Relata una historia sobre un rey sabio que al morir pidió que antes de enterrarlo lo pasearan desnudo en un ataúd con los brazos hacia afuera y que su féretro estuviera cargado por los médicos que lo atendieron. El objeto era llamar la atención a sus súbditos que cuando una persona muere no se lleva ningún bien material, ni dinero, joyas, los mejores ajuares, propiedades, acciones ni certificados de depósito, etc., y que cuando llega el día final ni los mejores médicos pueden salvarle.
El último faraón como se le ha llamado a Hosni Mubarak, ahora moribundo en una clínica, ha sido acusado de amasar una fortuna superior a los 70 mil millones de dólares en más de 40 años de dictadura, más dinero de lo que tiene Carlos Slim, el mexicano de la América Móvil considerado el hombre más rico del mundo y cuyo capital asciende a unos 54 mil millones con más de 40 años de trabajo.
Mubarak, al igual que Ben Ali, dictador derrocado en Túnez y que intentó sacar tonelada y media de lingotes de oro, y los dictadores de Libia, Bahréin, Jordania, Yemen y Siria, saben tarde o temprano la suerte que les espera por la corrupción, el desempleo, la carestía de la vida y la ausencia de libertades políticas, que fueron en parte las causas de la caída de estos dictadores y lo que puede ocurrir con los que faltan.
Ninguno de ellos desearía ser enterrado desnudo porque quisieran disfrutar todo el capital acumulado durante el latrocinio cometido, ni tampoco cargados por sus médicos porque muchos de ellos los han abandonado por la masacre contra la población civil, ni su féretro paseado por el pueblo que gobernaron porque la ira popular no lo permitiría.
El fenómeno social y político del norte de África ha sido llamada la nueva revolución del siglo XXI, donde ha quedado demostrado que la población organizada, unificada y convocada puede provocar el cambio y que a pesar del crecimiento económico que estos países experimentaban, este no podía enmascarar los niveles de pobreza y atraso que sufría la mayor parte de sus habitantes.
En otras palabras, crecimiento económico no es igual a bienestar. En países como Nicaragua, por ejemplo, a pesar del incremento de las exportaciones y el mejoramiento de la macroeconomía, datos del Banco Central revelan que de la población económicamente activa de 2.4 millones de personas, solo 504 mil (un 20 por ciento) son trabajadores activos asegurados. Es decir, el resto no tiene ni tendrá ninguna garantía para su vejez o enfermedad. Casi dos millones de adultos en el futuro serán una carga para esta empobrecida sociedad.
Más grave aún si tomamos en cuenta que según la V encuesta del nivel de vida de la población en el 2009, el 42.5 por ciento de la población, o sea 2.5 millones de habitantes son pobres, con un PIB per cápita de apenas un dólar diario o menos y con pocas posibilidades de mejorar por los desastrosos niveles de educación y tecnología que tiene el país.
En otras palabras, el crecimiento y la riqueza de este país no está beneficiando a la mayor parte de la población, sino que queda en manos de unos pocos. Por lo tanto no hay que dejarse impresionar en este año electoral con el cuento que si la economía del país marcha bien, todos estamos bien.
Hay otros sectores que se han enriquecido rápidamente al amparo del poder, la corrupción y la explotación salarial de los trabajadores y que se están quedando con la parte más grande del pastel.
Tenía razón el rey sabio. Ni Mubarak, Ben Ali ni Gadafi, y ningún otro de esa legión de dictadores podrán disfrutar de sus palacios, bienes, mansiones o joyas aún llevándoselos en sus propios ataúdes.
El autor es periodista y escritor.
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