Estudiosos de la cultura política nicaragüense aseguran que lo más desconcertante de Nicaragua es que a las alturas del siglo XXI sobreviven con fuerza valores negativos —o antivalores — de la época de la colonia española.
Pero no es justo seguir culpando del atraso político nacional a las reminiscencias coloniales hispánicas, pues ya sin los virreyes y gobernadores fueron los criollos y sus descendientes mestizos quienes se empeñaron en mantener aquellos valores españoles que, cuando terminó la colonia ya estaban siendo sustituidos en europa por obsoletos e ineficientes.
Actualmente, en el comienzo del segundo decenio del siglo XXI puede observarse en el estado nicaragüense aquella triple característica de los tiempos medievales, lo cual se puede ver en el proceso electoral que está en marcha.
1. Un gobierno centralista y autoritario que controla todos los poderes del Estado, como era en la monarquía absolutista española en tiempos de la colonia. 2. La obtención de riqueza fácil desde la cúpula del poder. 3. Identificación de la persona del gobernante con los intereses del Estado, bajo el supuesto erróneo de que el patrimonialismo es un derecho de quien ejerce el mando y que el poder del Estado no se ejerce sino que se posee.
Esos tres rasgos fundamentales los vemos en el actual proceso electoral, confirmando lo dicho anteriormente.
En efecto, un individuo de mentalidad militarista, el comandante Daniel Ortega, controla de manera personal y directa todos los poderes estatales, utiliza el poder para manejar dinero del Estado o sea de toda la sociedad sin rendir cuentas a nadie, como es el caso del negocio petrolero del grupo Alba. Distorsiona la independencia del Poder Electoral que es la piedra fundamental de la democracia, pero de la auténtica democracia sin apellidos que se basa en la libertad de la persona humana, no de las farsas denominadas como democracia popular, democracia socialista, democracia populista o democracia del poder ciudadano que solo son distintas envolturas demagógicas del autoritarismo y el caudillismo.
Hablando de la auténtica democracia es significativo que la observación electoral haya tomado en América Latina una importancia fundamental, producto de la participación ciudadana que complementa la democracia representativa en la que el ciudadano controla al gobierno para denunciar sus abusos y llamarlo al orden siempre que sea necesario.
Podemos mencionar al menos diez prestigiosas organizaciones no gubernamentales que ejercen la observación electoral en América Latina, firmantes del Acuerdo de Lima, Perú, en el año 2000, las cuales son reconocidas como idóneas por la Organización de Estados Americanos (OEA). Esas organizaciones no gubernamentales son: Poder Ciudadano, en Argentina; Bolivia Transparente, en Bolivia; Misión de Observación Electoral (MOE), en Colombia; Ética y Transparencia, e Ipade, en Nicaragua; Participación Ciudadana, en Ecuador; Acción Ciudadana, en Guatemala; Alianza Cívica, en México: Decidamos, en Paraguay; Transparencia, en Perú; Participación Ciudadana, en República Dominicana; y como miembro observador el Centro de Asesoría y Promoción Electoral (CAPEL) del Instituto Interamericano de Derechos Humanos, que tiene su sede en Costa Rica.
En cuanto a organismos internacionales destacados en la observación electoral hay que mencionar a la OEA, en las Américas, la Unión Europea en el viejo continente y la Organización de Naciones Unidas (ONU) a nivel mundial, así como al Centro Carter en EE.UU.
Eso significa que existe una doctrina internacional y una amplia práctica de observación electoral por consiguiente, no es una dádiva o concesión de ningún gobierno sino una garantía de legitimidad de las elecciones siempre y cuando la observación se ejecute con criterios de calidad.
Recordemos que los comicios constituyen la piedra sillar o fundamental del sistema democrático y por lo tanto debe denunciarse cualquier manipulación o intento de manipular la observación de los procesos electorales.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que el éxito de una observación electoral depende también de que en el país donde se van a observar las elecciones haya una oposición seria, responsable, creíble, ya sea que se presente unida en una gran alianza o mediante la acción de diversas corrientes políticas, según sean las circunstancias.
Y en el caso específico de Nicaragua tenemos que reconocer que mientras la oposición se mantenga dividida y atacándose entre sí, más que cuestionando al adversario común, el gobierno podrá hacer de la observación electoral un inocuo e ineficaz acompañamiento de las elecciones, o más bien dicho un apañamiento de sus maniobras fraudulentas.
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