidencial con un 54 por ciento de los votos a su favor, y que Daniel Ortega resultaría con el 40 por ciento de los votos. Y así fue.

El estudio de los tres lápices fue entonces el único que atinó en los resultados electorales, pero por ser un experimento extranjero, académico, no se dio a conocer hasta pasadas las elecciones, el 4 de marzo de 1990, a través de un artículo de opinión en The New York Times.

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Hoy por hoy no se ha logrado demostrar si las encuestas y sondeos de opinión pueden ser capaces de hacer cambiar la tendencia en las personas.

Aún no se sabe si de tanto repetir que el candidato X va a ser el ganador, al final haya gente que termine convenciéndose de que así será y prefieran sumarse al grupo de los ganadores.

Así como el grupo de indecisos puede decidirse por ir con el que ya se considera ganador, también puede volcar la balanza hacia el lado del candidato opuesto cuando están en desacuerdo con que el candidato X gane la contienda.

Éste es un fenómeno muy complejo que aún es sujeto de estudio en el mundo de las probabilidades y los números.

En Nicaragua, los medios de comunicación independientes han demostrado en los últimos años un fuerte interés por conocer la tendencia de sus audiencias respecto a diversos temas, entre ellos el político.

Es así que durante diversos momentos del año, se dan a conocer los resultados de encuestas que delatan la popularidad de diversos funcionarios públicos y la aprobación o desaprobación de las acciones gubernamentales.

Sin embargo, casi siempre estos resultados difieren de los propios sondeos del gobierno.

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