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Humberto Belli Pereira

Universitarios tienen que despertar

Desde que la Iglesia católica las fundó en el siglo XIII, hasta nuestros días, las universidades han sido una de las instituciones más nobles e influyentes del mundo civilizado. Como centros privilegiados para el debate de las ideas, ellas han sido motores del desarrollo y del conocimiento. El hecho que la juventud pueble sus aulas, las ha dotado de una mística especial: el idealismo o anhelo por mejorar la sociedad.

Algunos han caracterizado a las universidades como la conciencia crítica de la sociedad. Desde el ambiente independiente o autónomo del mundo académico, suele percibirse mejor el contraste entre lo que es y lo que debería ser; la diferencia entre las miserias e injusticias en que uno vive, y el tipo de sociedad y relaciones en que se debería y podría vivir. Cuando esta visión de lo que debería ser es asumida por la juventud, la química es explosiva. El joven no suele conformarse con conocer el mal. El joven —si conserva el frescor del idealismo y la bravura— quiere derrotarlo. Cuando el joven deja de aspirar al triunfo de una visión ética, y se acomoda resignadamente al presente, se convierte en viejo.

Por eso las juventudes universitarias han estado tantas veces al frente de innumerables luchas sociales, rebeliones y revoluciones. Nicaragua no ha sido excepción. La dinastía somocista fue derrotada por los universitarios. El fundador del FSLN, Carlos Fonseca, salió de sus filas, al igual que el grueso o la casi totalidad de quienes dirigieron la lucha contra el poder. La primera gran confrontación contra la dictadura de Somoza García en 1944, cuando este anunció sus intenciones de reelegirse. Luego, tras los muertos del 23 de julio de 1959, las aulas fueron convirtiéndose en hervideros conspirativos. Juventud Patriótica, el Frente Estudiantil Revolucionario, y las directivas universitarias del CUUN-UNAN y el CEUCA-UCA, reclamaron el cambio, primero en forma cívica y luego con las armas.

Por eso muchos se preguntan hoy las razones de la aparente pasividad de nuestro universitariado. Al igual que en 1944, estamos presenciando la obsesión de un presidente por perpetuarse en el poder, con el agravante de sus violaciones sistemáticas a la Constitución y las leyes. Son docenas —unos contabilizan 67— los preceptos constitucionales irrespetados por Ortega. La Constitución mandata al presidente obtener la ratificación de la Asamblea Nacional (AN) para el nombramiento de ministros y embajadores, y Ortega no lo ha hecho. Establece períodos fijos para magistrados de los poderes del Estado y otros funcionarios, y Ortega los prorrogó por decreto. Prohíbe la reelección continua y para quienes han ocupado la presidencia dos veces y Ortega ha lanzado su candidatura. Establece que solo la AN puede reformar la Constitución, y Ortega ha ordenado a sus magistrados en la Corte Suprema de Justicia que la cambien.

Aparte de erosionar al Estado de derecho, la familia gobernante está amasando una gran fortuna en medio de una corrupción galopante. Las denuncias de los manejos turbios de Albanisa, los robos documentados en el Consejo Supremo Electoral, y en otras esferas del Estado, se suceden uno tras otros sin consecuencia o sanción alguna.

Ante todo este panorama, que es una especie de somocismo del siglo XXI, ¿dónde está la voz indignada de nuestra comunidad universitaria? Tenemos 21 programas de Derecho con millares de estudiantes y centenares de catedráticos, una barra de abogados, una asociación de mujeres juristas, una de juristas democráticos, pero ¿dónde están los pronunciamientos señalando los atropellos al orden jurídico? Voces críticas las hay, en juristas de prestigio como Alejandro Serrano, Carlos Tünnermann, Gabriel Álvarez y otros. Pero llama la atención la ausencia de debates y la falta de indignación, en quienes por vocación o estudios, deberían ser profundamente adversos a la ilegalidad. ¿Y qué decir del resto del estudiantado? ¿No les preocupa que vayamos rumbo a una nueva dictadura que les va a robar el futuro? ¿No se enseña en nuestras universidades que el Estado de derecho y la institucionalidad son indispensables para el progreso? ¿No choca al idealismo juvenil, que unos se enriquezcan a costa de los dineros de un pueblo paupérrimo?

Puede ser que grandes sectores de la juventud, ante las decepciones que han producido tantos líderes —y no solo políticos— hayan caído en el escepticismo o la desesperanza. O que el ruido de la música más el trajín de los bacanes no dejen espacio a la reflexión. Pero es vital para ellos mismos resistir la tentación de convertirse en viejos prematuros. Los jóvenes en las calles han cambiado la historia. Si esta nueva generación se decide a afirmar la nobleza y valentía de la que es capaz, nada podrá detenerla. Falta solamente decidirlo.

COMENTARIOS

  1. Rita Lugo
    Hace 13 años

    Seran los Nicas inocentes o tontos? Cuantos todavia aun creeran que estan viviendo algun tipo de proceso electoral/democratico? Cuanto les faltara para comprender que desde 1979 estan viviendo el avance de un proceso comunista donde el fin justifica los medios?Cuando van a realizar que viven una mentira y que a los Ortega-Murillo, al Ejercito y Policia les importa un comino lo que pienses de ellos mientras usufructan la merienda de los petrodolares de Chavez?

  2. Espiritu de Nicaragua
    Hace 13 años

    Nuestras universidades deben de ir más allá de las aulas de clases, deben de desarrollar investigaciones científicas, proyectos y generación de la industria del conocimiento para tener un país cada vez mejor.

  3. Julio
    Hace 13 años

    Humberto, escribes muy bien, pero trata de mejorar utilizando términos castizos y no esa mala traducción del inglés, como es mandatar, que estás malmatando el idioma y confundiendo a la gente.

  4. juan bosco
    Hace 13 años

    Este artículo les caería mejor a aquellos que tienen mayor responsabilidad política en Nicaragua. La juventud es así hoy en día porque desconfía de las gestiones de los políticos de turno. La UNIDAD que por ningún lugar se ve, debería ser la consigna. Sin ella es imposible lo inevitable. O es que acaso se cumplirá el dicho de que “en el mundo de los ciegos (los políticos) el tuerto es SIEMPRE el rey?”

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