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Llegando a la meta

No soy atleta ni nada que se le parezca, pero el domingo pasado en medio de mi vida bastante sedentaria, decidí ponerme un short , una camiseta y correr cinco kilómetros junto a otros aficionados en un maratón realizado en la capital.

Por Delwing Cruz M

Domingo. 28 de agosto. A las cinco de la mañana mi cama aún me abrazaba. Me había acostado a la una de la mañana el día anterior y lo único que mi cuerpo pedía era quedarse ahí, en posición horizontal. Pero tenía un compromiso. Hacía un par de semanas me había comprometido, conmigo mismo, con ir a un maratón para aficionados que saldría de Galerías Santo Domingo a las 6:00 a.m.   

En un pleito entre mi pereza y yo me logré levantar, me puse un short, una camiseta y tomé camino. Llegué antes de la hora indicada. Poco a poco empezó a llenarse. Llegaron hombres, mujeres, niños, jóvenes. De todas las edades. Así se fueron reuniendo en la línea de salida. Es la quinta edición del Desafío 5K organizado por Managua Runners.   

Estoy listo. Mentalmente. Físicamente no tanto la verdad. Mis piernas me pesan como si cargara dos adoquines en cada una.   

Llevo una vida bastante sedentaria, de mi casa al carro, del carro al trabajo o a la disco, y viceversa. Aunque debo decir que hace ya algunas semanas que voy a clases de ritmos por las noches. Aquí estoy todo. Con esas horitas de ejercicio a la semana y con un sueño que me pega en el rostro.    Mis amigos, los que me acompañan en el recorrido, también lucen somnolientos. Mientras colocamos los números que nos identifican como participantes es el espacio propicio para las bromas.   

— Con solo ver a la gente calentar ya me cansé —dice Alex. Yo me pregunto si podría ir manejando.   

Salimos de Galerías rumbo al semáforo del Club Terraza. El trayecto me pareció eterno. Mis piernas, esas fieles compañeras, parecieran resistirse. El trayecto era en subida, lo que lo hacía peor. Después fuimos rumbo a los semáforos de Villa Fontana, una carrera en bajada que recargó un poco mi energía.   

Corría. Corría. Corría. Iba rodeado de mucha gente que hacía un esfuerzo igual que yo, pero mientras avanzaba sentía que el corazón se me salía. Escuchaba mi jadeo. Y estaba empapado en sudor.

Managua Runners realiza eventos de atletismo con alguna frecuencia. Es algo nuevo en Managua, de hecho fue en el 2010 que iniciaron con actividades de este tipo. Esta carrera es a beneficio de los niños quemados de Aproquen.

Este domingo es mi segunda vez en un maratón. La primera vez fue durante la cuarta edición de Desafío 5K, el pasado 10 de abril, donde hice el recorrido en 42 minutos y 57 segundos. 

Seguí por la Lotería Nacional para tomar nuevamente rumbo a Galerías. Ese fue el peor de todos. No sentía mis piernas. La respiración me faltaba y me tocó calmarme y caminar para recuperar el color que había perdido.

Me sentía muerto, mientras miraba que un señor corría con tranquilidad junto a sus dos perros.Debería hacer esto más seguido, hablaba conmigo mismo, mientras intentaba recuperar el paso y el tiempo perdido. Faltaba poco para llegar a la meta.

Ya sin fuerzas, pero con honor, seguí corriendo.

—223… 32 minutos, 40 segundos —escuché que dijeron los jueces.

“He sido desahuciada muchas veces, me han dado la extremaunción dos veces, en este momento ya me desahuciaron de nuevo. Yo creo que uno debe vivir el presente y aprovecharlo, porque cuando uno está como yo, un pie dentro de la tumba y uno fuera, quiere hacer muchas cosas”.

Me sentía un Carl Lewis, ese famoso atleta estadounidense que le llamaban “El Hijo del Viento”. La comparación ofende, a Lewis por supuesto. Pero pude sentir esa sensación que noto en sus fotos donde luce con las manos hacia arriba en señal de victoria. Claro él siempre fue un número uno. Yo al menos cumplí mi misión.

Enfermedad, pobreza y abandono es la fórmula que muchos usan para justificar el fracaso. Pero la jovencita calva, con un peso no mayor a los 84 libras, que se incorpora de la cama —que parece un elemento subrealista por el colorido de su edredón con motivos infantiles, pues está  rodeada de paredes y tablas oscuras— la anterior es una fórmula incorrecta.

Cáncer, pobreza y abandono han marcado la vida de Katherine Vannesa Rugama Díaz. No caminaba bien cuando su mamá la dejó en manos de su abuela Elsa Palacios. Desde entonces y hasta ahora Elsa ha sido su mamá. De su mamá biológica no recuerda nada.

Al ser una persona mayor, con poca escolaridad su abuela ha sobrevivido con diversos trabajos, como modista, doméstica y comerciante, ahora “resuelven” con una pensión de un mil setecientos córdobas (75 dólares aproximadamente) que le pasa el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), por un hijo caído en combate, durante la década de los ochenta. Con esta pensión se pagan los servicios y se acomoda la comida de las tres personas que comparten la  sencilla vivienda del barrio Batahola Norte: Katherine, un primo con quien se ha criado como hermana y su abuela.

“Yo nunca me había enfermado de nada, hasta entonces, para mí pasar tres meses en el hospital sin saber qué tenía fue terrible. Lloré mucho cuando me enteré y ya con el tratamiento a veces  no sabía a veces ni por qué lloraba,  no sé explicarlo, solo sé que esa primera vez estuve en el hospital desde abril hasta agosto”, recuerda Katherine.

Estaba tan agotada por el tratamiento cuando regresó a su casa que no se percató de las entradas y salidas de sus compañeros de clases que prepararon para ella, con la complicidad de su abuela y familia, su fiesta de quinceaños.

“A mí me dijeron ‘le traeremos música, será una reunioncita’ y cuál  fue mi susto cuando miré esos grandes parlantes que me movían el techo, pero ella estaba feliz y eso me llena”, afirmó Elsa.

Cada año en promedio, de acuerdo con las  estadísticas de la Comisión Nicaragüense de Ayuda al  Niño con Cáncer (Conanca), se diagnostican 250 casos nuevos de cáncer en niños, niñas y adolescentes. Katherine aseguró que  ha sido gracias al apoyo de los especialistas del hospital, Conanca,  el seguimiento psicosocial y la Asociación de Madres y Padres de Niños con Leucemia y Cáncer (Mapanica) que ella ha podido continuar.

“Yo quise ser psicóloga desde siempre, pero fue cuando estuve hospitalizada durante varios meses que llegaban las psicólogas a ayudarme, a hablar conmigo, con mi mamá, que me di cuenta que yo iba a dedicarme a eso y aunque no tenía el dinero, pedí mucho y fue una inmensa alegría cuando me dijeron en la Universidad Centroamericana (UCA) que tendría una beca”, señaló.

En la actualidad Katherine cursa segundo año de la carrera de Psicología y aunque es becada lamenta que la última recaída que tuvo hizo que su promedio bajara de 85 a 60 y algo.

“Perdí tres semanas de clases, como no puedo comer bien solo me mantengo con la leche Ensure, entonces me tienen que poner sangre y en esta última transfusión parece que estaba muy mal y  mi cuerpo la rechazó”, cuenta.

Lo que no cuenta Katherine es que algunos de sus vecinos y transeúntes  la han auxiliado cuando se desmaya a la espera del bus, que la conduce cada mañana a la universidad.

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“Sí me he desmayado —reconoce apenada— pero es cuando ando muy mal, entonces mi mamá me acompaña a clases y me espera en el corredor. Cuando me voy sola me siento o me quedó de pie en la entrada del bus, porque una vez me puse como en el tercer asiento y se llenó entonces no sé ni cómo me bajé pero sí me sentía mareada cuando al fin pude hacerlo”, dice con una gran sonrisa. 

La beca que recibe en la UCA le resulta insuficiente pues con ella no solo debe pagar pasajes y folletos sino también los tarros de leche que la mantienen. Cada semana se consume uno y en ocasiones no hay dinero para comprarlo, pero eso no le preocupa tanto como quedarse sin dinero para mandar los trabajos a los profesores de la universidad, desde un ciber.

“Esta computadora fue un regalo de una amiga canadiense, ella se llama Liz y la conocí cuando estuve internada, ella me quiere mucho y me la mandó de regalo, es una gran ayuda porque trabajo aquí y solo voy al ciber a mandar las cosas, a veces me atraso porque la mayoría anda minilaptop y yo no tengo, por eso me atrasé con este trabajo final que tengo en pantalla, pero comprendieron y me dieron tiempo”, señaló.

La voz de Katherine es muy baja y su respiración lenta, aunque ha tenido el tumor tan grande como una toronja los médicos no recomiendan una cirugía para extirparlo.

“Dicen que me quedaría muda porque está detrás de la nasal y se afectarían mis cuerdas vocales  y que aún así no me garantizan que sanará. Esta enfermedad entonces es parte de mi vida, a veces  cuando llego a  mi límite de aguantar, de soportar, me preguntó por qué, pero no le doy mucha importancia, yo tengo una vida y es más que el cáncer, tengo sueños, ilusiones, metas”, afirmó.

Katherine habla de sus metas. “Quiero  terminar mi licenciatura, hacer una maestría y un doctorado en el extranjero, tener un hogar, adoptar a un niño,  tener una clínica para ayudar a otros y a mis muchachitos”.

¿Quiénes son tus muchachitos?

Mis muchachitos son los niños que como yo en este momento tienen cáncer y están en tratamiento. 

¿Quisieras dejar de tener cáncer?

He sido desahuciada muchas veces, me han dado la extremaunción dos veces, en este momento ya me desahuciaron de nuevo. Yo creo que uno debe vivir el presente y aprovecharlo, porque cuando uno está como yo, un pie dentro de la tumba y uno fuera, quiere hacer muchas cosas. Sigo buscando mi camino, no importa cuál de los pies esté llevando las de ganar, eso es mejor que estar toda tu vida como en círculos, solo viviendo sobre lo mismo o encerrado en una caja. Yo quiero hacer muchas cosas y aprovechar el tiempo, no pasarme la vida haciendo nada, no me lo permito, yo tengo que vivir todas mis circunstancias.

La Prensa Domingo

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