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La flor y la palabra

Ella tomó el grafito y estampó el dibujo en su cuaderno sobre las letras que estaban allí plantadas. El gráfico era una palabra viva que construyó con colores y paciencia. Lupe tenía la manía de rayar cualquier cosa con tal de no rayar su alma. Y la palabra era un esbozo que mostraba sus labios con silencio apasionado. Y siempre protestaba hablando de lo que ellas hacen en el misterio de las penumbras. Cuando el cariño es grande, todo lo domina la sapiencia y el bien.

Ella tomó el grafito y estampó el dibujo en su cuaderno sobre las letras que estaban allí plantadas. El gráfico era una palabra viva que construyó con colores y paciencia. Lupe tenía la manía de rayar cualquier cosa con tal de no rayar su alma. Y la palabra era un esbozo que mostraba sus labios con silencio apasionado. Y siempre protestaba hablando de lo que ellas hacen en el misterio de las penumbras. Cuando el cariño es grande, todo lo domina la sapiencia y el bien.

Las otras palabras —las del cuaderno— me miraban con erudición y enojo. Sabían que uno no puede vivir sobre el otro por la fuerza de imponer significantes o significados. Me reclamaron porque por mi culpa Lupe les rayó el corazón. Ella plasmó su boceto encima de sus pensamientos y alegorías. Y las obligó a sobrevivir no solo como palabras vivas, sino como tradición de lenguas muertas.

La flor tenía un pétalo desprendido e infeliz, quejándose.

—Esa soy yo, ¡anhelándote! —me dijo, y vi que estaba triste, tanto como yo. —Yo soy esa que piensa y sufre los colores y las formas… Respeta mi sentido y mi ideología de perfumes… No recuerdo dónde las conocí, fingiendo que son imágenes y señales, convenciones de la escritura para vivir a costa de los demás. Y viéndolas así estampadas, retóricas y elocuentes, se me olvida sin querer que las olvido a ellas. Y no quiero saber si me quieren o por qué me quieren si es que alguna vez me quisieron.

Ella, Lupita de mi vida, me diseñó entre ustedes, voquible y representación, y no siempre las siluetas y las palabras dicen lo que dicen ni lo que quieren decir, cuando proclaman sus ideas. Y si ahora me ven un pétalo desprendido, seguramente, es el dolor de su memoria que se desgaja ante los suplicios de la vida. Es Lupe quejándose de su amor y su dolor. ¡Yo no! Ella vive lo que siente todos los días de mujer.

—No, yo no digo el mal de un proyecto que nos cuenta sus desprendimientos de perfumes y colores, que compartimos en algún lugar de la conciencia y la memoria —dijo la palabra con verbo de palabras. —Tal vez, si no está mal decir, acallan nuestros pensamientos puestos allí en el cuaderno donde te retratan con tristeza y melancolía de flor olvidada. Quizás debamos convivir, perfil y facundia, contorno y locuacidad, entre todas sin remordimientos de alfabetos olvidados. Pero este solo es un criterio mío.

—¡Criterio que yo comparto siempre que se respete mi perfume!

—¡Nadie ha dicho no a tu olor de Narcisa!

—¡Ah, ya vienes con ironías!, ¿acaso no ves, tu lengua muerta, arrastrándose?

—¡Mi palabra crecerá entre los muertos!, ¡será lo último que muera!

Al final, vi que la flor y la palabra, seguían discutiendo sobre el papel en el oficio que Lupe les había trazado en el cuaderno, después por algún coqueteo, un dolor antiguo en su historia triste. Y yo miraba a Lupe con ternura como si fuera una flor y una palabra en mis sueños de poeta por venir.

Cultura flor Letras misterio archivo

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