Por Milos J. Gomalle
Habían pasado dos años cuando nuevamente junto a ella la miró, la misma, no había perdido ni un diente, aunque un poco más flaca, quizá aún solo había en ella un poco de amor para el que no dejaba de adorarla, lo que motivaba el mencionado sentimiento. Linda pero nunca como Lindsay Lohan.
De un agradable y original verbo que de vez en cuando resultaba una radiante alegría con una risa semejante al universo fugaz de notas dulces. Y sus grandes ojos negros volados a los recuerdos. —Te amo —repetía el enamorado. —Sí, pero ¿qué tiemblas? —Temo perder tu amor.
Ella guardó silencio con sus ojos insondables idos a la obscuridad del pasado consumido. Otro hombre en su mente que era un hombre distinto al ignorante que le amaba. Este hombre no sabía que en su ausencia ella había parido un hijo de quien ella muy enamorada había entregado su virginidad y su corazón. Aquel hombre que estaba con ella ya era solo un cliente más. —¿Cuánto me pagarás? El hombre le dio doscientos pesos y sin tocarla como siempre se marchó.
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