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José Rodolfo Paizano

Las obras son el rostro del amor

El domingo pasado el Señor nos invitaba en el evangelio a trabajar en el Reino de Dios. Tarea que le compete a todo creyente; ayer como hoy, el Señor te invita a que seas —un discípulo— misionero de su Reino. Hoy el Señor acude a una parábola para brindarnos una enseñanza, sobre cuál ha de ser nuestra disposición ante el Reino de Dios.

La parábola de hoy está en el contexto de una familia. La familia obra de Dios, porque Dios pensó y quiso a la familia para el hombre (Gen. 2, 18) es la casa de las primeras relaciones de cada ser humano, es donde el hombre empieza a desarrollarse y a vivir como persona. La familia ha de ser el lugar protector y medio favorable para que el ser humano viva como tal. Es tarea de los esposos hacer de su hogar, un lugar donde se gesta el hombre de la nueva sociedad.

La familia ha estado presente en la mirada de Dios y de la Iglesia, es interesante como la ven los obispos de Latinoamérica y del Caribe en el documento de Aparecida en los numerales: 114, 302 y 432:

“La familia, patrimonio de la humanidad, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente… La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de los hijos”.

El deseo de Dios es que cada ser humano tenga una familia, Él quiso para su Hijo una familia, dándole un rango excelso: Santuario de la vida y del amor. De ahí que la familia está llamada a ser Iglesia doméstica, discípula al servicio de la vida. Está llamada a ser semillero y campo de Dios para que en ellas nazcan las vocaciones al servicio de la Iglesia y de la sociedad.

Pero detengamos en los detalles de la parábola: hay un padre, Jesús nos trajo la cercanía de Dios, Él nos enseño y quiere que tratemos a Dios como Padre, pero es un Dios-Padre cercano, que busca y hace partícipe a sus hijos de su obra, y que cuenta con la libertad y disposición de sus hijos, su diálogo que entabla con sus hijos no es de patrón a empleados sino de un padre que le habla con afecto.

Llama la atención las actitudes de estos dos chicos, uno responde afirmativamente y no va y el otro lo hace de manera negativa y va (Mt. 21, 28-29); en la vida de estos hijos vemos una falta de coherencia entre lo que dicen y hacen.

Esto es patente hoy en nuestra sociedad y familia, hay hombres que prometen y no cumplen, no hay coherencia entre lo que son y hacen, son un sí que se convierte con su forma de obrar en un no; hay hijos que siguen llamando papá y mamá a los seres que le dieron el don de la vida y nos comportamos como que si no lo fueran.

Hoy el evangelio nos llama a ser hombres de palabras, que las palabras no pierdan fiabilidad, que hoy en día es un mal en nuestra sociedad. El autor es Rector del Seminario Arquidiocesano La Purísima.

Opinión
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