Nadie se preocupó por cultivar el voto de los adultos mayores en estas elecciones. Parece que este sector social de gran importancia no forma parte de las grandilocuentes campañas políticas de los últimos meses. Todo se limita a captar el voto joven, de los trabajadores, de las mujeres, de los campesinos, de los profesionales, de los maestros, de los pobres y de los infaltables desempleados. Pero, para captar la simpatía de los adultos mayores, los de la tercera edad, de los ancianos o de los viejitos como se les conoce en términos de hipócrita conmiseración, nada; es como si no existieran, como si fueran extraterrestres fuera del mapa político, social y económico de Nicaragua.
La población de adultos mayores en el país apta para votar, salvo los de edad muy avanzada o en situación de invalidez total, alcanza según cifras de organismos locales e internacionales casi un 7 por ciento de la población actual, es decir unas 350,000 personas, lo que según el marketing político, término que se pone de moda en las campañas electorales, representa un 17 por ciento del padrón electoral, algo que debería ser atractivo para los sabios jefes de campaña de las alianzas y partidos. Una cifra así puede dar el vuelco a cualquier pronóstico electoral y cambiar el resultado de una elección, pero aquí pasa de noche porque el adulto mayor ni siquiera aparece como segmento de opinión en las enloquecidas encuestas, menos que aparezca como factor de influencia en la votación.
Pero el adulto mayor no está en la agenda política actual más involucrada en gestar traiciones, emboscadas, apuñalamientos previstos o imprevistos y ejecutar toda clase de maniobras a cual más retorcida, que interesada en ocuparse de esos molestos ancianos muchos recorriendo el último tramo de su esperanza de vida de 64 años para los hombres y 69 años para las mujeres. A nadie parece importarle la pavorosa situación socioeconómica de los adultos mayores donde solo un 8 por ciento recibe pensión del INSS y el resto no recibe absolutamente nada, ni un peso para un caramelo y condenados a vivir y morir sin ninguna esperanza.
Estudios recientes han corroborado una realidad impactante de los adultos mayores. Muchos han perdido su autoestima por la situación de abandono en que se encuentran, no se sienten útiles en su comunidad, no tienen mayor conciencia cívica, en su totalidad son desempleados, carecen de vivienda y si tienen algún sitio para vivir o pernoctar es en la mayoría de los casos en condiciones infrahumanas por su condición de extrema pobreza.
Tienen serios problemas de salud, sufren abusos familiares, discriminación social y son minados por las enfermedades crónicas, nadie les respeta sus derechos humanos y sobreviven sin ninguna protección legal. El colmo de los adultos mayores es que viven sin ninguna expectativa bajo un gobierno que es enamorado perdido de las políticas neoliberales y más fiel al FMI que los enanos a Blancanieves.
A estas alturas y ante la incapacidad de dar respuestas al sector es posible que los candidatos dejen pasar el bocado electoral del 17 por ciento y evitarse hacer promesas que nunca podrán cumplir. Los adultos mayores deberán esperar la próxima campaña para que tal vez alguien se ocupe de ellos. Para entonces muchos ya no estarán en el valle de lágrimas que hoy les toca vivir.
El autor es dirigente histórico socialcristiano.
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