No debe sorprendernos que a las protes- tas ante la beatificación de Juan Pablo II (la mayoría proveniente de elementos ajenos a la Iglesia) se haya sumado el exsacerdote Ernesto Cardenal (uno de nuestros diez poetas mayores), a quien no es primera vez que escuchamos atacar al primer Papa no italiano en muchos siglos.
Es posible que la animadversión de Cardenal hacia el Papa se deba, en parte, al papel determinante que jugó este, a nivel espiritual, en la liberación de Polonia del comunismo, resultado de un largo proceso de luchas civiles liderado por un amplio sector de la clase obrera.
Juan Pablo II es, después de S.S. Juan XXIII, el Papa más carismático del siglo XX. Era de esperar que los enemigos de la Iglesia lo fijaran como blanco principal de sus continuos ataques.
En una entrevista publicada en El Nuevo Día, de Puerto Rico, Cardenal aprovecha uno de los casos de sacerdotes que abusaron sexualmente de jóvenes para atacar a la Iglesia, refiriéndose al mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Cardenal califica de “monstruoso” el hecho de que, en algún momento de su trayectoria Maciel haya contado con el respaldo de Su Santidad.
El problema de los sacerdotes depravados, del que tanto millaje han sacado los enemigos del catolicismo, y el manejo deficiente por parte de las autoridades eclesiásticas de este problema (Maciel fue separado del sacerdocio tardíamente), obedecen al factor humano que de una u otra forma ha marcado a la Iglesia en sus casi dos mil años de desarrollo.
A través de la errática historia de la monarquía de Israel, el Antiguo Testamento (el Tanaj del judaísmo) nos enseña que todas las instituciones manejadas por hombres, incluso las instituidas por Dios, son proclives a desviarse ocasionalmente del camino para el que fueron creadas.
Pero no es honesta la actitud de aprovechar los errores y tropiezos de la Iglesia para denigrar a una institución (la más antigua en funcionamiento) que se ha distinguido por su presencia activa en todo el mundo a través de hospitales y centros de atención a enfermos menesterosos, escuelas para niños de toda condición social, hospicios, reformatorios y organizaciones de servicios sociales, como la Catholic Charities U.S.A., la más grande en Estados Unidos.
Todo esto sin olvidar la gran cantidad de religiosos y religiosas (como nuestra Sor María Romero) que por su humildad y dedicación al prójimo por amor a Dios superan en estatura moral a muchos de los enemigos más vociferantes del catolicismo.
En cuanto a la beatificación de Juan Pablo II, a pesar de las posibles fallas señaladas por sus detractores, recordemos que la beatificación (igual que la canonización) no significa que la persona elevada a esa condición no haya cometido errores o pecados (San Pablo, ideólogo del cristianismo, fue en su juventud, perseguidor de los cristianos). Significa que llevó, a satisfacción de las autoridades eclesiásticas, una vida ejemplar y falleció en olor de santidad. Ambas cualidades son aplicables a Juan Pablo II.
Cardenal califica de “traición a la Iglesia de los pescadores de Galilea” la opulencia del Vaticano. Desde la Ciudad-Estado del Vaticano se coordinan y financian las operaciones de la Iglesia a escala mundial. Sería imposible dirigir una institución con aproximadamente mil millones de feligreses desde una cabaña. Los miembros del politburó soviético no habrían podido teledirigir metidos en una cueva la expansión del comunismo, por más representantes de los desposeídos que se consideraran.
En el libro Doce Pasos/Doce Tradiciones de Alcohólicos Anónimos hay un pasaje que se puede aplicar a muchos detractores del catolicismo (aunque esta no haya sido la intención de sus autores): “Al destacar los pecados de algunos religiosos, podíamos sentirnos superiores a todos los creyentes y evitarnos la molestia de reconocer nuestros defectos. El fariseísmo que habíamos condenado en los demás, era el mal que nos aquejaba”.
¿Saldría incólume Cardenal si la historia decidiera juzgarlo en base al comportamiento de muchas de las personalidades a las que apoyó a lo largo de su vida?
Cardenal habla del amor en su entrevista, diciendo que “los que no aman serán eliminados”. Al calificar de “monstruosa” la beatificación de Juan Pablo II, ¿está dando testimonio de ese amor que proclama?
Debemos tener presente que la Iglesia católica no la componen únicamente los sacerdotes, aunque estos sean parte esencial de la misma. La Iglesia somos todos los católicos y cuanto mejor practiquemos nuestra fe, mejor cumplirá la Iglesia la misión para la que fue fundada.
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