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Mary Anastasia O’Grady

¿Ganará Haití, con Martelly, un Estado de Derecho?

A primera vista una estrella del pop de 50 años con una afición por las payasadas provocativas en el escenario parece ser justo lo contrario a lo que Haití necesita como próximo presidente. Pero Michel Martelly, quien ganó la segunda vuelta electoral del mes pasado con un estimado 67 por ciento de los votos, podría tener más que ofrecerle a su país de lo que parece. Por lo menos no está relacionado con el aparato político que ha desvalijado el desdichado país durante las dos últimas décadas.

Si Martelly no hace nada en los próximos cuatro años excepto cumplir con su promesa de echar a andar el proceso de recuperación del terremoto, y si puede instalar un gabinete honesto, la historia probablemente lo juzgue favorablemente. Si se rodea de los asesores adecuados —y eso es una duda importante cuando Bill Clinton y la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos juegan papeles enormes en su país— quizás logre incluso más.

Antes de que alguien deseche a Martelly, debido a su currículum, considere que por lo menos un expresidente parecía ser mucho mejor en teoría. Jean Bertrand Aristide tenía un pasado que parecía santo como un sacerdote católico que defendía a los pobres. Todos sabemos el desenlace de esa historia. Aristide se llenó de ira y envidia, y cada vez que llegó al poder, en 1991, en 1994 y otra vez en 2001, dejó el país hecho añicos. Su sucesor, y en su momento aliado, René Preval, no tuvo el coraje o la voluntad para desafiar al gobierno tipo mafia que heredó en 1996 y otra vez en 2006. Cuando un terremoto de 7.0 azotó Haití, en enero de 2010, el país se encontró sin liderazgo.

Martelly no terminó la universidad, y parece haber cometido su cuota de errores en su vida personal, como su uso confeso de drogas. Nadie lo confundiría con el mesías por el que tomaron los haitianos a Aristide cuando apareció en escena a fines de los años ochenta. Sin embargo, el presidente electo no carece de cualidades admirables, y su exitoso negocio musical sugiere que posee destrezas administrativas que podrían ser útiles en su nuevo empleo.

En una entrevista telefónica durante su campaña para la segunda vuelta, le pregunté a Martelly cómo se pasa de ser un emprendedor de la industria del entretenimiento a presidente haitiano. Sostuvo que no sería una transición tan grande. Es verdad, me dijo, que había sido músico durante 22 años. Pero subrayó que también ha estado involucrado en trabajo humanitario en Haití desde hace años. Su contribución más reciente fue en 2008, cuando fundó junto a su esposa Sophia la entidad sin fines de lucro Rose et Blanc, para hacer obras de caridad.

Esta experiencia elevó su conciencia de la ineptitud del gobierno luego del terremoto. A medida que pasó el tiempo, indicó Martelly, se dio cuenta de que “era un problema de liderazgo”. Agregó: “Millones de dólares ingresaban a Haití y no veíamos ningún resultado”.

Esto no respondía, sostuvo, a acciones equivocadas. En cambio, indicó, se debía a que “nadie” dentro del Gobierno “se había preocupado por hacer nada”. Sobre la reubicación de las víctimas, afirmó: “Está la tierra y la gente que espera para mudarse”, pero el Estado está aparentemente paralizado. Aunque el plan durante muchos meses ha sido reubicar a las víctimas en refugios temporales, Martelly me dijo que le gustaría ver que fueran directamente desde las ciudades de carpas a “hogares prefabricados permanentes”.

Le pregunté a Martelly si continuaría con la antigua tradición de dejar a expatriados haitianos fuera de los puestos de poder. Me dijo que no le importa mucho de dónde provendrá el capital humano para dirigir su gobierno. “Es una cuestión de capacidad”, me dijo. “Vamos a buscar personas honestas y dispuestas”.

Cuando señalé que incluso con el mejor capital humano heredará un caos, estuvo de acuerdo. Pero rápidamente agregó que comenzaría por “gobernar con el ejemplo”, y que eso significaría restaurar la independencia del Poder Judicial del país. Señaló que la Corte Suprema actualmente tiene tres jueces menos de lo debido, incluido su presidente. El efecto neto de esto ha sido que “nadie en el país (ha podido) apelar una decisión tomada por el (Ejecutivo)”.

Si Martelly cumple con esto podría marcar un punto de inflexión para un país que ha tenido poco más que gobiernos arbitrarios y todopoderosos respaldados por una intromisión externa sospechosa. La planeada construcción de un polémico parque industrial en el Valle Caracol, en el norte del país, financiado en parte por el Banco Interamericano de Desarrollo y respaldado por el Departamento de Estado de EE. UU. que dirige Hillary Clinton, es un claro ejemplo.

Los críticos sostienen que el Gobierno eligió construirlo en tierras arables, algo poco habitual en Haití, en lugar de un sitio en necesidad de desarrollo. Si en Haití hubiera derechos de propiedad y un sistema de precios que funcionara, el mercado determinaría el mayor beneficio para esta y cualquier otra propiedad. En cambio, están a cargo quienes planifican de forma centralizada.

Haití no puede avanzar sin derechos de propiedad y el Estado de Derecho. El trabajo de Martelly es explicarle esto al aparato político haitiano, a Bill Clinton y a los burócratas de la ayuda que están acostumbrados a hacer negocios a la antigua.

 

La autora es periodista estadounidense. Artículo publicado en The Wall Street Journal.

 

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