Por Inés Izquierdo
Todo comenzó un 12 de octubre de 1492, cuando arribaron tres naves a una de las islas de las Bahamas. No sospechaba el almirante Cristóbal Colón, ni los pobladores del lugar, la trascendencia histórica de lo que sucedería a partir de esa fecha.
El encuentro de dos mundos, no tuvo nada de lujos ni fanfarrias, los marinos llegaban extenuados, famélicos y ansiosos creyendo estar en la ruta de las especias, en la India. Los isleños especulaban sobre aquellos hombres con otro color de piel y vestiduras de metal que refulgían cuando de día les daba el sol.
Mientras la realidad se iba materializando ya el Nuevo Mundo fue arribando a Europa con su carga de realismo mágico, lugares insólitos y grandes tesoros. Mientras el idioma español se iba asentando en nuestras tierras, mezclándose con las lenguas nativas y enriqueciéndose con nuevos giros, idiomáticos, términos desconocidos para nombrar frutas, árboles y animales nuevos para los europeos.
Sin idealismos tontos, la Colonización trajo mucho dolor, sufrimiento y explotación. De ahí las gestas independentistas para librarse del yugo opresor. Pero de toda esa historia sobrevivió hermoso y limpio nuestro idioma.
Todos compartimos una lengua común en América Latina, y este vínculo heredado desde aquel 12 de octubre es la satisfacción que nos inunda cuando lo vemos empleado en el verbo vigoroso de José Martí, la belleza rítmica y plástica de Rubén Darío, los vericuetos de Borges, las intrigas de Julio Cortázar, los mundos mágicos y recónditos de Gabriel García Márquez, el barroco floreciente de Alejo Carpentier. De ahí los motivos para celebrar, lengua que hablan millones de personas en todo el mundo.
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