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La cultura de la tolerancia

Alejandro Serrano Caldera.-

Jurista, filósofo y escritor nicaragüense


Nicaragua atraviesa un momento difícil en el que las tensiones y pasiones propias del clima electoral que vive, exacerban la actitud intolerante y confrontativa. El clima político está haciendo prevalecer la intransigencia y agresividad, presentes a través de diferentes formas. El problema se ve agravado aún más porque estas actitudes provienen, principalmente, de las estructuras ligadas al poder y se expresan, por una parte, en el rechazo violento a la protesta o disidencia contra las acciones del gobierno y, por la otra, en una exaltación del culto a la personalidad y de la idea de un caudillo que represente todas las cualidades políticas y justifique el autoritarismo, en tanto encarne los dogmas de una religión política que va más allá de la estructura partidaria y de la formulación ideológica.

Un ejemplo de la primera situación lo constituye la agresión frecuente contra aquellas manifestaciones ciudadanas que expresen disidencia, aunque sea en la forma más pacífica que pueda suponerse, tal es el caso reciente del joven de Rejudin, cuya protesta consistía en permanecer solo y encadenado en el monumento a Benito Juárez cuya inscripción, célebre por demás, dice: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. La consecuencia de su protesta fue un golpe que le partió la cara proporcionado por otro joven que consideró intolerable cualquier disidencia a la política oficial.

En lo que concierne a la segunda situación, el culto a la personalidad, es visible la campaña de rótulos, canciones y consignas, orientados a crear a través de sus mensajes, la idea del personaje omnipotente, omnisciente y único que debe ejercer el poder, porque es la expresión del pueblo, de la voluntad colectiva y la soberanía.

Pretender hacer política de la religión y religión de la política, conduce a una actitud intolerante que se expresa en las formas que hemos indicado. La cultura de la tolerancia exige cambiar ambas actitudes: la agresiva y la mesiánica, pues la dos conducen a la violencia.

La tolerancia, sin embargo, no significa aceptación de la injusticia y mucho menos sometimiento. La injusticia destruye la tolerancia y, consecuentemente, la libertad, la democracia y la paz. Desde una perspectiva política, tolerancia es respeto por lo que difiere de determinados puntos de vista. Es condición de universalidad, pues al reconocer distintos enfoques individuales y colectivos, propicia la integración de visiones dispares, la interacción entre diferentes formas de vida, cultura y civilización.

En Nicaragua debemos ser tolerantes para consolidar la democracia y la estabilidad, reiterando que tolerancia no significa claudicación, pues quien claudica no contribuye a la paz, sino a la paz de los cementerios morales. Se trata de reafirmar nuestras creencias y de luchar por ellas, pero también de asumir por principio que hay otro ser humano que puede pensar diferente y que tiene el mismo derecho de expresar y defender sus ideas. Si ambos interlocutores parten de ese presupuesto moral, el diálogo es posible. Diálogo posible para llegar al consenso sobre algunas cosas o mantener la discrepancia sobre otras, pero que permitirá, también, llegar a la síntesis de posiciones confrontadas.

A partir de esos presupuestos podemos alcanzar lo que hemos llamado desde hace muchos años la Nicaragua Posible, esa que todos y cada uno de nosotros podemos construir cediendo un poco de lo que constituye nuestro ideal político y el paradigma de nuestro modelo integral de sociedad.

Es la Nicaragua de la democracia y de la paz la que surge de la coexistencia de nuestras diferencias. No la Nicaragua homogénea, caótica o confrontativa, la del maniqueísmo que niega todo lo que no reproduce la propia imagen y deseos, sino la Nicaragua plural y múltiple en la que todas las expresiones políticas tienen un espacio legítimo.

Nuestro país es una comunidad escindida por prejuicios, sin vasos comunicantes y sin capilaridad; una sociedad compartimentada y agrupada más por intereses que por ideales y confrontada, no pocas veces, en un esfuerzo de descalificación recíproca.

Es importante superar esta situación y tratar de coexistir y fortalecer moralmente la sociedad nicaragüense a partir de sus propias diferencias. La unidad en la diversidad, idea en la que hemos persistido con terquedad desde hace mucho tiempo, debería ser el propósito a alcanzar para superar la situación de intolerancia en que se vive. Unidad en la diversidad en la que cada uno, sin renunciar a sus ideas y posiciones ideológicas y políticas, sea capaz de tolerar y debatir las ideas de los demás.

La tolerancia exige ese principio necesario para regir la conducta ética de los interlocutores, cualesquiera éstos sean. Solo así será posible entablar un verdadero diálogo. Diálogo posible para llegar al consenso sobre algunas cosas y sostener las diferencias sobre otras, pero que permitirá, también, llegar a la síntesis de posiciones confrontadas.

Eso permitiría enriquecer nuestro patrimonio moral y fortalecer algunas actitudes ausentes como son: la firmeza, que no es intransigencia, la tolerancia que no es debilidad, la racionalidad, la paz y la democracia, partiendo siempre de la estricta observancia de la Constitución y las leyes.

Nicaragua está viviendo, sobre todo desde el poder, una forma de descalificación del adversario, de rechazo a debatir las ideas; porque no se debate, se insulta; no se discute, se descalifica. Cada día se dialoga menos, nuestros diálogos son monólogos por turno. Somos un país de epitafios morales; se destruye con frases lapidarias. Difícilmente en los debates se soportan la argumentación y la exposición reflexiva.

Se conversa sobre la base de afirmaciones categóricas, juicios definitivos, frases herméticas, conceptos absolutos e inapelables que se aceptan o se rechazan, se toman o se dejan. En el diálogo como en la práctica política solo se admite la sumisión o la guerra y, generalmente, se encubre la incapacidad dialógica con el argumento (que es un autoengaño), que para el nicaragüense no existen los términos medios. Todo ello es expresión dominante de intolerancia.

Es fundamental construir los vasos comunicantes. Ni confrontación ciega e irracional, ni claudicación. Se trata, más bien de encontrar el punto justo en el cual se pueda disentir dialogando; pensar distinto no es un delito, es una característica fundamental del ser humano.

Disentir no es hacerse acreedor de la descalificación y la sepultura moral. Nada es peor que una sociedad intolerante y estandarizada. Hay que luchar por una sociedad unida, pero no uniformada, pues como enseña Octavio Paz: la unidad no es la uniformidad y, en ese sentido, no queremos tener un pensamiento homogéneo que “uniforma sin unir”, sino un pensamiento y una actitud tolerante y plural que “une sin uniformar”.

COMENTARIOS

  1. Alex
    Hace 13 años

    Lo que tienen que haces los nicas es barrer con la escoba grande a tanto politico de pacotilla y dejar que la verdadera democracia entre por la puerta grande y ya dejen de quejarse si en el 1979 se fue somoza asi se puede ir ortega porque los nicas no agarran las armas otra vez para ser libres porque va a estar aguantando a un ladron y a su pacotia saquenlo de una vez

  2. pacifista
    Hace 13 años

    estimado doctor Caldera,
    que gran mensaje, un comentario que vale la pena coleccionar y seguirlo al pie de cada letra. puedo ver en usted una gran preocupación y amor por nuestra patria pobre y hambrienta. agradezco y acojo los consejos de un sabio. Sin embargo lamento que los idolatras y fanaticos no tengan en su naturaleza la reflexión para hacer la unidad nacional sin uniformes. Intolerantes recuerden a los heroes y martires que lucharon por algo que ustedes ahora defienden.

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