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Dimensión extra

Antes del vídeo casero, los estudios Disney gozaban de una fuente de ingresos reestrenando periódicamente sus filmes animados. Con los filmes consignados a videocasetes o DVDs, le dieron paso a secuelas y ediciones especiales cargadas de extras. Ahora, la exhibición teatral en 3D revive el viejo modelo.

Por Juan Carlos Ampié

Antes del vídeo casero, los estudios Disney gozaban de una fuente de ingresos reestrenando periódicamente sus filmes animados. Con los filmes consignados a videocasetes o DVDs, le dieron paso a secuelas y ediciones especiales cargadas de extras. Ahora, la exhibición teatral en 3D revive el viejo modelo. Este jueves, El Rey León vuelve a la pantalla grande 17 años más tarde y con una dimensión de más. El proceso de conversión fue supervisado por John Lasseter, fundador de Pixar. Sus credenciales son impecables, su respeto por el arte de la animación es innegable, pero esta es una de las transformaciones más innecesarias en la historia del cine.

Me parece magnífico que los niños de hoy puedan experimentar la película en el teatro, pero, ¿acaso están viendo realmente la película original? No. El cambio es redundante porque los prodigiosos animadores ya había creado la ilusión de perspectiva y profundidad en el original. Y alteran su esencia, porque la distracción del 3D quita la atención de la historia, socavando su impacto emocional. Esto es sintomático de una insidiosa tendencia. Directores de cierto calibre e influencia ajustan y reajustan ad infinitum sus películas, cobrando a cada paso del camino.

George Lucas es el principal ofensor. La “saga” completa de Star Wars se acaba de editar en DVD de alta definición a precio de lista de US$$139.00. El año que viene, comenzará a reestrenar en cines —otra vez— los seis episodios, ahora convertidos a 3D. James Cameron no se queda atrás. Viene Titanic (1997) en 3D. En el campo del vídeo, Michael Mann ya ha ofrecido “cortes de director” de El último de los Mohicanos (1992) y Miami Vice (2006). Terrence Malick distribuyó en DVD un corte de The New World (2005) de 172 minutos. Existen otras dos versiones, de 150 y 135 minutos.

No estamos ante hallazgos históricos, como los 25 minutos perdidos de Metrópolis (Fritz Lang, 1927) descubiertos en el 2008, que ciertamente ameritan reestrenos y reediciones en DVD. Aquí estamos ante una mezcla de perfeccionismo, capricho y codicia. La pregunta de fondo es cuando una obra de arte está realmente terminada, ¿quién tiene el poder de decisión en el cine? ¿El director, como autor? ¿El estudio, como dueño? Supongo que el espectador, al comprar el boleto o el DVD. Cada quien decide si paga por ver.

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