En los graves disturbios que han estado ocurriendo en Egipto en estos días, se puede ver como en un espejo lo que podría ocurrir en Nicaragua si continúa andando sobre el camino equívoco por donde lo llevan Daniel Ortega y el FSLN.
Es cierto que entre Egipto y Nicaragua hay diferencias abismales. En primer lugar, por la extensión territorial y magnitud de la población, pues Egipto tiene más de un millón de kilómetros cuadrados y arriba de 83 millones de habitantes, mientras que Nicaragua es un país de 130 mil kilómetros cuadrados y su población es apenas de 5 millones y medio de personas. También sus historias son incomparables. Basta decir que el origen de Egipto se pierde en la oscuridad de la prehistoria humana. Ya en el año 3,220 antes de Cristo, o sea hace 5,211 años, los primitivos pueblos egipcios dispersos se unificaron en un solo Estado, mientras que Nicaragua hasta en el primer tercio del siglo 19 después de Jesucristo se constituyó como Estado independiente. Y en cuanto a sus culturas, demás está decir que tampoco hay términos de comparación.
Igualmente en cuanto a importancia estratégica internacional, Egipto y Nicaragua son muy distintos. En Egipto está el Canal de Suez, por donde pasan anualmente más de 40 mil grandes barcos, casi todos de carga y en su mayoría gigantescos buques petroleros que llevan el crudo del Oriente Medio al mundo occidental. Por otra parte, Egipto desempeña un rol estratégico determinante en el Medio Oriente, ese polvorín mundial donde cualquier brusco desequilibrio de fuerzas podría desatar un conflicto armado de dimensiones y consecuencias incalculables; donde grandes agrupaciones extremistas y un país poderosamente armado e irresponsablemente gobernado, como es Irán, arden en la obsesión demencial de destruir a Israel; mientras este, para defenderse y sobrevivir está dispuesto a contraatacar de la manera más resuelta y destructiva que le sea posible. Por eso es que Estados Unidos y Europa muestran tanta preocupación por la situación de Egipto y sus inciertas perspectivas, y por eso mismo es que los enemigos mortales de Israel presionan para que Occidente no interfiera en la crisis egipcia.
Sin embargo, en el aspecto político y gubernamental Egipto y Nicaragua se parecen bastante. La crisis política egipcia es consecuencia de la prolongada permanencia en el poder de un anacrónico presidente autoritario y corrupto, Hosni Mubarak, de su sordera al clamor popular de que se vaya cuanto antes. Por su parte, en Nicaragua Daniel Ortega comete toda clase de tropelías institucionales, judiciales, legales, políticas y morales para quedarse en el poder tanto tiempo o más que Mubarak en Egipto. Y como lo ha advertido Tomás Borge, el FSLN hará todo lo que esté a su alcance para nunca más volver a entregar el poder.
Es que los países y los pueblos pueden ser muy diferentes en ubicación geográfica, idioma, cultura, situación económica, recursos naturales, etc. Pero los regímenes autoritarios y los llamados “hombres fuertes” que detentan el poder, son iguales en todas partes del mundo; del mismo modo que los principios de la libertad, la democracia, la justicia y los derechos humanos son válidos para todos los pueblos y países del mundo, sea Túnez o Egipto, Bielorrusia o Sudán, en Nicaragua o Venezuela.
Es por eso que se puede asegurar que la revuelta democrática que está ocurriendo ahora en Egipto ya ha ocurrido en Nicaragua por el mismo motivo: allá para que se vaya el dictador Mubarak y aquí para que se fuera el dictador Somoza. E inevitablemente volverá a ocurrir aquí, si Daniel Ortega y su partido FSLN se empeñan irracionalmente en hacer lo mismo que Anastasio Somoza y su partido PLN hicieron en el pasado.
La represión policial, militar o de las turbas oficialistas contra las movilizaciones pacíficas de los ciudadanos demócratas; los ríos de sangre que han corrido; los miles de muertos caídos en la lucha por la libertad y la democracia; la destrucción y el atraso causado por la dictadura; todo eso se puede evitar con sólo que se permita a los ciudadanos votar libremente y cambiar de gobierno cuando esa sea su voluntad. Pero la ambición, la codicia por la riqueza fácil, la prepotencia y la obsesión por el poder no le permiten a hombres como Mubarak y Ortega medir las consecuencias de sus actos abusivos, ilegales e ilegítimos. Y nada importara si la consecuencia fuera sólo su inevitable perdición personal y familiar. Es que le causan un terrible daño al país y al pueblo. Como los causó Somoza. Como los provocó el FSLN. Como evidentemente los quiere volver a causar Daniel Ortega.
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