Luis Eduardo Martínez/ CORRESPONSAL/ MATAGALPA.- Cada mañana, cuando el sol apenas asoma sobre las montañas que antes fueron escenario de guerra, Jessly Elieth Montenegro Zeledón toma el bus para viajar siete kilómetros hacia el poblado de El Cuá, departamento de Jinotega, donde este año culminará el bachillerato.
Tras la secundaria, quiere estudiar contabilidad o alguna carrera afín, pero no sabe si su papá “podrá asumir los costos”, dice la adolescente que vive a orillas de la carretera de Macadán, entre el Cúa y San José de Bocay.
En su casa quedan sus dos hermanas Tania, de 15 años y Doris Karina, de 11 años. La quinceañera cursa los fines de semana – el tercer año de secundaria y desea estudiar administración de empresas, mientras que la más pequeña cursa el sexto grado de primaria.
Ángel Ramón Montenegro y Judith Zeledón Tinoco, sus padres, están orgullosos, porque a pesar de vivir en condiciones de pobreza, sus hijas siguen progresando en la formación académica.
Jessly, al igual que sus hermanas , ya superó la escolaridad promedio del departamento de Jinotega. Según el último Censo Escolar del Ministerio de Educación (Mined) realizado en el año 2007, el promedio es de segundo grado de primaria. El documento refleja que solo el diez por ciento de la población en el departamento había aprobado segundo año de secundaria.
Otros como Santos Isidoro Mendoza Martínez, de 16 años, no han tenido la misma suerte de continuar sus estudios.
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Entre los problemas identificados por los jóvenes que participaron en la consulta destaca la falta de asesoramiento en salud sexual y reproductiva, por lo que están expuestos a enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados y a la formación de hogares a temprana edad.
Iris Raquel García Acuña, técnica de la CMAJ refiere que los jóvenes demandan más inversión en salud, educación, medio ambiente, recreación, vivienda y seguridad ciudadana, entre otros.
Se quejan, además, de que el municipio carece de suficientes puestos de salud y que en algunos casos en éstos sólo atienden dos días por semana y que les faltan medicamentos.
Tampoco hay bibliotecas, la cancha deportiva municipal está en malas condiciones y en temporada de café es usada como beneficio para secar el grano y los centros escolares son inaccesibles para discapacitados.
La falta de oportunidades contribuye a que jóvenes desmotivados se refugien en drogas y alcohol, considera García.
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Originario de la comunidad El Cedro de El Cuá, este muchacho empezó a estudiar primer grado en la escuelita rural de El Cedro, pero desertó. “Fui un año a la escuela y no aprendí nadita, quise aprender pero no pude”, lamenta el muchacho de tez morena, justificando que trabaja en la agricultura desde que tenía nueve años, ayudando a sus padres y dos hermanos mayores, limpiando la parcela o desgranando maíz.
Según el Censo Escolar del Ministerio de Educación, hecho en 2007, las labores agrícolas constituyen una de las principales causas de deserción escolar en El Cuá, donde el 54 por ciento de la población, con edades comprendidas entre tres y 18 años, no estaba estudiando y el analfabetismo alcanzaba el 29 por ciento.
FALTA DE EMPLEO
El desempleo es un tema serio en esta comunidad. Aunque el padre de Jessly Montenegro dice que hará todo lo posible para que sus hijas salgan adelante y estudien, él está claro de que en el Cúa “no hay trabajo”. Lo que él piensa lo confirma una caracterización municipal, actualizada el año pasado por la Alcaldía, según la cual, más del 60 por ciento de la población económicamente activa, estaba desempleada.
Jessly sabe que el esfuerzo de su padre es insuficiente y precisamente por eso con su hermana Tania se turnan a ir a El Cúa un sábado cada una para trabajar como vendedoras en una tienda de productos e insumos agrícolas. El dinero que ganan lo usan para sus pasajes.
En el poblado de El Cuá funciona una universidad privada. El alcalde Raúl Acevedo Lara apunta que es subsidiada por la Alcaldía y “tenemos a más de 200 jóvenes becados estudiando en la universidad”.
Otra parte de los bachilleres opta por estudiar en fines de semana en universidades de Matagalpa o Jinotega, ciudades a las que Jessly prefiere para ir a estudiar, porque allí cree ella, tendría más oportunidades de conseguir un empleo como dependienta en algún establecimiento comercial o como doméstica para pagar los estudios superiores. “Quiero seguir estudiando, me gusta la contabilidad”, insiste Jessly, pero de sus anhelos cae a una estruendosa realidad: en El Cuá hay escasas oportunidades de empleo para los jóvenes profesionales.
POCAS OPORTUNIDADES
Como fuentes de empleo, además de la Alcaldía, en El Cuá operan dos microfinancieras con poco personal y algunos organismos no gubernamentales que prefieren emplear a personas foráneas, dice la joven, Iris Raquel García Acuña, técnica de la Casa Municipal de Adolescentes y Jóvenes (CMAJ).
“No existe oportunidad de empleo digna”, sostiene García, indicando que cuando un joven profesional accede a una plaza laboral generalmente “sólo le cubren el (salario) básico, no está en planillas, no está asegurado y si lo está sólo le pagan el seguro por invalidez, vejez y muerte”.
Según la caracterización municipal, del total de habitantes, el 52 por ciento corresponde a menores de 15 años y de acuerdo con García, los adolescentes y jóvenes constituyen el 70 por ciento del electorado en El Cuá, pero aún así “los adolescentes y jóvenes no somos sujetos de múltiples derechos”.
El alcalde considera que maestros y enfermeras tienen más oportunidades laborales, “ya que quien es contador o ingeniero civil no tiene oportunidad”. Según el edil, para generar empleos la municipalidad está promoviendo la creación de microempresas para darle valor agregado a los bananos, aguacates, naranjas y otros productos como el café, que actualmente son procesados en otros territorios.
Pero, el alcalde considera que sin inversiones gubernamentales o privadas para la conformación de empresas, el futuro de los adolescentes será igual que en el presente: “aunque tengan un título universitario, las muchachas serán siempre amas de casa y los varones jornaleros en las fincas o tendrán que emigrar del municipio buscando nuevos horizontes”.
Jessly sabe que eso ha ocurrido con algunos jóvenes del municipio, sin embargo, conserva esperanzas y enfatiza: “no me pienso casar pronto, hasta que termine mi carrera y si hay que buscar en otros lados, ni modo. Pero, mañana es otro día”.
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