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Alejandro A. Tagliavini

Patria, socialismo o fórmula 1 en Afganistán

Dice bien Gideon Rachman, del Financial Times, que atrocidades como el Holocausto o el genocidio de Rwanda, que costó casi un millón de vidas en 1994, o la masacre de Srebrenica, en 1995, no son comparables con lo que hasta ahora ocurrió en Libia. Sin embargo, la cosa podría empeorar y ya hay gente, como Gareth Evans, uno de los padres de la doctrina de la “responsabilidad de proteger”, que sostiene que el mundo no puede tolerar estas brutalidades y que la intervención internacional, incluso armada, está justificada.

Definitivamente el mundo debe evitar las masacres, pero los gobiernos occidentales debieron haberlo sabido antes de apoyar, hasta con armas, a Gadafy. Ahora, la solución pasa por maximizar la libertad de los libios, directa e indirecta, y la de las ayudas privadas (no las gubernamentales que suelen apoyar a tiranos) para que puedan zafar lo mejor posible, hasta la inevitable caída del tirano, y no hacer como el gobierno en Roma que ya está preparado para evitar una “masiva entrada” de emigrantes norafricanos.

Cualquier intervención militar empeorará las cosas. Alguien, a esta altura de la civilización, debería explicar cómo se resuelve el incoherente y primitivo argumento de que “la violencia puede traer paz”, máxime cuando toda evidencia histórica lo contradice: todas las guerras, absolutamente todas, empeoraron la cosa. En Irak, a partir de la invasión del ejército de EE. UU., se produjeron más muertes y más caos que lo que hubiera logrado el genocida Hussein antes de caer, tarde o temprano. Y en Afganistán, solo en 2010, murieron 2,421 civiles, según el Afghanistan Rights Monitor.

Pero, aunque los muertos van en aumento y los extranjeros son blanco de secuestros y ataques, desde 2006 es destino turístico para verdaderos aventureros con tours organizados por agencias como la británica Hinterland Travel o The Great Game Travel. En cualquier caso, aun estando en un país en guerra, difícilmente el turista oye un disparo. Sólo visita zonas relativamente seguras como la capital, Kabul, donde el caos y suciedad le dan un atractivo especial a una urbe todavía destruida por la guerra “justa”.

Pueden fotografiarse ante el palacio Darulaman, que parece un queso gruyere como resultado de los bombardeos. Otros destinos son la provincia de Bamiyán, donde estaban los Budas gigantes que los talibán dinamitaron, y la ciudad de Mazar-e-Sharif, con su imponente mezquita color azul. Los viajes son caros y el costo aumenta si se quiere contar con algún guardia. Además, la agencia de viajes no proporciona seguro médico. En fin, la cosa está tan buena en el Afganistán “pacificado” que la suspendida carrera de F-1 del 13 de marzo en Bahrein, podría haberse trasladado a Kabul en lugar de pasar, el comienzo del año de la fórmula, para el 27 en Australia.

Habrían alegrado a Chávez para quien el automovilismo es un deporte popular. Mientras reniega de los triunfos de su compatriota Jhonattan Vegas por considerar al golf un deporte de ricos, apuesta fuerte por Pastor Maldonado, de 25 años, que confiesa que le cae bien la frase “Patria, Fórmula 1, Socialismo o Muerte” y que a pesar de haber logrado el título en la GP2 Series en 2010, difícilmente hubiera logrado sentarse en un Williams de no ser por el aporte de PDVSA, la petrolera estatal venezolana, que invertirá US$$180 millones en los cinco años de patrocinio a la escudería británica que resurgirá gracias a su aporte y al de Telmex.

Opinión masacres Socialismo archivo
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