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 La joven Edith, junto a su hermano Niels y junto a sus padres Vilhelm y Sofie. LA PRENSA/CORTESÍA José M. Vivó.

Edith Gron, genio y arte

La joven Edith, de cabellos dorados y ojos verdes, pasaba sus horas libres jugando con el barro que moldeaba diferentes expresiones, el mismo barro con el que los campesinos hacían los comales y que hasta en ese momento la joven escultora lo descubriría usándolo a voluntad, haciendo caritas, muñecos, hasta que un día lanzó un grito llamando a su madre a recocer en aquel trozo de barro las facciones de una de sus amigas.

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Por Marta Leonor González

La joven Edith, de cabellos dorados y ojos verdes, pasaba sus horas libres jugando con el barro que moldeaba diferentes expresiones, el mismo barro con el que los campesinos hacían los comales y que hasta en ese momento la joven escultora lo descubriría usándolo a voluntad, haciendo caritas, muñecos, hasta que un día lanzó un grito llamando a su madre a recocer en aquel trozo de barro las facciones de una de sus amigas.

Sofie, su madre, no salía de su asombro, al tiempo que hacía venir a vecinos y amigos para que admiraran la obra de la escultora. En ese momento la familia descubrió que la joven poseía un talento especial, posiblemente heredado de sus padres, la madre que tocaba el piano y su padre Vilhelm que disfrutaba en sus ratos de ocio a tocar el violín, un Stradivarius.
De ese genio femenino nacería lo que José M. Vivó, el biógrafo de la escultora Edith Gron, llamaría “Las manos de la princesa de rayos de oro”. Día a día moldeando la arcilla hasta que 1953, Edith sorprendería con su primera exposición individual en el Palacio Nacional de Managua, exhibiendo esculturas monumentales, desnudos, figuras alusivas al costumbrismo y escenas salidas de la cotidianidad rural.

Ingenio que la llevó más tarde a realizar esculturas de bulto redondo de personalidades como la maestra Chepita Toledo de Aguerri, el doctor Joaquín Vigil, Pablo Antonio Cuadra y Rubén Darío, que sería uno de los temas principales de su escultura.

LA FAMILIA

Venida de Dinamarca por la crisis económica, la reciente Primera Guerra Mundial, la salud de su madre Sofie, quien sufría fiebres reumáticas, su padre Vilhelm Gron se vio en la necesidad de emigrar con su familia a buscar un clima más cálido, de lo contrario, su esposa podía fallecer en un tiempo de dos años.

Dinamarca para Vilhelm ya no representaba esa tierra que le traería prosperidad. Los hechos acontecidos lo conducían a emigrar a América, una tierra que a todas luces prometía un clima adecuado para su esposa enferma y para sus pequeños hijos Edith y Niels.

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Diego Manuel Chamorro Bolaños era, en aquellos años, el presidente de Nicaragua y mostraba interés en recibir a toda clase de emigrantes que procedían de Dinamarca, a través de la Embajada de París y de la organización Foreningen Emigranten, una asociación encargada de organizar las tareas de emigración. Sus enviados intentaban convencerlos de las enormes ventajas que ofrecía vivir en el país, entre ellas la adquisición de parcelas que el gobierno les obsequiaría para que las familias se ubicaran en tierras productivas y empezaran una nueva vida.

LA TRAVESÍA POR BUQUE

La decisión de dejar las tierras frías y mudarse a zonas más cálidas no demoró y fue un 31 de julio de 1923 que Vilhelm viajó con su familia y tomaron el tren en dirección a Esbjerg, en la costa suroeste en la península de Jutlandia, dando inicio a su aventura por tierras desconocidas hasta llegar en buque hasta la zona de Centroamérica.

El viaje fue largo y en cada puerto la familia se reabastecía con víveres para las largas jornadas. Luego de la travesía llegaron al Puerto de Corinto, donde con otros migrantes fueron recibidos con banderas de Nicaragua y Dinamarca. Un mundo desconocido les esperaba, un idioma diferente, comidas extrañas y enfermedades raras tendrían que pasar en un país al que, después de muchos años de bregar, lo llamarían patria.

Ya una vez ubicados, la mayor del matrimonio de los Gron, Edith Dorthe, nacida un lunes 19 de febrero de 1917 de cabellos dorados y ensortijados venida de tierras remotas, mostraba adaptarse rápidamente a los cambios. Sin embargo, el tiempo transcurrió entre dificultades y los Gron se mudaron muchas veces de casa hasta encontrar mejores condiciones de vida. Matagalpa y Juigalpa fueron parte del peregrinaje, hasta que llegaron a Managua, donde terminaron de radicarse.

EL ACCIDENTE

Parte de esa búsqueda por sobrevivir fue que la familia Gron decidió montar un pequeño restaurante al que llamaron La Casa Dinamarca. La vida transcurría sin novedad hasta que un día el 21 de octubre de 1931, al regresar de un viaje hacia el mar… “Vilhelm perdió el control del vehículo a causa de una piedra en el camino y chocaron de frente contra un árbol. Del accidente, Edith, que iba sentada adelante, junto al conductor, debido al choque del automóvil salió por los aires atravesando los parabrisas”.

En Matagalpa en 1924  con su hermano Niels.

“No le quedó un solo hueso de la cara sin romper. Tenía toda la estructura ósea del rostro fracturada hasta el punto que, en los días siguientes, sus mandíbulas tuvieron que ser sujetadas con alambres especiales”, recrea José M. Vivó, artista valenciano que ha escrito: La vida de Edith Gron Biografía de una escultora.

Según en el libro escrito por Vivó y publicado en diciembre del 2010 por el Instituto Nicaragüense de Cultura, “la joven se recuperó y fue atendida por una misión de médicos norteamericanos que visitaron el país y que la intervinieron varias veces, pero la joven tendría que enfrentar cinco meses después en la fiesta de sus quinceaños la realidad de las marcas en su cara”.

Para el mismo Vivó y críticos de arte, el accidente que sufrió Edith la obligaría a enfrentar la vida con mucho coraje, que luego se vislumbraría en su escultura de mucha fuerza y temple. “En la escultura encontraría la expresión de esa fuerza, que nada ni nadie le podía arrebatar hasta ahora”.

VIAJES, MAESTROS Y AMORES

Pero el accidente no sería impedimento para que Edith Gron buscara cómo perfeccionar la escultura, el talento y los estudios que la condujeron a la Escuela de Bellas Artes de Managua, ahí tuvo como compañeros a Roberto de la Selva y Fernando Saravia, que ya para entonces era un destacado pintor. En ese ambiente en el que trabajaba con afán e interés fue guiada por unos de sus maestros, Genaro Amador Lira.

En su empeño por formalizar los estudios viaja a México D.F, donde ingresa a la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, para entonces ese centro fue cuna de formación de grandes artistas como Fidias Elizondo, Ignacio Asúnsolo, “principales renovadores del lenguaje escultórico postrevolucionario…” según destaca Vivó.

Monumento al progreso.

Según el estudioso y escultor valenciano, Gron, “a pesar de haber estado moldeada bajo los esquemas tradicionales de los centros de enseñanza y los escultores centroamericanos o mexicanos, sus raíces permanecían todavía bien sujetas a su Dinamarca natal, manifiesta en una de sus obras, cierta tendencia hacia una ejecución formal más cercana a aquellos otros escultores que tras su éxodo físico habían sabido conectar o estaban adscritos a alguna de las diferentes corrientes internacionales”.

Pero México, además del conocimiento y la información artística, le traería una de sus exposiciones más importantes. En 1944 exhibiría colectivamente en el Palacio de Bellas Artes de México, en el D.F. El castigado sería la pieza que daría mucho que hablar, al punto que la prensa mexicana elogió el talento de la escultora. “Se trataba de la figura en la que aparece un niño llorando, después de haber sido reprendido con azotes”. De esa misma época destacaría El fauno, una pieza de clara referencia mitológica y bucólica que hace referencia a la influencia que ella tuvo del escultor francés Augusto Rodan.

Alentada por sus éxitos en México, regresa a Managua y de ahí decide estudiar en Estados Unidos, y es aceptada en la Universidad de Columbia, donde perfeccionaría el arte de la cerámica, resultando en palabras de Edith “…una estancia muy provechosa”. A lo que dos años después regresó a Nicaragua y ejecutó con maestría piezas excepcionales.

Edith tuvo tres novios, pero no se casó. Uno de ellos fue Bill Turcios, el famoso boxeador de esa época de los años cuarenta. Bill fue luego el padre de Oscar Turcios, quien llegó a ser un conocido combatiente guerrillero en los años setenta. Ella llamaba a su novio Billito, quien además de boxeador profesional era también bombero voluntario.

Por su complexión musculosa y atlética, Bill le sirvió de modelo para las estatuas de los héroes nicas Diriangén y de Andrés Castro.

DARÍO MOLDEADO

A Rubén Darío lo moldeó en barro, lo talló en piedra y en madera, lo moldeó en piedra artificial y en cada uno de ellos expresó el verdadero espíritu del poeta.

Pero en su búsqueda por atrapar el espíritu del maestro, hizo realizar varios bocetos y moldes. Y tallado en mármol procedente de las canteras de Guatemala, realizó un seguimiento fotográfico del proceso en el que esculpía un busto de Darío. Un par de años antes, concretamente en 1961, tallaría en piedra la cabeza de un Rubén Darío un tanto peculiar. Con título La Cartuja, este retrato del poeta, tocado con hábito de cartujo, hace clara referencia a la obra del mismo nombre escrita por Rubén Darío en 1913, durante su estancia en la Cartuja de Valldemossa, en la isla de Mallorca, en España.

En 1945 en plena carrera  artística.

Además de Darío, representó a héroes nacionales como Andrés Castro, José Dolores Estrada, al cacique Diriangén y al general Emiliano Chamorro.

Una anécdota curiosa sobre el trabajo de la escultora es revelada en una crónica del historiador Eddy Kuhl. “Cuenta su sobrina Margarita Gron, que cuando le encargaron ese trabajo que está al frente del Edificio de Correos de la vieja Managua, que son las estatuas de Enmanuel Mongalo y Neri Fajardo, en el acto de dar fuego al mesón en la batalla de Rivas contra los filibusteros de Walker, el comité pro monumento le pidió que les pusiera ropa, que les tapara sus partes. Es que ya sabían que mi tía los hacía desnudos siempre. Bueno me dijo mi tía, qué tontos que son, y por supuesto que les voy a tapar sus partes, pero van a quedar igual que desnudos”.

De 1959-1980. Esculpió más de 100 obras que están diseminadas en varios países, además de Nicaragua, España, Alemania, Francia, Dinamarca, Estados Unidos, México, Costa Rica, Perú.

A Edith cuando le preguntaban cuál era su mejor obra, ella contestaba: “La próxima”, y así forjó una carrera envidiable en la historia de la escultura nicaragüense.

CÁNCER Y ENFERMEDADES

Ya en los años setenta —no se conoce con exactitud la fecha— descubre un cáncer en la mucosa de la boca, en una consulta en Anderson Hospital en Houston, Texas, desde entonces tendrá que someterse a largos tratamientos de quimioterapia.

Pero será en 1981 cuando empieza a perder la vista y se dedica a la pintura al óleo y a realizar cuadros con trocitos de madera llamados Taraceas. La tarea por luchar con la escultura y por la vida siempre se verá refleja en la escultura de Gron, quien en 1990 muere en Managua, dejando a Nicaragua un legajo cultural de más de 300 esculturas de personajes y motivos nacionales.

 José M. Vivó, autor de Edith Gron Biografía de una escultura.
LA PRENSA/ U. MOLINA
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 Motivos y escenas  que inspiraron a Edith Gron, en ellas destacan obras reconocidas y premiadas.
LA PRENSA/CORTESÍA/ José M. Vivó.
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La Prensa Literaria

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