El verano sigue encendido, así como la implacable carrera por reventar las taquillas de cine. Los grandes estrenos comerciales ahora son de carácter global. No importa el tamaño de los mercados. Tampoco si el estreno se hace con todo el glamour de la alfombra roja en Los Ángeles, o colmando las salas de cine de Managua. Lo que importa es que sean en la misma fecha. Bajo este formato se estrenó Thor la semana pasada. E igual fue con el estreno más ruidoso de la semana The Fast and The Furious 5.
Todavía me sorprende que una tonta película sobre carreras callejeras de alta velocidad se convirtiera en un icono de la cultura popular de principios del siglo XXI. Pero por más simplonas que sean las tramas de estas películas, el verdadero espectáculo está en los accesorios de esta lucrativa franquicia.
Automóviles modificados que ya parecen naves espaciales, bellas chicas en ajustadas y cortas prendas que pululan alrededor de quienes tengan los automóviles más “cool”, los últimos hits musicales de reggaetón o hip-hop y la adrenalina que se siente cuando se transgrede la ley.
La polémica no ha estado alejada de esta franquicia. Muchas voces claman que esta franquicia ha provocado una fiebre por las carreras ilegales de automóviles, que han dejado un reguero de sangre y cadáveres en las carreteras del mundo.
Pero esto no va a detener el estreno de esta y otras cintas de similar contenido, siempre y cuando haya millones de adolescentes orgasmados con el rugir de los motores.
Como contraparte de esta ruidosa franquicia también se estrena la comedia Arthur, protagonizada por el genial comediante británico Russel Brand. Puede ser un escape ligero, si no soporta las acrobacias irreales de The Fast and The Furious.
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