14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

La lluvia que temen en Malacatoya

Las primeras gotas de lluvia que caen sobre el zinc tostado por el sol de mediodía suenan como clavos precipitándose sobre una bandeja de metal. “Clac, clac, clac, clac...” se escucha en el techo de la chocita de plástico y cartón, junto al río que cruza la comunidad de Tepalón, en Malacatoya.

Las primeras gotas de lluvia que caen sobre el zinc tostado por el sol de mediodía suenan como clavos precipitándose sobre una bandeja de metal. “Clac, clac, clac, clac…” se escucha en el techo de la chocita de plástico y cartón, junto al río que cruza la comunidad de Tepalón, en Malacatoya.

Pero la casa sostenida por delgados pilotes de madera ya está rodeada de agua desde antes que cayera la primera gota. De hecho, hace tres días que en Malacatoya no cae más que una leve brisa, pero ahí cerca del río y a trescientos metros más desde la orilla, los habitantes de esta —que es la comarca más grande Granada— tienen el agua hasta las rodillas.

Doña Julia ya está acostumbrada a que su casa se inunde. Varias veces, antes de escuchar el “clac, clac, clac, clac” en el techo de su choza, ha visto llegar las corrientes grises que alimentan el río que va a dar al Cocibolca y en más de una ocasión ha perdido alguna gallina con todo y pollitos, “porque esas corrientes bajan sin avisar, ni siquiera hace falta que aquí esté lloviendo”, comenta.

Este invierno, sin embargo, empezó peor que cualquier otro. La lluvia torrencial que cayó una de las últimas noches de mayo en Managua y Boaco los sorprendió dormidos a todos. En Malacatoya más bien era una noche calurosa y de pronto los despertó un ruido “como de que algo se quebraba” y en un instante estaban rodeados de agua.

Esta tarde de principios de junio, el “clac, clac, clac, clac” se ha multiplicado y ahora llueve recio sobre Tepalón, Los Ángeles y El Porvenir.

A unos metros de la chocita de doña Julia, un grupo de niños que acaba de terminar las clases de la mañana en la escuela Rafaela Herrera, ubicada en la única parte más alta de la comarca, hace fila para abordar un bote que los llevará al otro lado del río.

Exactamente 17 niños se han “acomodado” de pie en el bote y el total de pasajeros son 21, contando a una de las maestras de la escuela, dos mujeres que cruzan con cuatro sacos de plátano y don Miguel, el hombre delgado, de piel tostada por el sol y cabello cenizo, que trata de empujar el bote hundiendo una vara en las aguas del río.

A la mitad del trayecto que toma veinte minutos la lluvia cesa, pero no hay cómo celebrarla. Y no solo porque con el brinco o un paso en falso de uno solo de los niños se podría voltear todo el bote, sino porque el caudal del río sigue creciendo.

Juancho, el chavalo de 22 años que va caminando en el agua, guiñando la cabeza del bote, se lo dice a don Miguel: “El agua ya me llega al pecho, y si el río sigue creciendo así nos vamos a tener que quedar del otro lado hasta que baje la corriente”.

El grito se escucha hasta el muelle improvisado con sacos de arena y hormigón y algunos pedazos de madera, que está instalado cerca de la casa de doña Julia, y quienes esperaban cruzar el río antes de las dos de la tarde rechinan los dientes porque saben que tendrán que esperar a que baje la corriente, aunque en Malacatoya ya no esté ni brisando.

“Así es la vida aquí. Ya desde chiquitos todos estamos acostumbrados. Yo tengo 52 años viviendo en Malacatoya y cada año es la misma historia”, asegura don Miguel, una hora y media después de la advertencia de Juancho, cuando por fin pudieron volver al otro lado del río, que en verano es solo un hilo de agua que la gente cruza a pie o a caballo.

Mientras se acomoda otro grupo de personas en el bote, entre ellas seis niños del primer grupo que por falta de cupo se quedaron varados, otra vez comienza el “clac, clac, clac, clac” sobre los techos de las comunidades de Malacatoya.

Pero ninguno de los que está en el bote o de quienes todavía seguirán esperando, parece preocuparse por las nubes grises que se juntan sobre sus cabezas, pues por instinto buscan si del norte bajará una corriente o si se divisa que llueve en Boaco.

“Clac, clac, clac, clac…” pero solo es el sonido de las primeras gotas de lluvia que caen sobre las comunidades de Malacatoya.

La Prensa Domingo Lluvia Malacatoya Zinc archivo

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí