Por Edgard Rodríguez C.
Aun sin radares de por medio, hay un nombre que salta a la vista cuando se habla de “lanzallamas” en el beisbol nacional, y es René “El Ñato” Paredes.
Desde siempre, Albert Williams, Aubrey Taylor, Porfirio Altamirano, Lisandro Parajón y otros, emergen en la memoria cuando se hace el recuento de lanzadores de velocidad relampagueante. Pero adelante, suele estar Paredes, el cañón leonés.
Claro, la irrupción de Vicente Padilla y el hecho de poder medir con radar que lanzó a 100 millas a inicios de la década pasada, modificó la ubicación en los rankings, pero las cifras de Paredes han sido siempre un gran soporte.
Armado de una poderosa bola rápida, Paredes pudo ser el primer big leaguer pinolero. Los Orioles lo firmaron en 1963 y pese a que su buen desempeño, auguraba un gran futuro, se rehusó a seguir y decidió venirse a la pelota nica.
El “Ñato” tuvo 4-5 y 3.26 en su primer año en las Menores en 1965, pero luego saltó a 6-1 y 2.25 en 1967, antes de cerrar con 12-3 y 2.78 en Doble A en 1968, ya con Minnesota. Antes, en 1964-65, había capturado la Triple Corona en la profesional nica.
En esa liga (1964-65), Paredes, quien fue novato del año en Nicaragua en 1962, registró 13-5 y 1.92, más 132 ponches en 163.2 innings para llevarse los principales lideratos del pitcheo, a pesar de la fuerte presencia extranjera.
Pero esas son solo las cifras detrás de una historia inspiradora de un hombre que se sobrepuso a mil inconvenientes para convertirse en estrella. Nacido en medio de una pobreza extrema en el barrio Ermita de Dolores, el “Ñato” alcanzó la cima.
No usó zapatos hasta sus 14 años, su formación académica es segundo grado de primaria y no tomó la decisión correcta cuando tuvo la oportunidad, pero aún así, el país vio su grandeza y le aplaudió en agradecimiento.
Hoy Paredes lanza su más difícil partido, al ser afectado por una prolongada enfermedad que lo acecha incisivamente, pero no
se ha rendido aún, aunque sabe que si le toca salir del juego, lo dejará con el marcador a su favor.
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