La caída de la dictadura de Muamar Gadafi en Libia es una fiesta de la libertad y la democracia, y una derrota de las dictaduras y gobiernos autoritarios que para desgracia de la humanidad aún existen en diversas partes del mundo. Pero sobre todo para Daniel Ortega la caída de Gadafi significa una derrota política, por la asociación incondicional que hasta el último momento ha mantenido con el sanguinario tirano de Libia.
Ortega es uno de los pocos gobernantes solidarios con Gadafi, junto a los hermanos Castro de Cuba y Hugo Chávez de Venezuela. El 21 de febrero de este año, el mismo día que Gadafi lanzó la represión militar más sangrienta contra el pueblo libio, empleando todo el poder de su aviación, fuerzas blindadas y artillería pesada, Daniel Ortega clamó en el acto oficial en conmemoración del 74 aniversario del asesinato de Augusto C. Sandino, en defensa del carnicero de Trípoli.
Ortega incluso hizo el ridículo internacional al nombrar a Miguel D´Escoto como supuesto embajador de Libia ante las Naciones Unidas, siendo tajantemente rechazado por el organismo mundial. También Ortega se sumó a una iniciativa internacional del presidente venezolano Hugo Chávez, para tratar de salvar al régimen de Gadafi. La iniciativa de Chávez fue respaldada solo por los gobernantes del Alba y pretendía involucrar al expresidente demócrata estadounidense, Jimmy Carter, pero fracasó estrepitosamente igual que todos los esfuerzos que los amigotes de Gadafi trataron de hacer para salvarlo de la rebelión popular.
Las conexiones de Daniel Ortega con Gadafi son ampliamente conocidas en Nicaragua y el mundo. Se conoce que Gadafi financiaba hasta los gastos personales de Ortega, después que este perdió las elecciones de 1990. Por los cables diplomáticos de Estados Unidos revelados por Wikileaks se conoció que el régimen libio también aportó fondos para la campaña electoral del líder sandinista en 2006. Tan estrecho ha sido el vínculo del gobernante de Nicaragua con Gadafi, que un sobrino de este forma parte del entorno político de Ortega y ocupa influyentes cargos en el gobierno.
De manera que existen sobradas razones para que en el sector de Daniel Ortega haya un ambiente de funeral por la caída de Gadafi. En cambio, en los medios democráticos se siente una inmensa y justa alegría, porque el derrocamiento de Gadafi es también una derrota de Daniel Ortega, y podría ser premonitorio como lo fue en 1989 la caída del Muro Berlín.
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