Querida Nicaragua: Lo peor que tienen las dictaduras no es, paradójicamente, el dictador en sí. A veces el propio dictador genera progreso en un país. No es el caso de la Nicaragua actual, pero sí ha ocurrido que muchas dictaduras han dejado progreso en algunos países. Lo peor que tienen las dictaduras es la cantidad de serviles que producen. Son centenares de funcionarios mayores y menores que se vuelven siervos del dictador, servidores incondicionales, defensores repugnantes de todos sus vicios, cepillos incondicionales, cómplices de todas sus fechorías y maldades, mudos ante sus crímenes y hablantines cuando hay que ponderar sus virtudes.
Un dictador no puede mantenerse en el poder si no cuenta con varios círculos de serviles a su alrededor. El primer círculo es de los más tragones, aquéllos que declaran ser capaces de dar la vida por su amo. Generalmente son nuevos millonarios, hacen los mejores negocios, tienen las mejores concesiones y ganan todo tipo de licitaciones.
El segundo es el de los permanentes aduladores, temerosos de perder los privilegios que el amo les ha dado. Ocupan cargos privilegiados, visitan al dictador con frecuencia y lo mantienen informado de todo aquello que pueda serle de interés.
El tercer círculo es el de los que obedecen ciegamente las órdenes. Son capaces de urdir tramas tenebrosas en contra de los enemigos del “hombre”, capaces de mentir, calumniar, y escribir las más inmundas bajezas en contra de los adversarios de su amo, dirigen sus panfletos y sus espacios noticiosos, son capaces de divulgar cualquier calumnia.
Los círculos van agrandándose a medida que surgen más serviles. Son como los círculos concéntricos que se forman cuando lanzamos una piedrita en un recodo de agua mansa. Así, el dictador llega a totalizarlo todo, es el dueño de todos los secretos, el socio en todos los negocios, el único que puede irrespetar la ley y la Constitución de la República. Algunos famosos dictadores tuvieron, como si hubiesen sido señores feudales, el derecho de pernada sobre cualquier doncella que les gustara.
Para ser dictador o caudillo hay que formar esos círculos a su alrededor. Por eso cuando caen no caen solos. Caen con ellos todos los círculos. Los militares tiran sus armas y sus charreteras y se quitan la ropa para vestirse rápidamente de civiles, los ministros esconden todos sus trajes y corbatas y comienzan a aparecer vestidos en cuerpo de camisa y medio sucios para confundirse con el pueblo que se ha levantado en contra del amo. Los del primer círculo tomaron muy pronto sus aviones y helicópteros para huir hacia otros países donde otros dictadores puedan aceptarlos aunque sea por unos días mientras la justicia, implacable, va tomando terreno lentamente, como los molinos de Dios que muelen lento pero muelen fino.
No hay un solo dictador que no haya caído violentamente. Algunos como Franco en España y Stalin en la Unión Soviética murieron en sus camas, pero fueron repudiados y despreciados por sus pueblos. Al final, los círculos de poder que los protegen se desintegran, huyen, buscan donde irse, abandonan a su jefe al que lamían las botas. Ahora dejan que se haga leña del árbol caído, que en eso quedan convertidos los dictadores. Mussolini murió arrastrado por su pueblo en Italia, Hitler se pegó un tiro antes de que lo arrestaran, los Ceucesco, pareja gobernante de Rumania, murieron fusilados una triste noche de Navidad. Inexorablemente así caen todas las dictaduras.
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