- Cantinflas alcanzó cotas de elegancia como embajador de la República de los Cocos en Su excelencia, película en la que luce un espléndido frac negro plagado de condecoraciones. Una perfección que se deja traicionar por una pajarita tan inmaculadamente blanca como torcida.
El actor consigue su imagen más sobria gracias a la sotana en la película El padrecito (1964), en la que un atildado padre Damián llega a la localidad de San Jerónimo el Alto, donde se enfrenta con un cacique que tiene sometido al pueblo y es así como sale la cara más social de Cantinflas, que se revela ante las injusticias cometidas contra los más humildes.
Sin embargo, en sus esfuerzos por ayudar e integrarse en San Jerónimo el Alto el padre Damián se ve obligado a empuñar la muleta y hace una recordada aparición toreando, aunque no con traje de luces sino con alzacuellos y la sobriedad que un sacerdote requiere y es que, en el caso de Mario Moreno, el hábito no hace al monje, sino que él sabía dar realidad a todos los uniformes.
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Efe-Reportajes
El nombre de Cantinflas va indisolublemente asociado a la figura del “peladito”. El pícaro de aspecto desgarbado, con su camiseta larga, pantalones demasiado anchos, remendados y caídos, sombrero y pañuelo rojo. Además era capaz de “hablar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada”, tal y como el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define el verbo “cantinflear”.
Sin embargo, Mario Moreno fue, en sus 45 largometrajes y 6 cortometrajes, mucho más que un hombrecillo desaliñado que pasó de “peladito” a héroe popular, por su lucha contra las injusticias, su marcado sentido de la moral y su defensa a ultranza de los más desfavorecidos.
EL SERVIDOR PÚBLICO
Uniformado de azul, jersey de cuello vuelto y casco azul y negro, El patrullero 777 (1978) intenta poner paz y cordura con su labia acelerada en disputas urbanas o familiares y no duda en infiltrarse en un cabaret, de tipo duro y con lentes oscuros, para mantener a raya al crimen.
Aunque años antes de luchar contra el crimen, Cantinflas lo hizo contra el fuego en El bombero atómico (1950), a pesar de su escasa forma física, su manifiesta torpeza para la labor y un casco siempre demasiado grande. Pero le duró poco el cargo pues, por carambolas del destino, se ve endosando un flamante y casi hecho a medida uniforme de policía, mal abotonado y con la gorra torcida, para dar vida al mítico sargento 777, que salvará a su hijita adoptiva de unos malvados delincuentes.
Pero Cantinflas mostró su cara más intrépida en 1947, con la comedia ¡A volar joven! , un recluta de pantalones caídos y corbata mal anudada que hará todo lo posible por huir de una poca agraciada novia a la fuerza e incluso intenta meterse a piloto del Ejército para poner cielo de por medio con su prometida, que a la postre no resulta un mal partido.
También se puede hacer un servicio público escoba en mano y así Cantinflas se convirtió en 1981 en El barrendero (su última película), embutido en un anodino mono naranja y sin renunciar al sombrero. Napoleón, que tal se llamaba, se revela como un aprendiz de ligón con las sirvientas del barrio y con mucho ritmo para limpiar las aceras mientras baila con su escoba, aunque siempre metido en embrollos por intentar ayudar a los demás.
SERVICIO DE HABITACIÓN
Sin embargo, uno de los atuendos más memorables de Mario Moreno es el de botones en Gran Hotel (1944), en el que hace una aparición triunfal ataviado con una chaquetilla varias tallas más pequeña que la suya, abotonada como “de casualidad”, bajo la que se puede ver un cuarto de su inseparable camiseta blanca.
Más allá de botones, Cantinflas llegó a mayordomo, nada menos que del aristócrata inglés Phileas Fogg a quien acompañó a dar La vuelta al mundo en 80 días (1956), desde Inglaterra, pasando por Francia, España, India, Hong Kong o Estados Unidos.
En esta producción de Hollywood, protagonizada por David Niven y que recibió cinco Oscar y dos Globos de Oro, se puede ver cómo el cómico mexicano —en el papel de Passepartout o Picaporte— da todo un recital de vestuario, desde mayordomo —con pantalón de raya diplomática y botines— pasando por torero, japonés o mexicano, entre otros “estilismos”.
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