Por Edgard Rodríguez
En deportes como el atletismo o la natación, donde los tiempos y las marcas acaban cualquier discusión, hay menos espacio para la subjetividad que en otras disciplinas, donde muchas veces intervienen simpatía, identificación generacional y hasta estados de ánimo.
El beisbol se presta a ese tipo de inclinaciones. Excepto cuando se dispone de las cifras, que a fin de cuentas son las que muestran la obra de un pelotero, más allá de los agregados que cada quien desee hacerle a un debate. Pero cuando no se tiene el dato, la discusión es interminable.
Ese no es el caso de René “El Ñato” Paredes, cuya grandeza como lanzador está registrada. Y aunque ayer pasó a manos del Creador, tras una prolongada enfermedad, ahí queda su legado como un legítimo “as” del montículo, un orgullo nacional.
Paredes debió ser probablemente el primer nica en Grandes Ligas, pero su falta de madurez le hizo renunciar a ese sueño de brillar junto a otras luminarias en las Mayores, y en cambio, se dedicó a sembrar el pánico a nivel local, gracias a su poderosa bola rápida.
Luego de ser Novato del Año en la temporada 1962-63, René alcanzó la cúspide en el torneo profesional de 1964-65, cuando ganó la triple corona con 13-4, 1.92 y 133 ponches. Ese fue su mayor impacto por el nivel de la liga y calidad de competidores.
Y además de registrar 22-13 y 2.29 en las ligas rentadas nicas, René coleccionó 25-19 y 3.56 en las Menores en Estados Unidos con Orioles y Mellizos, con quienes tuvo 12-3 y 2.78 en 1968.
Más que eso, Paredes fue un buen ser humano, un trabajador que se ganó dignamente el sustento de cada día, incluso más allá del beisbol. Jamás se le vio reclamando la atención que merecía y se ha ido con el conteo a su favor, como los grandes, porque era uno de ellos.
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