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el músico en plena acción durante una de sus presentaciones como director de orquesta. la prensa/Cortesía.

Giancarlo Guerrero, el director desconocido

¿Quién es Giancarlo Guerrero? Mientras en el extranjero tiene la reputación de ser “un maestro internacionalmente reconocido”, dice Sergio Ramírez Mercado, en Corinto donde nació se le desconoce.

Joaquín Absalón Pastora

¿Quién es Giancarlo Guerrero? Mientras en el extranjero tiene la reputación de ser “un maestro internacionalmente reconocido”, dice Sergio Ramírez Mercado, en Corinto donde nació se le desconoce.

Se deduce que ni en nuestros círculos cultos de la música su nombre tiene el peso que merece, por ser ignorada su trayectoria.

Desafortunadamente todo lo breve en el rato que es vivido tiene una ruidosa predilección, fenómeno generalmente ocurrido en la música popular finalmente disuelto por los torbellinos envolventes del tiempo.

Los ídolos de la salsa emergen con mayor prontitud. Un nicaragüense cuyos méritos no son puestos en duda tiene esa calificación en el nivel donde se desenvuelve, conocido en las calles y las pistas donde cimbra el ritmo del Caribe.

Mas no un compatriota goza de la misma boga cuando está en el territorio de la música clásica.

Giancarlo Guerrero es un nicaragüense que nos llena de orgullo, de fama con superior énfasis en América del Sur, Estados Unidos y Europa. Decidió irse a Costa Rica —la vecina contradictoriamente lejana— a profundizar las normas elementales que había logrado en su tierra natal para volar después a cielos donde más cabida tienen los festivales escogidos.

Fue nombrado Primer Director invitado de la Orquesta Sinfónica de Cleveland, que bien podría configurar la antesala magnífica para ocupar la titularidad de la organización, lo cual podría ponerlo en el óleo al lado de conductores de la calidad epónima de Lorin Maazel, niño prodigio cuyo debut como Director ocurrió a la edad de 8 años, prestigioso y polémico en la segunda mitad del siglo XX, y de George Szell, quien convirtió a la de Cleveland (1970) en una formación de primer orden en el mundo.

En su repertorio está inserta la tradición clásica y romántica germana. Puesta la antecedencia de dos gloriosas figuras y no en el colmo o exageración de optimismo del paisano porque el director nicaragüense está joven, Giancarlo olfatea con el nombramiento, los aromas de lo que sería la titularidad privilegiada.

Para el director invitado parece tener, según declaraciones suyas, otra concepción no radicalmente opuesta a las tesis anteriores pero sí rica en los aires de la época nueva. Acaba de dirigirla en Miami dejando una grata y elogiosa motivación, innovaciones, ideas propias dentro de su delicada misión, pues la designación no solo obedece a una demostración de la maestría para manejar a un grupo de virtuosos, egresados de conservatorios de alta figuración. Además de estar planificados tres conciertos por temporada, el objetivo es también didáctico en la línea de irradiar semillas que florezcan con coloración en los turnos del relevo.

Dentro de los planes que inevitablemente van a cuajar está el compromiso educativo de asociarse con estudiantes y museos como el Wolfsonian y grupos como la New World Symphony y la Frost School of Miami, Fiu y otras instituciones con mirada al porvenir

El nicaragüense es protagonista de dos grabaciones con la Nashville Symphony que dirige desde 2009 donde ha perdurado el proyecto de la puesta en escena con rango de especialización, de Piazzolla y Daugherty.

Y es que este diestro ha mostrado evidente predilección en su programación por los músicos contemporáneos, influenciado por el afán de fomentar la difusión de lo no puesto, de lo desconocido, de lo que tiene futuro en la elección melómana.

Giancarlo pide “nuevas voces —porque según su criterio— cuando se escuchan las nuevas voces, las viejas suenan frescas otra vez”. Y cita a compositores como Adams y Corigliano. Le ha correspondido conducir también a la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Caracas con disciplina anual, ha tenido aclamadas presentaciones con unanimidad de bravo desde los palcos en Bruselas con la Filarmónica de esa ciudad y se dirige con la misma encomienda a Polonia y Australia.

En una exteriorización espontánea con el crítico Daniel Fernández del Herald, manifiesta con sencilla y bendita sobriedad que “es preciso hacer saber a todo el mundo que asistir a los conciertos es lo más humano del mundo, no es una actividad elitista, no se necesita un doctorado para disfrutar de la música, sino un par de oídos”.

En lo último principalmente congeniamos. Absolutamente de acuerdo, desde la plácida llanura del aficionado.

La Prensa Literaria

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