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Pedro J. Chamorro B.

La observación electoral es un derecho adquirido

Desde la época de los Somoza, el pueblo de Nicaragua demandaba reiteradamente “elecciones libres, transparentes y súper vigiladas”, cosa que nunca se dio y por eso fue que el 19 de julio de 1979 el dictador tuvo que abandonar el país luego de una revolución popular, a pesar de que apenas semanas antes, un 1 de mayo, sus partidarios coreaban la última consigna de la dinastía, que irónicamente decía: “no te vas, ¡te quedás!”.

Años después, luego de otra guerra que desangró al pueblo nicaragüense, en febrero de 1990 tuvieron lugar elecciones ampliamente observadas por la comunidad internacional y a pesar de que el régimen de Ortega contaba con amplias ventajas, como ahora, al utilizar ilegalmente todos los recursos del Estado a su favor, pero sorpresivamente resultó derrotado ampliamente por Violeta Barrios de Chamorro.

Si no hubiera habido observación electoral, quizás no hubieran reconocido su derrota y otro gallo hubiera cantado en nuestra historia. Ortega demostró en aquel entonces que como demócrata tenía que aceptar la derrota, máxime que había sido presenciada por miles de observadores y por un Consejo Supremo Electoral presidido por el doctor Mariano Fiallos Oyanguren, que dio un ejemplo de honestidad y transparencia al reconocer los resultados que le fueron adversos a su partido.

Este hito en la breve historia democrática de nuestro país marcó una pauta para las futuras elecciones como las de 1996, que no solamente tuvieron una observación internacional, sino también de las instituciones nacionales como Ética y Transparencia y el Ipade. Igual ocurrió en las elecciones nacionales del 2001, que nuevamente le fueron adversas al Frente Sandinista y en las del 2006 donde, gracias al 35 por ciento y a la división de la oposición, se alzó con el triunfo con un raquítico 38 por ciento del electorado.

Solamente en las elecciones municipales del 2008 este hito se quebrantó y no hubo observación, porque el CSE lo consideró una “intromisión en los asuntos internos de Nicaragua” y fue entonces que se produjo el fraude de todos conocido y con las consecuencias negativas para el pueblo nicaragüense, como lo es el paulatino retiro de la cooperación internacional que se dio desde ese entonces.

Ahora que nos encontramos nuevamente al filo de un nuevo proceso electoral, donde todo parece favorecer al orteguismo: la oposición dividida como en el 2006, el uso indiscriminado de los recursos del Estado, la propaganda abrumadora, la cooperación venezolana usada como arma electoral, en fin, cabe preguntarse como se preguntan miles de ciudadanos en una campaña nacional: ¿cuál es el miedo a la observación?

La observación internacional o nacional únicamente tiene el propósito de avalar un proceso electoral limpio, o en caso contrario, lo deslegitima. Si Ortega, que ya de por sí no puede ser candidato porque se lo impide doblemente la Constitución de la República y aunque pudiera, no ha renunciado un año antes a como establece la ley para los ministros y el vicepresidente, si está tan seguro de su triunfo, ¿por qué no quiere observación nacional e internacional?, ¿será que en caso de que se produzca una sorpresa como la de 1990, quiere estar preparado para un fraude como el del 2008?

La observación es un derecho adquirido del pueblo nicaragüense, que no lo puede quitar el gobernante de turno, por eso debe de estar en una ley como la que actualmente se está promoviendo con carácter de urgencia, en vista de que estamos a las puertas de las elecciones y las intenciones de Ortega a través de su “bancada” en el CSE es la de no permitir observación en los comicios venideros.

A todos los nicaragüenses, incluso al propio Ortega, que está tan seguro de su triunfo, le conviene que haya observación para que el gobierno que salga electo tenga legitimidad y no sea cuestionado como ocurrió con los gobiernos municipales del 2008.

Si volvemos a repetir la película, de un Roberto Rivas como actor principal del reparto, contando solo las actas que le conviene a Ortega y dejando a un lado las que pierde, para contarlas quién sabe cuándo, como las miles de actas que nunca se contaron en las elecciones del 2008, entonces el fantasma de la guerra podría nuevamente acechar el futuro de nuestra historia, como un disco rayado que se repite y se repite, cada vez que da vueltas sobre su mismo círculo vicioso.

El autor es diputado.

Opinión derecho observación electoral Violeta Chamorro archivo
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