Joaquín Absalón Pastora
Celebramos que se juntaron virtuosos de la guitarra, apóstoles de sus cuerdas en los diferentes géneros en los cuales ella ha sido tan útil y versátil.
Uno de aquellos nombres Armando Morales. En homenaje a él se acaba de presentar un concierto que llevó el emblema: Armonía para la Humanidad en uno de los auditorios del Banco Central de Nicaragua.
Anteriormente fue una de las tres referencias del Primer Festival Internacional de Jazz, celebrado en Granada y en este momento tenemos una orquesta que llevando sus apellidos nos vuelve a la época de las guitarras felices.
En ese sentido mi alusión está concentrada únicamente en él.
Armando Morales fue un guitarrista de los clásicos, virtuoso y apologista de la música culta, especialista en Enrique Granados como lo fue del mundialmente glorioso —el maestro sin luz en los ojos— Joaquín Rodrigo, cuyo Concierto para Aranjuez lucía con fervorosa entrega. Era un improvisador sorprendente y además de ello, arreglista anónimo.
La herencia dejada por él, cuya legitimidad invoco en nombre de la gratitud sumándome a los festejos que se le han hecho, quedará más concentrada en la elucidación de las baladas y de algo que siempre expuso con inobjetable firmeza: El Concierto de Zaragoza.
Lo vinculo en el culto a la zarabanda lejana de cuya estelaridad lírica sacó conclusiones. Sabía glosar para la guitarra el clavecín de Juan Sebastián Bach. Pudo ser mejor concertino si hubiera sido más cuidadoso con el uso del vino.
Se impone una aspiración: la recopilación de la obra desconocida dejada, la unificación del producto disperso a fin de que este pase a nutrir el cofre, el “opus” del guitarrista.
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