Por Isidro Rodríguez
En cierta ocasión, un alum-no muy avispado, le preguntó al dariano Fidel Coloma, quien acababa de celebrar el centenario de Azul…, quién era más grande: Cervantes, que inauguró el arte de novelar o Darío, que trasformó la lengua poética en español.
A lo que el sabio maestro respondió: “Cervantes es el Darío del siglo XVI, como Darío es el Cervantes del siglo XIX”. Esta respuesta me lleva a la reflexión que ciertos individuos marcan el destino de un pueblo, como Cervantes selló a España y Darío marcó a Nicaragua. Así también ciertos lugares, como la catedral de León, sellan la vida cultural de un pueblo.
Nicaragua, como pueblo creativo y desde su perspectiva de destino cultural, ha dado tres patrimonios culturales a la humanidad: las Ruinas de León Viejo, en 2000; El Güegüense, en el 2005 y este 2011, la Catedral de León. La pregunta del millón, es por qué de 25 sitios, el Comité de Patrimonio Histórico de la Humanidad de América Latina seleccionó nuestra catedral. Y la respuesta es que es única en su clase. Construida cinco veces hasta llegar a la presente, entre 1747 y principios del siglo XIX, la catedral de León es una reconocida joya de la arquitectura iberoamericana y uno de los principales edificios de la transición del barroco al neoclásico, con un estilo que puede considerarse ecléctico. Su nombre completo es de Insigne y Real Basílica Catedral de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María.
Cuenta con doce pilares que representan a cada uno de los apóstoles. En ambas paredes laterales hay 14 cuadros de una impresionante y dolora viacrucis; además posee tesoros invaluables como el Cristo traído por Pedrarias, vasos sacros, incensarios y cuenta con la mayor pinacoteca episcopal de Centroamérica.
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