14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

LA PRENSA/ AGENCIA

Materia y memoria

Como señala la contraportada, “el nacimiento de los frutos apreciados como el suceso esencial de la vida” sitúa la poesía de Esthela Calderón en la vena memoriosa de in xóchitl in cuícatl, ontología de la floración del siendo y poética del florecimiento de la palabra.

Por Claudio Gaete

Como señala la contraportada, “el nacimiento de los frutos apreciados como el suceso esencial de la vida” sitúa la poesía de Esthela Calderón en la vena memoriosa de in xóchitl in cuícatl, ontología de la floración del siendo y poética del florecimiento de la palabra. Tradición necesariamente criolla, esto es, transformada y comunicada en el cruce del legado de Netzahualcóyotl con el de la poesía en lengua castellana: desde un yo-maíz hasta la metamorfosis de un níspero en Cid Campeador. Mixtura cultural o creolisation que tan bien expresa una línea como esta: “Al tercer día, he resucitado entre la viva garganta de los indios”.

Lo que infunde un soplo de corriente vital al lenguaje, por entre los signos, es el cuándo de lo viviente; en negativo se podría decir que es esta una poesía que juzga vana toda empresa verbal que no tenga por fin sino la especulación abstraída en lo intertextual. La reivindicación del momento (en sentido vectorial) de una escritura de las transformaciones de lo viviente en relación, se hace eco del Popol Vuh: “Porque la palabra es sangre/ y la sangre es otra vez palabra”.

La poeta considera que hay que ir más allá de la referencia antropocéntrica, la primera línea del libro así lo indica: “El sonido de la primera palabra fue la de un árbol”. Hay el trasfondo mítico que enlaza el maíz maya y el barro cristiano; el yo-maíz viene a declarar este parentesco vegetal anterior a la historia, expulsado de la historia por “el antifaz del progreso”. Identificación y reconocimiento que dan lugar a monólogos dramáticos —más que la categoría personas, diríase siendos en relación, esto viene dado ya por las mayúsculas– que ceden la voz al árbol o a su fruto, como el níspero, la palmera de coyol, el jiñocuago o el naranjoagrio llamando a “su distinguida clientela estresada”. Pero el trasfondo mítico también cristianiza las plantas, así el humo vital del jiñocuago glorificando a un dios hecho hombre que “redentoramente expira”, así también “la cruz de ceiba que cargo gustosa”.

Paradigma de los ciclos vitales, el reino vegetal se revela vía de crecimiento: “Si me hubieran dejado construir/ cada parte de mi cuerpo,/ habría elegido la fortaleza de los árboles”. Se intuye la pregunta sobre la memoria que porta la materia; esa pregunta que deriva por las edades del presente en Los pasos perdidos de Carpentier; las huellas y muescas en los bosques martiniqueños que reenvían memorias cimarronas en Edouard Glissant; esa pregunta de Cardenal en el Cántico: “¿Quién separa la vida y la no vida,/ el recuerdo y la materia?”

Pero no es el “reino vegetal” lo que se presenta en Soplo de corriente vital, es más bien la Madre Planta, a quien a la vez se ruega y exhorta: “¡Levantame el castigo de entender!”, que lleva en sí el sentido mismo de Lo fatal: “Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,/ y más la piedra dura porque esa ya no siente…” Lo recuerda, si aquí leemos que lo que nos diferencia de la Madre Planta es el entendimiento, no la sensibilidad. Entendimiento del no entendimiento, pues -guerras, pillajes, corrupciones, nepotismos, desastres ambientales, etcétera de totalitarismos mediante- resulta claro que tampoco en el entendimiento se fija la linde entre lo humano y el cosmos. No hay quién separe el recuerdo y la materia, ni hay quién pueda desoír las palabras de lo viviente.

Así le habla a la Madre Planta:

Enrollada en mis preguntas,

has llegado hasta la chispa más eterna de mis dudas,

haciéndome naufragar en mis propios ojos.

 

Sombra multicolor de la entrega,

tus palabras entraron licuadas y amargas.

 

Beso tus pies de planta diluida en el agua de mi sangre.

Vení. Volvé a mis infernales miedos.

 

Abrí mi cara con los troncos machacados de tus dedos.

Mostrame los remordimientos de tornasol emplumados

para aguardar excavada de luz celeste.

¡Levantame el castigo de entender!

 

La Prensa Literaria

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí