Lima. Hace unos días el Instituto de Prensa y Sociedad (YPIS) y el Consejo de la Prensa de Perú organizaron un foro en el cual los candidatos Keiko Fujimori y Ollanta Humala expusieron sus propuestas sobre “libertad de prensa” y respondieron a preguntas no concertadas de un panel de tres reconocidos periodistas.
El nutrido programa, que incluía varias exposiciones, se abrió con las de tres destacados comunicadores de Venezuela, Ecuador y Bolivia, que mostraron un panorama bastante oscuro de la situación que se vive en esos países en materia de libertad de prensa. A su turno cada uno de ellos inició su alocución con el agradecimiento de orden a los organizadores, seguido de una sincera felicitación con algo de sana envidia por poder tener al cierre a los candidatos presidenciales. Cada uno de los colegas señaló que en sus países eso era un sueño imposible; palabras más, palabras menos, dijeron que el respectivo “mandamás”, a la vez candidato único a la reelección permanente, jamás se expondría a ese escrutinio público y menos en situación de confrontación con los otros candidatos, ni que estos podrían nunca acceder a los medios que son del Estado o a aquellos que el Gobierno maneja a “través de los dineros y favores públicos”.
Hasta ahí estuvo bien. Porque también hubo felicitaciones y agradecimientos para Ollanta y Fujimori por haber aceptado ir.
Pienso que estas estuvieron de más; a los candidatos no les cupo ningún mérito; ir y estar allí y someterse al juicio de la prensa era su obligación y su deber.
Parecería que los abusos, los desplantes y la conducta con la prensa y los periodistas de los Chávez, Kirchner, Ortega, Morales, Correa, Uribe, Lula, con la que cada uno de estos a su estilo han violentado un principio básico de la democracia, han hecho mella y ha llevado a aceptar que eso es lo legítimo y lo que corresponde. Entonces cuando aparece un presidente o un candidato que hace conferencias de prensa o informa lo que hace o acepta preguntas, nos lleva a felicitarlo, aunque solo esté haciendo lo correcto. Lo que es el deber y la obligación de cada hombre público.
El que se postula para un cargo público, y más cuando se trata de la presidencia de la nación, está solicitando a los ciudadanos —donde radica la soberanía, que no hay que olvidarlo— que le cedan su poder, que le confíen la administración y el manejo de todos sus bienes. Esto es de todo un país. ¿Y qué les ofrece como contrapartida? ¿Qué les da como garantía? Les dice que está capacitado, que tiene los mejores planes, pero por sobre todas las cosas, que los tendrá al tanto de lo que haga, de cuáles serán los resultados y de cómo van las cosas en todo momento. Ese es el pacto, si tú me cedes el poder para manejar tus asuntos yo te daré cuenta diaria de lo que hago. Visto del otro lado: yo te delego la tarea, te cedo facultades especiales, te pago un sueldo incluso con algunos privilegios y tú me informas permanentemente o cada vez que te lo reclamen de lo que haces, que para eso soy tu mandante.
Y si eso no lo entienden ellos, y peor aún, si no lo entendemos nosotros y no se lo hacemos cumplir cuando son candidatos y necesitan los votos y hay que agradecerles o felicitarlos porque vienen a un foro, después a no quejarse por lo que hacen cuando son presidentes.
Si no se acostumbran cuando son cachorros, después son los reyes de la jungla.
El autor es periodista uruguayo, director del semanario Búsqueda.
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