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TV Personal

A finales de los noventa, el estreno de Los Sopranos en HBO y la creciente popularidad del DVD coincidieron para fundar una nueva era dorada de la televisión. La serie de David Chase introdujo un modelo narrativo denso y novelesco. Con temporadas limitadas a trece capítulos, pudo potenciar esfuerzos técnicos y artísticos. Según muchos críticos, la oferta de Hollywood palidecía ante la pantalla chica. Era tan buena que la gente quería poseerla. Antes se vendían algunas series en VHS, pero nunca fue práctico. Lo que ocupaba un voluminoso casete, podía alcanzar en un simple disco. Otros canales siguieron la pauta, produciendo series ambiciosas que inevitablemente terminaban vendiéndose en el conveniente formato.

Juan Carlos Ampié

A finales de los noventa, el estreno de Los Sopranos en HBO y la creciente popularidad del DVD coincidieron para fundar una nueva era dorada de la televisión. La serie de David Chase introdujo un modelo narrativo denso y novelesco. Con temporadas limitadas a trece capítulos, pudo potenciar esfuerzos técnicos y artísticos. Según muchos críticos, la oferta de Hollywood palidecía ante la pantalla chica. Era tan buena que la gente quería poseerla. Antes se vendían algunas series en VHS, pero nunca fue práctico. Lo que ocupaba un voluminoso casete, podía alcanzar en un simple disco. Otros canales siguieron la pauta, produciendo series ambiciosas que inevitablemente terminaban vendiéndose en el conveniente formato.

Así, surgió un nuevo modo de consumo televidente. Con el set de temporada en mano, ya no era necesario esperar una semana para ver otro capítulo. Todos nos hemos visto atrapados por algún libro a altas horas de la noche, tratando de vencer el sueño para seguir dando vuelta a las páginas. Ahora, la tentación se presenta como el botón de “play”. Uno empieza inocentemente, queriendo distraerse una hora… y termina al filo del amanecer, con los ojos rojos, pensando en una buena excusa para no ir a trabajar.

Los archivos de los estudios abrieron sus compuertas para participar de la bonanza. Nadie más feliz que este servidor. Series legendarias, nunca presentadas en Nicaragua, fueron tachadas de mi lista de visionaje imposible: la inglesa The Singing Detective (Dennis Potter, 1986); Dekalog, el ciclo del director polaco Krzysztof Kieslowski inspirado en los 10 mandamientos (1989); y Twin Peaks, saga de misterio surrealista producida por David Lynch y Mark Frost (1990). Las tres residen en mi biblioteca, a la par de mis libros favoritos. Los programas de TV, antes efímeros e insustanciales, se convirtieron en objetos de colección.

Aquí los piratas han descubierto este filón con series colombianas. Varias personas me han confesado perder fines de semana y horas de sueño con El Cartel de los Sapos. Bienvenido al club, les digo.

Ahora, el DVD da paso al archivo digital, facilitando aún más acceso y distribución. Leí en  internet sobre la popularidad en Inglaterra de la serie danesa Forbrydelsen (Asesinato). Se lo comenté a un amigo, y un par de días más tarde, me pasó un par de DVDs con 20 horas de aventura policial de alto calibre. Aprecio la conveniencia, pero al igual que con los libros, extraño la realidad física del objeto. Ahora, acabo de terminar la cuarta temporada de Mad Men en un maratón de cuatro horas que me dejó con un déficit de sueño que tomó días en compensarse. Voy a la mitad de Berlin Alexanderplatz, de Rainer Werner Fassbinder (1980). Después voy a Siglo Privado (2006), que narra 100 años de historia checoslovaca utilizando películas caseras. Y estoy considerando  regalarme para Navidad Deadwood (2004-06), western revisionista de David Milch. Desde lo popular hasta lo enrarecido, siempre hay algo que ver en mi estación de TV personal.

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