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Un gringo sutiaba

Por Orlando J. Icaza

Este 17 de abril se cumplen 123 años de la muerte de un personaje que enalteció a Nicaragua por sus escritos, críticas y pensamientos.

George E. Squier fue ingeniero civil, periodista, diplomático, antropólogo, arqueólogo y filólogo de gran prestigio y reputación en su país natal, Estados Unidos de América, en Europa y en Latino América.

Nació en el pequeño pueblo de Betlehem, estado de New York, el 21 de junio de 1821. Estudia ingeniería civil y dedica parte de su vida al periodismo, siendo director de varios periódicos en ciudades importantes de los Estados Unidos de América.

Desde joven contribuye al descubrimiento de estructuras indígenas y comienza a estudiar sus lenguas, artefactos y culturas publicando varias obras que lo convierten en uno de los más grandes indigenistas del continente americano.

De Centro América y muy especialmente de Nicaragua escribe artículos y publica libros que despiertan un interés mundial sobre nuestra nación. Recoge datos históricos, culturales, lingüísticos, arqueológicos y antropológicos sobre nuestro país de un valor incalculable para el desarrollo de Nicaragua.

Enaltece a nuestros indígenas, en especial a los sutiabas, dando a conocer sus tradiciones y su lengua, guardando con celo y mucho respeto algunas de sus obras ancestrales, las cuales dona a museos para dar a conocer el valor humano, artístico y grandioso de nuestros aborígenes.

Su obra: Nicaragua, sus gentes y paisajes, magistralmente traducida por Luciano Cuadra, debería de ser leída por todos los nicaragüenses. Además de ser una delicia en narrativa, es profundamente humanística, histórica, indigenista y de un arraigo folclórico y cultural de dimensiones gigantes para nuestra nación.

En 1848 es nombrado Charges de affaire para las repúblicas de Centro América y, como tal, viaja a ellas, en especial a Nicaragua y luego a Honduras y El Salvador.

A Nicaragua entra a través del río San Juan, el cual analiza y estudia. Cruza el lago de Nicaragua, reside un tiempo en Granada, viaja a caballo y a pie pasando por Masaya, Nindirí, pueblo que admira y lo embeleza. Luego pasa por Managua, Nagarote, La Paz Centro y finalmente llega a León, donde pasa la mayoría de su tiempo. Visita también Chinandega y El Viejo, donde admira el campo y la productividad de ciertas haciendas. Observa y analiza la cultura del güegüense, critica con humor y con gran amor. Colecciona obras indígenas que entrega a instituciones como el Smithsionan Institute. Analiza nuestras lenguas autóctonas y admira la grandeza de los sutiabas en particular, conservando uno de los pocos manuscritos en esa lengua de origen Uto-mangue.

Entre sus escritos publicados están: Waikua o Aventuras en la costa de Nicaragua, Los estados de Centro América, Fibras tropicales y su extracción económica, Notas de Centro América . Lo que lo hace merecedor en 1856 de una medalla otorgada por la Academia de Geografía francesa por sus trabajos sobre América Central. Algunas de sus obras son de gran actualidad geográfica, política, histórica, antropológica y económica.

En 1871 es nombrado el primer presidente de la sociedad antropológica de Nueva York. En 1863, el presidente Lincoln lo nombra Comisionado del Perú donde permanece dos años estudiando a los incas, acto que culmina publicando sus investigaciones en su libro: El Perú. Incidentes y exploraciones en la tierra de los incas .

Otras de sus obras son: El símbolo de la serpiente, Memorias de los monumentos ancianos del Oeste, Monumentos aborígenes del estado de Nueva York, Transacciones de la sociedad Etnológica y Contribuciones Smithsonias al conocimiento. Además deja un legajo inmenso de artículos periodísticos y de revistas.

Paradójicamente su tremendo amor humanístico es traicionado cuando su esposa (una mujer de belleza increíble) lo abandona por su editor. Este trauma aparentemente lo lleva a la demencia un año después, lo que le impide terminar sus trabajos sobre el Perú. Finalmente fallece en la ciudad de Brooklyn, Nueva York, bajo los cuidos de su hermano Frank, el 17 de abril de 1888.

Nicaragua y en especial los pueblos indígenas de América, y por sobre todo el pueblo de Sutiaba, deberían de estar profundamente agradecidos con este personaje que sin fines de lucro personal los dio a conocer al mundo, humanizándolos al recoger parte de su historia y heredar el patrimonio de su grandeza a las futuras generaciones. Al menos creo yo se debería erigir un monumento, nombrar una calle con su nombre o mandarle sacuanjoches a su tumba. La tumba olvidada de los héroes no nacidos en nuestra nación que sin ser nicaragüenses dieron parte de su corazón por Nicaragua.

 

El autor es médico. Lady Lake, Florida
[email protected]

 

Opinión George E. Squier gringo Sutiaba archivo
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