Por Benjamín Pérez Fonseca
“Hay que saber castigar al niño para no tener que encarcelar al hombre”
Esto era un lema o mensaje en un templo católico de Managua, situado cerca de la colonia Cristian Pérez, si ya no está no importa, el mensaje cuenta y vale sobre todo en estos tiempos. Cuando cursé mi primaria, del año 1941 al 1946, en el afamado colegio Rubén Darío, fundado y dirigido por ese gran sacerdote de trayectoria y de cuerpo, Marco Antonio García y Suárez, después obispo de Granada, mis inolvidables maestros doña Carmen Rodríguez, el doctor José Gutiérrez, don Octavio Ferrey y don Sacarías Obando (chacalón), jamás iban a permitir un relajito en su clase. A pesar de lo anterior, éramos niños traviesos inquietos de infancia normal, nada de tarados ni zombies.
Con lo anterior, he querido ambientar el tema en estos días tan publicitado de si se debe aumentar o no las penas establecidas en el Código de la Niñez y la Adolescencia. Como Presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Nacional y como Primer Procurador de los Derechos Humanos de Nicaragua, me tocó jugar un papel de gran participación en los debates y análisis previos a la aprobación del mencionado código. Quiero hacer énfasis y deben tener plena seguridad que antes de la aprobación del mismo, hubo verdadera participación ciudadana de todos los partidos políticos y sectores, en fin el tema se trató en forma variada y multiparticipativa.
En el articulado del código se insertaron disposiciones muy buenas pero fueron copiadas de países industrializados en donde sí se tomó en cuenta que al código había que dotarlo de todas las facilidades, construcciones y establecimientos que hicieran posible su aplicación en forma eficiente e integral, por ejemplo que los menores cumplieran su condena en centros construidos y apropiados para ellos y nunca en cárceles corrientes. Pero el código había que aprobarlo y estando todo el mundo consciente de sus carencias y fallas se puso en marcha y he aquí lo ocurrido al presente, es la dolorosa y lamentable consecuencia de aquellas decisiones precipitadas.
Ahora vamos al punto que considero toral en este artículo, por la muerte del estimable joven Evans Omar Ponce, se ha creado un verdadero debate y he leído con interés y mucha atención todo lo que han opinado distinguidas personalidades indudablemente doctas y versadas en el tema y he visto que todos y todas han hecho gala de su amplio dominio del tema y en forma unánime defienden a los adolescentes. Es doloroso ver que Evans Omar Ponce, tal parece no existe para ellos sin embargo, pienso ¿y el padre, la madre, los hermanos, abuelos, amigos y demás seres queridos del mismo? ¿ellos no van a tener la lógica reacción por la muerte de Evans? ¿la forma en que murió, por qué murió? , ¿y quienes lo mataron?
Todas las personas que han opinado en forma docta, saben que existe algo que se llama el derecho humano de la víctima. ¿Verdad que lo saben? No pretendo de ninguna forma inducir a lo que se puede llamar, venganza social. Evans fue una persona con ansias de superación y con solo eso basta aunque no lo conocí para que tengamos un buen concepto de él. Pregunto: ¿Qué se puede esperar de los menores que lo mataron?
Conclusión: Tengan la seguridad que no soy ningún enemigo de la humanidad. Las personas que me conocen y no son pocas, tienen que opinar que soy un viejo tranquilo, amable, afable y soy tan normal que es natural que de repente bote la gorra. Que Evans descanse en paz, y Dios les dé a sus seres queridos la resignación cristiana ante tan dolorosa pérdida.
Proposiciones entre otras: mejorar la Educación Pública, luchar contra la paternidad irresponsable, ayudar a las madres que luchan por obtener la pensión alimenticia de sus hijos menores, pero tengan presente que el Padre Marco Antonio García y Suárez inauguró un Centro llamado, Reformatorio de Menores de Artes y Oficios, algo que luchó él solo hasta lograr crearlo y si un hombre pudo ¿Cómo no va poder crear algo similar todo un Estado?
El autor fue Procurador de los Derechos Humanos
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