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El séptimo Dan, Tetsu Ito, que ha sido su maestro durante 35 años, fue quien lo llamó a entrenar para competir en Japón.

“La ventaja está en la mente”

Rodolfo Báez, maestro nicaragüense del karate do, habla de su accidente sin el más leve asomo de tristeza. Cuenta que esa noche, ahí en Granada, perdió el brazo derecho, que un muchacho quiso ayudarlo, pero al ver la escena huyó espantado, y que entonces tuvo que caminar solo de regreso a su casa.

Fotos de La Prensa/ Germán Miranda/ Cortesía

 

El ferrocarril lo arrastró por 25 metros. Eran las siete de una noche muy oscura de mayo… o tal vez de junio. Eso no lo recuerda con precisión. Pero sabe que era 1967 y que él tenía solo 11 años.

Rodolfo compitió cuatro veces en los campeonatos internacionales de Japón. En 2001, ganó primer lugar; en 2002, el segundo.

Rodolfo Báez, maestro nicaragüense del karate do, habla de su accidente sin el más leve asomo de tristeza. Cuenta que esa noche, ahí en Granada, perdió el brazo derecho, que un muchacho quiso ayudarlo, pero al ver la escena huyó espantado, y que entonces tuvo que caminar solo de regreso a su casa.

Su padre lo llevó al hospital, donde el niño permaneció durante un mes. Mientras la herida sanaba, él garabateaba letras en un cuadernito, para aprender a usar la mano izquierda y no perder el año escolar. Estaba apenas en segundo grado, porque toda su infancia la pasó en el campo, entre vacas y caballos, en una hacienda granadina.

“Mis padres nunca me mimaron, ni se compadecieron de mí. Y se los agradezco”, dice Rodolfo, que hoy tiene 54 años de edad, cuarto Dan (cada Dan es un nivel en las artes marciales, una vez que se ha obtenido la cinta negra) y ha ganado campeonatos internacionales.

—¿Y usted se compadecía de sí mismo?

—Nunca.

—¿Ni se ha considerado en desventaja por no tener sus dos brazos?

—La ventaja está en la mente —afirma el maestro—. Yo no estoy en ventaja ni en desventaja física, eso no me importa. Por eso practico karate.

RODOLFO SE INICIÓ

en el karate do cuando tenía 16 años. En una época en que las artes marciales no estaban de moda. Casi nadie las practicaba —cuenta— porque todavía no había llegado el ¡boom! de las películas de Bruce Lee y Jackie Chan.

“En las luchas se usan máscaras, peto y guantes para evocar el realismo del verdadero karate”, dice Rodolfo Báez.

Pero el 3 de marzo de 1973 (recuerda mejor esta fecha que la del accidente), Rodolfo llegó a la casa de un pariente y sobre una mesita de madera vio la revista que le cambiaría la vida.

Estaba en inglés y él no la entendía muy bien; sin embargo, los ojos se le quedaron en la portada, donde aparecía la fotografía de un japonés que ensayaba una posición de karate. Y entonces la escuchó. Una corazonada le susurró al oído: “Necesitás aprender esto”. Por eso entró a la academia de artes marciales de Granada.

Tres años después, en agosto de 1976, fue a estudiar con una beca a Wisconsin, Estados Unidos. Allí siguió mejorando sus giros, golpes y patadas voladoras que nada tenían que envidiarle a las de Bruce Lee. Ese mismo año ganó el segundo lugar en un campeonato.

Luego participó en competencias panamericanas, en Guatemala y Costa Rica. Pero fue hasta 2001, 35 años más tarde, cuando obtuvo el mayor de sus títulos: el primer lugar en el Campeonato Internacional de Karate Do en Japón.

La mañana en que salió de Yokohama rumbo a Tokio, solo se comió media barra de chocolate, porque quería estar ligero. Tenían que valer la pena los seis meses de preparación, los 40 mil golpes que dio durante su entrenamiento (sí, los contó toditos).

Ya el año anterior había participado, pero en esa ocasión únicamente obtuvo un premio especial por haber sido el atleta más destacado de la competencia. Esta era la ocasión.

Así que salió al escenario de combate y ganó el primer lugar, pasando sobre contrincantes de al menos otros diez países.

—¿Qué sintió?

—Estaba tranquilo, sereno.

—¿Entendió cuando lo declararon vencedor?

—Sí… Hablo un poco de japonés.

Y DOMINA EL INGLÉS

a la perfección. Además, es administrador de empresas, porque su disciplina para instruirse es tan férrea como su determinación para perfeccionar sus técnicas de karate.

En su arte ha encontrado equilibrio mental, salud, energía y seguridad en sí mismo. “No es que haya sido un inseguro, pero me ha ayudado”, aclara, y después muestra una sonrisa de niño.

Su puño es duro como el caucho, con nudillos que parecen nudos ciegos, pues se cubrieron de callos por los tantos y tantos golpes dados y recibidos.

Y puede que cada día sea una mano más dura, dominada por una cabeza cada vez más sabia. Porque —finaliza Rodolfo— el karate nunca se termina de aprender.

“En las luchas se usan máscaras, peto y guantes para evocar el realismo del verdadero karate”, dice Rodolfo Báez.

La Prensa Domingo Karate Do Maestro ventaja archivo

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