14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

Rosa María Rodríguez con una foto de su compañero de vida, Juan Francisco Espinoza, con quien procreó dos hijos. LA PRENSA/ ARCHIVO/ URIEL MOLINA

El nica traductor de Bill Stewart

La última vez que vio a su hijo con vida, Petronila Castro González presintió que lo iban a matar. Fue un 19 de junio de 1979, como a las 7:00 de la noche. Un mes antes su hijo, Juan Francisco Espinoza Castro, en ese entonces un joven de 27 años de edad, había comenzado a trabajar como el traductor de un periodista de la cadena de televisión norteamericana American Broadcasting Corporation (ABC), Bill Stewart.

La última vez que vio a su hijo con vida, Petronila Castro González presintió que lo iban a matar. Fue un 19 de junio de 1979, como a las 7:00 de la noche.

Un mes antes su hijo, Juan Francisco Espinoza Castro, en ese entonces un joven de 27 años de edad, había comenzado a trabajar como el traductor de un periodista de la cadena de televisión norteamericana American Broadcasting Corporation (ABC), Bill Stewart.

La guerra estaba en lo fino en Nicaragua. Los “chavalos” —a como se conocía a los sandinistas que luchaban para derrocar a Anastasio Somoza Debayle— habían iniciado lo que se denominó como “Ofensiva Final”. Se veía cerca la caída de Somoza.

Ese 19 de junio doña Petronila le dijo a su hijo: “No vayas hijo (a trabajar), te van a matar”.

“No mita, ¿qué no ve este carné?, con este carné no nos toca nadie, y en la camioneta andamos una bandera blanca donde dice que somos periodistas y no nos pueden matar”, le respondió el joven.

Al día siguiente, al mediodía, doña Petronila recibió la noticia. Unas compañeras de trabajo en el Aeropuerto le dijeron: “Nila, mataron a tu hijo y al periodista que trabajaba con él”.


Puede leer: Bill Stewart: el trago amargo de Somoza


El doble asesinato estremeció al país entero y a los Estados Unidos. La noticia le dio la vuelta al mundo, ya que un camarógrafo de la ABC logró grabar en vídeo el momento en que un oficial de la Guardia Nacional somocista mataba de un disparo a Stewart.

En Estados Unidos, el partido republicano abogaba porque Somoza se mantuviera en el poder, como un baluarte en contra del comunismo, ya que se asociaba a los sandinistas con esta filosofía política. Pero con el asesinato de Stewart todos los políticos estadounidenses estuvieron de acuerdo en quitarle el apoyo total a Somoza, quien un mes después fue derrocado por los sandinistas.

Abandonado luce el parque Bill Stewart en el barrio Riguero, a media cuadra de donde mataron al periodista norteamericano y a una cuadra de donde quedó el cadáver de Juan Espinoza. Abajo, Petronila Castro González, madre de Espinoza.
Uno de los anuarios escolares de Juan Francisco Espinoza, de cuando estudió en Estados Unidos. Juan Francisco es el de abajo, en medio. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ URIEL MOLINA

Ocho días después de la muerte de su hijo, doña Petronila encontró el lugar donde estaba el cadáver: del puente del Riguero, una cuadra al sur, semienterrado en una esquina, a la orilla de la casa de doña María Teresa Arteaga, a escasos metros de donde lo habían matado.

Armando Ríos, esposo de doña Teresa, le había echado arena y tapado con hojas de zinc, porque la Guardia Nacional no había permitido que se lo llevaran ni lo enterraran. Róger Mendieta Alfaro, en su libro El Último Marine , reproduce las declaraciones de Vida Delgado de Maltez, “La Muñeca”, quien vivía cerca de donde ocurrió el doble asesinato.

“Yo lo único que puedo decir es que al intérprete (Juan Espinoza) se lo estaban comiendo los perros. Nosotros le echábamos tierra, porque le dejaron sin enterrar y no querían que lo enterraran, y cada vez que llovía, el agua le quitaba la tierra y los perros comenzaban a comérselo”, dijo Delgado.

Cuando doña Petronila llegó al lugar, no pudo llevarse a su hijo. Fue hasta en octubre de ese mismo año 1979, ya en el poder los sandinistas y cuando cumplió con todos los requisitos que exigía el Ministerio de Salud (Minsa), que pudo sacarlo y lo fue a enterrar en el cementerio de Sabana Grande.

1308442979_208-DOM- somoza
Anastasio Somoza Debayle en conferencia de prensa. LA PRENSA/ ARCHIVO

El cadáver de Bill Stewart corrió con mejor suerte. Pocos minutos después que lo mataron, el conductor de la camioneta en que viajaba el equipo periodístico, Pablo Tíffer, se acercó ante el grupo de guardias entre quienes se encontraba el que había perpetrado el crimen, y pidió que le entregaran el cuerpo del periodista norteamericano.

Los guardias se lo entregaron con la condición de que dijera que habían sido los sandinistas quienes le habían dado muerte. El cadáver fue trasladado a los Estados Unidos por gestiones del Gobierno de Alemania, ya que extrañamente el Gobierno norteamericano se negó a prestarle ayuda a la ABC y a la familia de Stewart.

Juan Francisco Espinoza Castro nació el 16 de junio de 1952, en Managua, de la unión de doña Petronila Castro con Ángel Remigio Espinoza Mora. Era el tercero de los seis hijos de aquella pareja.

La pobreza en que vivía su familia llevó a Juan Francisco a que desde muy temprana edad lustrara zapatos en el Aeropuerto Internacional de Managua —en ese entonces Las Mercedes— para poder apoyar económicamente a su madre.

En el aeropuerto conoció a un profesor venezolano, que doña Petronila solo recuerda que se llamaba Carlos, quien le ofreció llevárselo a Venezuela y allí lo pondría a estudiar. Doña Petronila entregó a su hijo al extraño con la condición de que cada año Juan Francisco debía regresar a Nicaragua de vacaciones. Eso fue en el año de 1966, cuando el muchacho tenía 14 años de edad.

1308442953_208-DOM- bill5
El carné de asegurado de Juan Francisco Espinoza Castro. A como aparece en la foto lucía cuando fue asesinado por la Guardia Nacional. LA PRENSA/ URIEL MOLINA

En Venezuela Juan Francisco culminó la primaria y el profesor Carlos se lo llevó a Toronto, Canadá, donde terminó la High School (algo así como el bachillerato). Luego ambos se trasladaron a Chicago. Para en ese entonces ya Juan Francisco hablaba perfectamente el inglés.

En 1975 Juan Francisco no vino a Nicaragua, por lo que en 1976 doña Petronila le exigió al profesor Carlos que le mandara a su hijo. Y así ocurrió a finales de ese año.

Estando en Nicaragua, los encantos de una joven blanca, delgada, cabello liso, vecina del barrio El Rodeo, de nombre Rosa María Rodríguez, cautivaron el corazón de Juan Francisco, y ya no se quiso regresar a Estados Unidos.

“Yo lo fleché”, recuerda Rosa María, quien pocos meses después de haberlo conocido quedó embarazada de él y en mayo de 1978 nació el primer bebé de ambos, una niña a quien nombraron Raquel Dalila Espinoza Flores.

1308442967_208-DOM- bill1
Carné de estudiante de Juan Francisco Espinoza Castro. LA PRENSA/ URIEL MOLINA

Poco después Juan Francisco intentó regresar a los Estados Unidos. La idea era irse él primero y que después se fuera Rosa María con la pequeña Raquel, pero no se pudo, a él le bloquearon la entrada al país del norte.

En ese mismo año de 1978, Rosa María nuevamente quedó embarazada. En enero de 1979 Juan Francisco comenzó a trabajar en la línea aérea Copa, pero fue despedido por un coronel de la Guardia Nacional de apellido Lanuza, porque se negó a tomar un arma para defender el aeropuerto de los ataques de los sandinistas.

Al día siguiente que fue despedido, Juan Francisco estaba de nuevo en el aeropuerto, pero esta vez para trabajar cargando las maletas de los turistas que llegaban al país.

En los últimos días de mayo del 79, llegó a Nicaragua el periodista de la ABC, Bill Stewart, y en el aeropuerto mismo contrató a Juan Francisco como su traductor, al ver que este hablaba muy bien el inglés.

Ese día Juan Francisco ni siquiera llegó a su casa, sino que a través de un amigo le mandó a decir a Rosa María que le enviara su pasaporte y que iba a estar hospedado en el Hotel Intercontinental Managua, donde se concentraban los corresponsales extranjeros que daban cobertura a la guerra civil que se estaba desarrollando en Nicaragua.

Cada tres días llegaba Juan Francisco a la casa de Rosa María. Tres días antes de su asesinato, le llevó unas gallinas a su mujer. Fue la última vez que se vieron.

Rosa María tuvo el mismo presentimiento de su suegra, de que Juan Francisco iba a perder la vida en el trabajo que andaba realizando con el periodista norteamericano. Juan Francisco le explicaba que no podía dejar el trabajo porque ella estaba embarazada y no quería que el nacimiento los agarrara sin “reales”.

“Yo ando en el campo de guerra, sea en el bando de los chavalos (sandinistas) o en el bando de la Guardia. Pedimos permiso para tomarle datos a la Guardia, porque con la Guardia es más delicado meterse”, le decía Juan Francisco a su mujer, a quien también le explicaba que andaba con carné que le había otorgado el gobierno de Somoza y con la banderita blanca y el rótulo de TV Press (Prensa televisiva) en la camioneta que los trasladaba por toda Managua.

“Buenos dás”, le dijo Bill Stewart a una mujer y a su hija en el ascensor del Hotel Intercontinental, en la mañana de aquel funesto miércoles 20 de junio de 1979. El norteamericano después hizo alardes de que ya estaba progresando con su aprendizaje del idioma español.

Poco después, Stewart, Juan Francisco, los camarógrafos Jack Clark y Jim Céfalo, salieron del Hotel Intercontinental con el conductor Pablo Tiffer, sin rumbo definido, para capturar la noticia del día.

1308442984_208-DOM- somoza2
Miembros de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI) de los Somoza. LA PRENSA/ ARCHIVO

La ABC estaba urgida de obtener imágenes desde dentro de las líneas de la Guardia Nacional, ya que de los sandinistas tenían muchas, relató el conductor Tiffer, según escribió Róger Mendieta Alfaro.

Al llegar cerca de los Repuestos La 15, Tiffer detuvo el vehículo y por casi 20 minutos Stewart estuvo entrevistando a unos 10 guardias que estaban tocando guitarra y cantando.

Luego se internaron en el barrio Riguero donde había otro retén de guardias. La gente los alertó de que no se metieran en ese lugar porque ese otro grupo de guardias estaba haciendo desastres con todas las personas que pasaban por ahí, del puente el Riguero, dos cuadras al sur. Pero no hicieron caso.

Eran como las 11:00 de la mañana. Los guardias que estaban en el segundo retén ya habían matado a tres muchachos que deambulaban por el sector y a una profesora de nombre Francis Zeledón. Andaban con sed de sangre. Drogados.

Tal vez porque la adrenalina de buscar la noticia lo embargaba o porque confiaba en que la Guardia iba a respetar las credenciales de prensa del Gobierno de Somoza, Stewart ordenó que el equipo periodístico avanzara.

Abandonado luce el parque Bill Stewart en el barrio Riguero, a media cuadra de donde mataron al periodista norteamericano y a una cuadra de donde quedó el cadáver de Juan Espinoza. Abajo, Petronila Castro González, madre de Espinoza.
Petronila Castro guarda numerosos recuerdos de su hijo Juan Francisco Espinoza Castro. LA PRENSA/ URIEL MOLINA

Antes de llegar al retén Tiffer detuvo el vehículo. El primero en bajarse fue Juan Francisco, a quien siempre le correspondía hablar con los guardias para explicarles el trabajo que Stewart andaba realizando. Cuando el traductor había caminado como 30 metros, también se bajó Stewart.

Tiffer relató que a Juan Francisco Espinoza un guardia lo llevó detrás de una casa y después sonó un disparo. “Por supuesto nadie se alarmó porque se escuchaban tiros por dondequiera”, dijo el conductor, según el libro de Mendieta Alfaro.

A Juan Francisco lo hicieron que se arrodillara frente a unas tablas y que se colocara las dos manos detrás de la cabeza. Un guardia se puso detrás de él y le disparó en la cabeza. El cuerpo del traductor se fue hacia adelante, pegó en las tablas y luego cayó hacia atrás, relataron los vecinos del lugar que presenciaron el crimen a través de las rendijas de sus casas.

El camarógrafo Jack Clark, quien se había quedado con Jim Céfalo y Tiffer en el vehículo, comenzó a grabar desde una distancia de dos cuadras cuando Stewart se acercó a los guardias. El norteamericano llevaba una banderita blanca en las manos y el carné de periodista extendido por la Secretaría de Información y Prensa de la Presidencia de la República, firmado por Rafael O. Cano, secretario de Somoza.

Un guardia (se supone que el mismo que mató a Juan Francisco) obligó a Stewart a que se colocara de rodillas en mitad de la calle, frente adonde hoy existe una ferretería, media cuadra hacia el norte de donde está el parque que lleva su nombre. Más hacia el norte, en la esquina, había quedado el cadáver de Juan Francisco.

Luego el mismo guardia le dijo a Stewart que se acostara en el suelo, boca abajo. “Acostate, hijueputa”, decía el guardia. Stewart mantenía los brazos alzados, mientras le mostraba el carné de periodista extranjero al guardia, al tiempo que le decía: “No español, yo periodista”.

El guardia le propinó un puntapiés en el costado derecho a Stewart, después retrocedió, apuntó con su garand al periodista y le disparó en la parte trasera de la cabeza. El cuerpo de Stewart se estremeció. La escena quedó grabada en la cámara de Jack Clark.

DÍAS DESPUÉS

del doble asesinato, Rosa María Rodríguez conoció al conductor Pablo Tiffer, cuando a este último la ABC le estaba entregando un dinero.

“¿Vos por qué solo levantaste al gringo?, ¿por qué dejaste que mi marido se pudriera en la calle? Pensaste que la familia de mi marido no tenía dinero”, le reclamó entre sollozos.

1308442948_208-DOM- bill6
El parque en honor a Bill Stewart y Juan Francisco Espinoza Castro, en el barrio El Riguero. LA PRENSA/ URIEL MOLINA

Tiffer trató de explicarle a Rosa María que el cuerpo de Juan Francisco había quedado separado del de Stewart, que había intentado recogerlo pero no pudo.

Han pasado 32 años. Cerca de donde Stewart y Juan Francisco fueron asesinados fue construido un parque en honor al norteamericano, pues lleva su nombre.

Otro norteamericano, Benjamín Linder, quien también fue asesinado pero en los años 80, le daba dinero a don Ricardo Zeas para que mantuviera limpio el parque. Zeas así lo hizo, aún cuando Linder había muerto y ya nadie le financiaba los instrumentos para la limpieza del parque.

Desde que Zeas murió, el parque está en abandono. Las dos placas con los nombres de Stewart y Juan Francisco fueron desprendidas, pero una vecina, Zoyla Ayerdis viuda de Pérez, las guardó en su casa y allí las tuvo hasta que personas desconocidas se metieron al patio de su vivienda y se robaron ambas placas.

En ocasiones la gente le dice a Rosa María que en la televisión están pasando las imágenes de cuando mataron a Stewart. “Eso hace que yo sienta que es como si todo hubiera pasado ayer”, dice la mujer, que no puede contener las lágrimas ante el recuerdo.

Después de la muerte de su marido, Rosa María vendía cosa de horno en las calles para poder sustentar a sus dos hijos. Juan Francisco nació apenas 26 días después que mataron a su padre, quien fue asesinado cuatro días después de cumplir los 27 años de edad.

Rosa María ahora le cuenta a sus nietos sobre su abuelo. “Él me hacía reír y eso le cuento a nuestros nietos”, recuerda. Uno de ellos, Antonio Mendoza Espinoza, el primer hijo de Raquel Dalila.

Doña Petronila también tiene fresca en su memoria la muerte de su hijo. “A mi la gente me dice que vaya a los Derechos Humanos para que me ayuden, porque yo no tengo casa. También me dicen que si no fuera porque mataron al periodista gringo y a mi hijo, los sandinistas nunca hubieran llegado al poder”, expresa la madre del traductor.

Como aquel 19 de junio, cuando presintió la muerte de su hijo, doña Petronila dice que está consciente de que a su hijo ya no volverá a tenerlo. Todavía guarda los documentos de su hijo, entre ellos el carné que Domingo Ríos le mostró ocho días después de que mataron a su hijo, para que lo reconociera, porque en ese momento no podían desenterrarlo. El mismo carné que Juan Espinoza mostró al guardia que lo mató a las 11:00 de la mañana del 20 de junio de 1979.

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí