La realización de un acuerdo estratégico que pueda ayudarnos a la construcción de una nueva Nicaragua es una necesidad de ayer y de hoy.
Esta preocupación surge ante una conducta unilateral y repetitiva de centrar la participación política al momento electoral y a la búsqueda del poder, desatendiendo los temas esenciales que son su razón de ser. Las fechas electorales deberían servir para profundizar un debate válido acerca de los grandes temas de la vida nacional.
La repetición de ese ejercicio vacío de contenido real no va a resolver los problemas ni va a permitirnos, de continuar practicándose en esa forma, consolidar la democracia y el Estado de Derecho e iniciar un verdadero proceso de desarrollo.
Por eso es necesario encontrar en algún momento ese plano de coincidencias mínimas, esa visión común de país que puede unirnos y que debería ser el contenido del debate político.
Se podría decir que estas reflexiones están fuera de tiempo y lugar pues es el momento de ganar el poder y hasta después, con él, realizar las ideas de cambio. Pero, me pregunto, ¿cuándo es el momento oportuno?, pues fuera de los períodos electorales, el ambiente está muy frío y en los períodos electorales demasiado caliente. Además, ¿qué sentido tiene el poder por el poder si este en realidad solo es un medio para realizar el fin que es el bienestar general? De lo contrario el poder se transforma en un fin en sí mismo con las consecuencias que ya conocemos por la historia.
Se podría decir también que es esta una visión idealista y poco práctica, que está bien como ejercicio intelectual, pero mal como ejercicio político. Me pregunto, ¿es acaso más práctico continuar con más de lo mismo?, ¿hacia dónde nos ha llevado esto?, ¿no vemos en lo que estamos haciendo algo que nos recuerde lo que ya hemos hecho en el pasado y que ha conducido a la consolidación del poder político y económico de uno o dos grupos hegemónicos?
Junto a esto habría que señalar una práctica política que ha llevado a personalismos, divisiones, reagrupamientos alrededor de personas, nombres y grupos de poder que no logran unirse en una misma visión de país y en una propuesta estratégica de desarrollo.
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Un falso pragmatismo generalizado ha conducido al país a una situación política como la que tratamos de describir y ante el cual habría que preguntarse, ¿es acaso una actitud pragmática no darnos cuenta que nos movemos sin avanzar y que estamos repitiendo etapas ya vividas?, ¿es pragmatismo pensar que se puede alcanzar un desarrollo económico verdadero y duradero junto al desmoronamiento institucional y democrático?, ¿es pragmatismo editar de nuevo un modelo político agotado, en vez de esforzarnos por dirigir la mirada hacia el futuro con una actitud diferente y acorde con la exigencia de los tiempos que corren?, ¿de qué sirve ganar el poder si se pierde el futuro?, ¿para qué sirve la política sin sentido de responsabilidad social y sin imaginación?
Ser prácticos no quiere decir aferrarse a las visiones y acciones coyunturales y cortoplacistas. ¿Dónde está lo nuevo en el quehacer político que estamos practicando?, ¿no estamos repitiendo los mismos modelos y los mismos estilos?, ¿no sería posible que los nicaragüenses en algún momento nos uniéramos y movilizáramos alrededor de un programa común básico y de una propuesta estratégica de solución concertada a los principales problemas del país?
No obstante lo expresado anteriormente, no podemos ni debemos ignorar que la situación exige participar decididamente en las elecciones del próximo 6 de noviembre. La inconstitucionalidad de uno de los candidatos, no quita legitimidad a la de aquellos cuyas candidaturas están de acuerdo a la Constitución y la ley. Es necesario votar por lo que pueda contribuir a consolidar la democracia y el Estado de Derecho y afianzar el ejercicio político sobre las bases de la legitimidad y la legalidad.
Una vez más nos encontramos ante una situación que por su inmediatez y los riesgos que conlleva, nos obliga a postergar el debate de fondo sobre el proyecto de país que debemos construir, para concentrarnos en tratar de evitar el daño que ocasionaría la continuidad en el poder de una misma persona. Ciertamente las circunstancias lo exigen y debe por ello concurrirse masivamente a votar por la opción que pueda garantizar la alternabilidad, el Estado de Derecho y la democracia.
Pero esa disyuntiva dramática que se acentúa a medida que se acerca la fecha de las elecciones no ha estado siempre presente, pues se ha tenido el tiempo suficiente para pensar, desde todos los sectores, políticos y de la sociedad civil, en una propuesta estratégica que garantice la unidad, la estabilidad y la democracia. Sin embargo no se hizo.
El problema es severo y parte, en primer lugar, de la crisis de los partidos políticos enfrascados en un proceso de destrucción recíproca y de autodestrucción, como es el caso de la confrontación interna entre tendencias de una misma organización. La crisis de los partidos políticos, carentes no pocas veces de prácticas democráticas internas y de una propuesta estratégica, repercute negativamente sobre la democracia y sobre la posibilidad de construir un proyecto de nación con su participación y la de las organizaciones ciudadanas.
Lo perentorio y urgente de la situación ante la fecha de las elecciones, no debe hacernos olvidar que para evitar la repetición de las mismas situaciones del pasado, Nicaragua necesita un proyecto de nación, “La Nicaragua Posible”, fundado en un nuevo contrato social que garantice la alternabilidad, y con ello, una democracia integral que busque no solo el crecimiento económico, sino el desarrollo humano y la justicia social, a partir de un verdadero Estado de Derecho que sea un sistema de límites al poder y de garantías a los derechos fundamentales de la persona y el ciudadano.
Sobre este punto la reciente Carta Pastoral de la Conferencia Episcopal en la parte llamada La Nicaragua que queremos, ha expresado su deseo por “una Nicaragua en donde se respete la división de los poderes del Estado para evitar caer en la tentadora y peligrosa forma de ejercer el poder de modo absoluto, de tan amargos recuerdos en nuestra historia”. Y en este sentido, se acoge al texto de Centesimus Annus del Papa Juan Pablo II, que expresa que: “Es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia que lo mantengan en su justo límite. Es este el principio del Estado de Derecho en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres”.
En realidad de eso se trata y es eso lo que está en juego en las elecciones del 6 de noviembre.
Jurista, filósofo y escritor nicaragüense.
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