Querida Nicaragua: Hasta ayer me enorgullecía de un artículo de la Constitución hondureña que ponía un fuerte candado a la reelección presidencial y por lo tanto defendía a la nación de la amenaza permanente que representan las reelecciones que traen consigo dictaduras de derecha o de izquierda, pero dictaduras al fin.
El Congreso hondureño, lo informa LA PRENSA el sábado pasado, abrió camino a la reelección presidencial. Los diputados hondureños ratificaron las reformas que dan vía libre a referendo y plebiscito para cambiar el artículo 239 de la Constitución que prohíbe tajantemente la reelección presidencial.
El artículo en mención expresa que el ciudadano que haya ocupado la Presidencia de la República no podrá ocuparla nunca más. Y prohíbe que se legisle sobre este artículo y castiga con diez años de inhibición en un cargo público, a cualquiera que intente legislar sobre el mismo.
Ha sido mediante este artículo que nuestra hermana república del norte ha logrado enfilarse orgullosamente en el camino de la alternabilidad en el poder, o mejor dicho ha evitado la tentación de los presidentes de enamorarse de la silla presidencial y tratar de reelegirse. Honduras, por medio de este artículo de su Constitución, ha garantizado la sucesión pacífica cada cuatro años en elecciones que han sido un ejemplo para sus hermanos centroamericanos.
Es curioso que el Congreso hondureño haya violentado precisamente el artículo 239, el mismo que quiso violentar el ex presidente Manuel Zelaya y que provocó el golpe de Estado que lo mandó al exilio en Costa Rica. Yo tenía entendido que el ex presidente fue derrocado por haber querido violentar ese artículo y querer abrir el camino de la reelección en el país vecino. Ahora estoy confundido cuando el presidente Porfirio Lobo permite la misma violación por la que fue derrocado Zelaya. A mí me enorgullecía, y así lo proclamaba ante mis amigos y correligionarios, que nuestros hermanos hondureños nos dieran una lección de democracia con el artículo 239 de su Constitución. Creo que abriendo la posibilidad de un referendo para suprimir ese artículo, Honduras está dando un paso atrás, y además un paso muy peligroso, pues las reelecciones presidenciales son el paso previo para la instalación de dictaduras que luego quieren reelegirse de nuevo y convierten a los pueblos en víctimas de feroces gobiernos conculcadores de todas las libertades públicas.
Mientras nosotros luchamos aquí en contra de la reelección, los hondureños están propiciando la misma. Al parecer, el sistema democrático de la alternabilidad en el poder no ha sido bien aprovechado por el pueblo hondureño, o tal vez hay intereses ocultos en la actuación de los señores diputados, no lo sabemos. Lo que sí podemos afirmar con certeza es que no hay nada más sano para la democracia que la alternabilidad en el poder, y que el artículo 239 de la Constitución hondureña permite corregir los errores que puedan cometer los presidentes, mandarlos a su casa cada cuatro años y elegir uno nuevo. Elegir libremente cada cierto tiempo al dirigente de la nación es uno de los principales logros del sistema democrático. Esta práctica democrática propicia un sistema que permite el desarrollo armónico del país, la permanencia de un programa de nación a largo plazo que no se vea interrumpido por machetones o gorilas que pretendan eternizarse en el poder y obtener enormes réditos personales. La no reelección es garantía de paz, tranquilidad, progreso y bienestar para las naciones.
El autor es director general de Radio Corporación
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